Víctor ESQUIROL
CRÍTICA «A 47 metros»

Donde nadie puede oírte gritar

Como sucede cada verano (más aún desde que el calentamiento global es una realidad solo negada por unos cuantos fanáticos), dejamos que el cuerpo, y no tanto el cerebro, marque nuestra agenda. Lo racional y lo sensato pasan a un segundo plano, y parece que solo importen las necesidades más primarias. Las más básicas. Así que si es necesario, nos enfrascamos en dos o tres copas más de lo que nuestra sangre es capaz de tolerar, y claro, a la mañana siguiente, víctimas de la resaca, solo pensamos en darnos ese chapuzón tan reparador.

Y cuando por fin nos hemos sumergido en el agua, recordamos aquel pánico ancestral al mar, a sus profundidades, a las criaturas que moran en ellas... Y ya es tarde. Estamos ahí, otra vez, en la sala de cine, en verano, viendo otra de tiburones. Solo que el peligro en ‘A 47 metros’ se manifiesta en la escasez. En la falta de esos recursos básicos sin los cuales no podemos ni respirar. Literalmente. Pensemos, salvando todas las diferencias, en “Gravity”, de Alfondo Cuarón; en cómo la propuesta se puede sustentar, mayormente, en la hostilidad de un escenario cuyas características (todas ellas) atentan directamente contra nuestra supervivencia.

Es decir, ¿quién necesita ponerse en órbita cuando puede bajar 47 metros por debajo del nivel del mar? El director de terror de serie B Johannes Roberts sigue trabajando en esta liga, pero añade el suspense del survival a su fórmula, y la verdad es que los resultados le dan la razón. Desde que se produce la primera inmersión hasta el último fotograma, mantiene con solvencia la tensión más básica, la que mejor funciona. La del oxígeno que se agota en el tanque; la de la herida de la que no para de brotar sangre. Sin más pretensión que la de hacernos pasar ese mal rato que, en el fondo, tanto ansiamos. Sin más complicaciones. Sirva pues para darle una alegría / susto al cuerpo en fechas de calor insufrible fuera de la sala de cine.