Los prácticamente 15 millones de habitantes de la metrópolis turca de Estambul, comparten sus calles, locales y hogares con un colectivo que se nutre de varios centenares de miles de criaturas. Quien haya gozado del privilegio de pasear o vivir a orillas del río Bósforo sabrá que es muy difícil comprender la vida en dicho enclave sin tener en cuenta a la horda felina que campa ahí a sus anchas.

El primer largo documental de Ceyda Torun es un atípico (y por ello recomendable) viaje a esa semi-salvaje puerta entre Occidente y Oriente que es Estambul. El factor diferencial en el itinerario está en el punto de vista, ofrecido este por la infinidad de gatos con los que uno se cruza ahí casi sin querer. Mostrando una gran habilidad para la planificación, la filmación in situ y el posterior montaje de imágenes, la directora concreta una gran labor de seguimiento de sus sujetos, los cuales reflejan, también casi sin querer, las historias humanas que les rodean. Para bien y para mal, la película se asienta en lo simpático, siendo en ocasiones demasiado esclava de la admiración tan primaria que sentimos ante cualquier gato haciendo lo que mejor sabe hacer: monadas.