Beñat ZALDUA

Ajedrez simultáneo en el Palau

En el ajedrez, juego al que solemos recurrir para explicar el proceso catalán –por mucho que uno de los contrincantes siga con los guantes de boxeo puestos–, hay un formato conocido como partidas simultáneas. Es, literalmente, una locura en la que un Gran Maestro se enfrenta a decenas o centenares de jugadores de menor nivel al mismo tiempo y en el mismo espacio. El récord lo tiene, siempre según Google, un jugador iraní llamado Ehsan Ghaem Maghami, que hace seis años se enfrentó a 614 jugadores en un pabellón lleno –para los amantes de las cosas raras, hay un vídeo espectacular que resume la proeza–.

En Catalunya, el tablero está ya desgastado por las partidas jugadas estos últimos años, pero el juego final acaba de iniciarse. Y no es, para nada, una partida habitual entre dos contrincantes. La radiografía del momento catalán se parece mucho más a una partida simultánea en la que Puigdemont se va a tener que multiplicar.

La principal partida, obviamente, se da entre Generalitat y Estado. Es la madre de todas las batallas y en ella se combinarán movimientos sutiles y toscos. También patadas subterráneas debajo de la mesa, sin descartar que en determinado momento Moncloa pegue un puñetazo sobre el tablero y todas las piezas catalanas acaben en el suelo –del Tribunal Constitucional, concretamente–. La batalla entonces seguiría, pero llamarle ajedrez sería devaluar la noble disciplina.

Pero más allá de la batalla principal, las partidas simultáneas no son pocas. La más destacada, en la que ayer se vieron varios movimientos, es la que enfrenta al independentismo con la izquierda no secesionista –que a su vez libra su batalla interna sobre la posición a tomar en el referéndum unilateral–. Teniendo en cuenta que las opciones de Catalunya en Comú –el nuevo partido de Colau– por cobrar protagonismo en Catalunya pasan por la liquidación del Procés, es comprensible que los dirigentes del partido –que no las bases– se muestren reacias a jugarse en el pellejo en un plebiscito desobediente. Pero van a tener que hilar muy fino si no quieren que sus argumentos se mimeticen con los del PP, que es exactamente lo que ocurrió ayer. Tanto Doménech como Sáenz de Santamaría coincidieron en restar importancia a la reunión sobre el referéndum, en pedir a Puigdemont que pase por la humillación del Congreso, y en sugerir que Catalunya se acerca a un escenario electoral. Hay parecidos peligrosos.

No son los únicos tableros blanquinegros que Puigdemont tiene en su despacho. Hay otro en el que juega con la CUP, peones resistentes que no se van a cansar de insistir y apretar en el camino hacia el referéndum. Si el rumbo se mantiene, serán también sus mejores aliados. En otra partida se mide con la ERC de Junqueras –su vicepresidente–, siempre mirando de reojo a una posible contienda electoral que, si el Procés fracasa, le permita al menos obtener la presidencia de la Generalitat. Triste premio de consolación. Y tampoco hay que olvidar la partida que Puigdemont juega con su propio partido, en el que las crisis de ansiedad y el vértigo se multiplicarán conforme se acerce el choque de trenes.

No lo tienen fácil las neuronas de Puigdemont; solo no podrá. Catalunya va a necesitar toda la inteligencia colectiva disponible, de la que ya ha dado muestras –9N–, para disputar estas partidas simultáneas durante los próximos cuatro meses. Un esfuerzo agotador, como bien sabe Maghami, que tras 25 horas y 15 minutos de juego ganó 590 de las partidas, empató 16 y perdió solo ocho. En total caminó, de mesa en mesa, 55 kilómetros.