David GOTXIKOA
JAZZALDIA

GREAT BLACK MUSIC: CARICIAS Y BOFETADAS AL JAZZ DEL NUEVO MILENIO

ROBERT GLASPER Y DONNY MCCASLIN OFRECEN EN DONOSTIA DOS VERSIONES MUY DIFERENTES DE LO QUE PUEDE DAR DE SÍ EL JAZZ ACTUAL CUANDO SE ABRE A OTROS SONIDOS. EN UN AMBIENTE FAVORABLE PARA UN ÉXITO ROTUNDO, KAMASI WASHINGTON AMAGÓ SIN LLEGAR A DAR.

«El jazz ha llegado a aburrirme hasta el punto de que no me importaría que le pasara algo malo. Las bofetadas duelen, pero consiguen despertarte». Son palabras de Robert Glasper a la revista “Down Beat” que datan de hace cinco años. Entonces ya avisaba de sus intenciones a quienes echaban de menos su faceta más ortodoxa. El pianista –en el que muchos veían al sucesor natural de Herbie Hancock– se sacudía así las expectativas ajenas. No había nacido para aburrirse repitiendo patrones y, de hecho, en sus últimos trabajos parecía más interesado en fortalecer sus conexiones con el hip-hop y el R’N’B que en defender su prestigio en la escena del jazz. Algunos pensaron que esos experimentos eran caprichos antes de volver a «ponerse serio», porque el aficionado integrista cree que fuera del jazz no hay nada más a lo que un músico pueda aspirar. Se equivocan.

Lo que ofrecieron Robert Glasper Experiment en el Kursaal es, efectivamente, una bofetada de Great Black Music. Para ellos es natural mezclar en la misma conversación a Kayne West, los Headhunters, A Tribe Called Quest, Nirvana y Roy Ayers, ya que no se cuestionan las fronteras que separan presuntamente los estilos. Suenan formidables y compactos; una apisonadora de ritmo. Tocan a Hancock irreverentemente (“Tell me a bedtime story”), versionan “Roxanne”, disparan arrebatos de heavy metal, drum and bass y destellos de kitsch ochentero. Y, por supuesto, no se olvidan de Kendrick Lamar y Bilal. Todo encaja tan bien que ni siquiera importa que Casey Benjamin abuse del vocoder y relegue a un segundo plano sus (fantásticas) partes de saxo soprano. Porque esto ha sido una fiesta de las gordas.

A partir de ahí el guion previsto para el resto de la jornada . Pero se torció inesperadamente. Todo hacía presagiar el triunfo arrollador de Kamasi Washington, pero el cuarteto de Donny McCaslin atizó antes y sin contemplaciones. David Bowie tenía un instinto único para rodearse de los músicos apropiados y, si su postrero “Blackstar” posee esa frágil belleza fantasmal, es en parte gracias al saxofonista. Si no fuera por esa colaboración, nunca habríamos disfrutado en Donostia de este grupo: la gratitud fue mutua y McCaslin nos regaló su propia lectura de “Lazarus” en uno de los momentos más interesantes de este festival.

Jason Lindner (teclados), Jonathan Maron (bajo eléctrico) y Nate Wood (batería) cocinaron a fuego vivo el sonido turbio que convenía en cada momento, para dejarnos con ganas de escucharlos un poco más y mejor en un espacio reducido.

Lo que ofreció Kamasi Washington palideció en comparación, apenas una versión de andar por casa de su excelente “The Epic”. Épica hubo con cuentagotas y sobraron minutos de música, con prolongaciones gratuitas de canciones que no terminaron de explotar. Donde Kamasi resulta más interesante –en su síntesis de soul, funk y el jazz espiritual de nombres como Pharoah Sanders, su referente más directo– es donde naufragó su puesta en escena, que trató de abarcarlo todo sin terminar de concretar nada.