David GOTXIKOA
52 HEINEKEN JAZZALDIA

NO ENTIERREN AL PIANISTA, CONTINÚA SIENDO UNA LEYENDA

QUE NADIE RETIRE A HERBIE HANCOCK DE MOMENTO. EL LEGENDARIO PIANISTA OFRECIÓ UNA VERSIÓN MUY MEJORADA DE SUS ÚLTIMAS VISITAS A EUSKAL HERRIA, EN UN KURSAAL RENDIDO A SU CARRERA. LA PLAZA DE LA TRINIDAD VIVIÓ UNA NOCHE FESTIVA DE LA MANO DE LOS ANFETAMÍNICOS LUCKY CHOPS Y LA DIVA DEL NUEVO SOUL MACY GRAY.

Durante más de medio siglo, Hancock nos ha dado incontables alegrías a los aficionados a la música negra, desde su etapa en el segundo quinteto de Miles Davis a los seminales Headhunters –piedra Rosetta del jazz-funk–, o sus coqueteos con la electrónica y el rap cuando estas culturas apenas andaba a gatas. Herbie siempre ha sido un tipo cool avanzado a su tiempo y bien atento a lo que se estaba cocinando en la calle de al lado, vacío de prejuicios y dispuesto a incorporar nuevos sabores a su recetario personal. Cuando se habla de la Great Black Music hay que mencionarle obligatoriamente, pues su legado no palidece ante los trabajos más influyentes de Charles Mingus, Stevie Wonder, Nina Simone o Louis Armstrong. La lista es inmensa, pero su aportación como ariete capaz de derribar las fronteras entre estilos es fundamental. Por todo esto, cuando uno acude a verle en directo espera recibir algo a la altura de su aportación a la música del siglo XX y XXI. El listón lo ha puesto él y no nos contentamos con menos.

Por suerte a Herbie Hancock hemos podido escucharle en Gasteiz y Donostia infinidad de veces, pero no siempre en plenitud de facultades. Su última visita con Chick Corea dio lugar a dolorosas comparaciones, dada la baja forma del pianista de Chicago. Y en sus anteriores conciertos en Donostia habíamos visto a un músico entregado a su propia mitología con una complacencia impropia de él. Entonces resultó inevitable pensar en su concierto junto a Bobby Hutcherson, Scott Colley y Terry Lynn Carrington en la Plaza de la Trinidad, que muchos guardamos en ese sitio reservado a las cosas importantes que ocurren rara vez en la vida. Pese a ser conscientes de lo imprecisa que es nuestra memoria –recordar es inventar– y del peligro de idealizar el pasado, aquello fue enorme.

Nada hacía pensar que su regreso a este festival fuera a ofrecer nada diferente, salvo la novedad de incluir en su quinteto a esa joya oculta llamada Terrace Martin – saxo alto y teclados, un valor en alza que ya se hizo notar en el laureado “To Pimp a Butterfly” de Kendrick Lamar–, en quien Hancock parece haber depositado sus esperanzas de recuperar la mejor y más moderna versión de sí mismo.

Salvando también al solvente James Genus al bajo eléctrico, el resto del reparto sigue produciendo escalofríos: entendemos que Vinnie Colaiuta sea la debilidad de muchos aficionados venidos del rock, básicamente porque es un batería de rock. Capacitado y enérgico como pocos, pero incapaz de inyectarle groove a una música que lo necesita para respirar, el estropicio que causó en “Cantaloupe Island” fue antológico. Lionel Loueke es otra rareza a la que cuesta encontrarle la gracia, seamos sinceros; es una especie de Richard Bona de las seis cuerdas, pero sin el gusto del senegalés. Apagado el pedal de wah-wah, su arsenal de efectos de guitarra va de lo hortera a lo rematadamente feo, hasta el punto de que no importa qué notas esté tocando. Cuánto mejor no habría sonado el grupo como cuarteto.

Pero volvamos a lo importante: Herbie Hancock vuelve a estar en forma, y lo demostró aliñando su repertorio con temas inhabituales como “Come Running to me” e imprescindibles como “Actual Proof” –donde disfrutó e hizo gozar, improvisando a gran nivel y alternando los teclados eléctricos y el piano de cola– o el “Chamaleon” final. El broche que puso al auditorio definitivamente a los pies de una estrella que, esta vez sí, estuvo a la altura de su propia leyenda.

Lucky Chops

En la Trini nos esperaba un cartel atípico. La anfetamínica brass band Lucky Chops había actuado el día anterior en otro espacio gratuito del festival, por lo que su inclusión en este programa doble parecía más un arreglo de circunstancias que una elección consciente. Pero vayamos por partes: Si todo un Vinnie Colaiuta puede tocar en un auditorio vestido con ese pantalón de chándal viejo que usted se pone en las mudanzas, estos jovenzanos pueden ir a la guerra en paños menores.

Pero tampoco nos pongamos exquisitos, que la noche ha sido pensada para el cachondeo juvenil y la etiqueta no es indispensable. Lucky Chops se han batido el cobre en el metro de Nueva York, y saben cómo captar la atención de la gente menos impresionable. Lo consiguen con un sonido expeditivo y circense: Son una apisonadora de ska, funk y locura balcánica que no ofrece un solo respiro. No paran de saltar, rodar, jalear y soplar la tuba, el saxo, la trompeta y el trombón…, aunque comienzo a pensar que estoy en una txosna de Aste Nagusia o en el gaztetxe de Ordizia. Terminan sin romperse la cabeza, con un medley del “Funky Town” / “I feel good”. El público lo ha pasado pipa, pero este no era su escenario, teniendo además en cuenta que a continuación iba a actuar Macy Gray

Macy Gray

La vocalista de Ohio tiene un disco reciente de tintes jazzeros, pero el espectáculo que trae a Donostia se ciñe a su faceta soul, en la que se mueve como pez en el agua.

Con leves incursiones en el sonido disco o el reggae, la banda suena realmente afinada, un grupo de músicos muy competentes entre los que destaca el todoterreno Jonathan Jackson al cargo del saxo tenor, flauta, teclados y melódica, y donde seguramente la cantante es en realidad la menos dotada. Como queda patente en “Creep” (Radiohead) o “Sexual Revolution” –clímax del concierto al que se sumó el grupo telonero– Macy Gray tiene un registro de voz limitado, pero lo suple con calidez y actitud. Y de eso va sobrada.