Jon ORMAZABAL
FINAL MANOMANISTA

La intifada de Oinatz Bengoetxea

Por momentos, la final del Manomanista pareció una lucha de tanques contra piedras. En campo abierto, la potencia de Iker Irribarria se intuía imposible de frenar. Con el 9-4 y el 10-5 lo fácil hubiera sido sacar la bandera bandera, una opción que no existe para el nuevo campeón.

IRRIBARRIA 18

BENGOETXEA VI 22

 

Desconocemos si, cuando el jueves planteaba en la sala de prensa de un Bizkaia que ya le gusta un poco más, que la final iba a ser una pelea entre David y Goliat, Oinatz Bengoetxea conocía el final del pasaje bíblico, que ganaba David, pero lo que es seguro es que para el de Leitza la única batalla perdida es la que no se comienza. Y por momentos, fueron muchos los pelotazales que temieron quedarse sin final a poco que Iker Irribarria asentó los pies en el recinto de Miribilla y comenzó a soltar sotamanos con los que conseguía mantener al aspirante con los pies en todo momento por detrás del seis.

El de Arama parecía por momentos una de esas «armas de destrucción masiva» programadas para barrer todo lo que se le pusiera por delante. Ni siquiera el saque, uno de esos recursos que le quedaban al de Asegarce para llevar el combate a su terreno parecía tener la más mínima incidencia en el campeón que marchaba con paso firme hacia su segunda txapela (9-4). El de Leitza no terminaba de encontrar los ángulos y los restos de volea del goierritarra le servían para pasar a dominar y ejercer la tiranía de su golpe.

Qué decir cuando confirmó que algo más que «potra» hay en esos restos al estilo jai-alai, escalando por la pared izquierda, que ya efectuó ante Beñat Rezusta y que ayer repitió en el tanto que le sirvió para adelantarse 10-5 tras bonita dejada.

Fueron más de uno y de dos los que temieron quedarse sin final. El favorito no mostraba fisuras y la duda parecía estar en cuánto más podría alargar su defensa un Oinatz Bengoetxea que cuando más cerca del frontis estaba era en el resto.

Capacidad mental

Pero también fueron varios los que, incluso dentro de su misma empresa, vieron cercano su final en un verano en el que apenas contaron con el de Leitza para sus compromisos estivales. Meses sin apenas estelares y torneos de elite dejaron muy tocado al de Leitza que, no obstante, lejos de dejarse llevar, decidió rebelarse ante una situación que no consideraba justa de la mejor manera posible, hablando sobre la cancha.

Gracias a ese carácter indomable, Oinatz Bengoetxea consiguió que un posible punto de no retorno se convirtiera en un punto de inflexión que relanzó su carrera, con el Cuatro y Medio como gran test. Allí se volvió a ver al pelotari al que solo una inoportuna lesión en un duro apartó de una txapela que finalmente que finalmente se caló ayer en otra reacción de las mismas dimensiones.

Sabía que sus opciones de victoria ante esos devastadores sotamanos pasaban por plantear una guerra de guerrillas, e insistió en el saque como principal argumento para atrapar a su rival en su red y llevar el partido a su terreno.

Continuó alternando sus primeros pelotazos al ancho y al txoko, largos unos y en corto otros y esa insistencia terminó trayendo su fruto. Su idea era la de cambiar el paso al favorito y vio que era factible. Una primera reacción lo llevó a empatar el partido a diez en un resto que el de Arama mandó fuera, pero no se quedó allí, estirando su parcial a un 0-7 que le dio su segunda ventaja en el 10-12.

Volver a empezar

En nada le benefició al de Asegarce el primer descanso televisivo, pues frenó esa racha en la que comenzó a poner en cuestión la superioridad de Irribarria. El de Leitza mandó fuera una pelota y el goierritarra empató el partido a 12, en lo que parecía un reset o un volver a empezar.

Pero esa segunda parte del partido, en la que se intuía esa guerra de estilos de la que nos hablaba Juan Martínez e irujo en la previa, no comenzaba de cero. Primero porque el esfuerzo físico debía pasar su factura, pero sobre todo porque los planteamientos iniciales ya eran tan válidos.

Sobre todo para un Irribarria que hasta ahora nunca se había visto en otra igual. Sus pelotazos esta vez no habían servido para destrozar al rival y la chapa tampoco le ayudaba.

No pintaban las cosas demasiado bien cuando ese afán de pegar le llevó a cometer una falta de saque –lo mandó arriba–.

Oinatz no desaprovechó ese regalo para pegar un nuevo estirón y encontrarle esas cosquillas que le había buscado durante todo el partido en el 12-17. Pero tampoco estaba el campeón por la labor de dejarse arrebatar la txapela tan fácilmente y le respondió de la misma manera, con otros dos tantos de saque, un pelotazo buruzgain y un dos paredes en saque-remate con el que volvió el empate al luminoso del Bizkaia (17-17).

Pero quizá por eso de estar más acostumbrado a tramitar situaciones complicadas o por ese estado de confianza adquirido, fue Bengoetxea el que mejor gestionó los tantos de la verdad para llevarse su segundo título.

 

El de Leitza repite txapela nueve años después

Han tenido que pasar nueve años para, en un curso excepcional en el que ha disputado las tres finales de los tres grandes campeonatos, Oinatz Bengoetxea vuelva calarse la txapela del Manomanista, ésa que permite vestir de colorado durante los doce próximos meses. Como en aquella especialísima final, en la que se enfrentó a su vecino Abel Barriola en el Atano III, el delantero de Asegarce partía con el cartel de víctima para la cátedra, a la que volvía a dejar en evidencia. Con la txapela obtenida ayer escala al sexto peldaño del escalafón manomanista, donde se encuentran los pelotaris con dos entorchados. Entre ellos está su tío Juan Mari, Bengoetxea III, que consiguió dos de manera consecutiva, en 1978 y 1979, ambas ante Roberto García Ariño. Ogeta, Arriaran II, Arretxe, Lajos, Atano X, Jesús García Ariño y Ladis Galarza son los otros pelotaris con dos txapelas a los que se suma un Oinatz con voluntad de seguir sumando.J.O.