David GOTXIKOA
52 HEINEKEN JAZZALDIA

UN RESPETO PARA LOS CABALLEROS QUE PEINAN CANAS

BRYAN FERRY CUMPLE EXPECTATIVAS CON UN ESPECTÁCULO NOSTÁLGICO Y SOFISTICADO QUE RENUEVA LA FE DE SUS FIELES EN LA CAPACIDAD DE SEDUCCIÓN DEL BRITÁNICO. IBRAHIM CONMUEVE AL PÚBLICO CON UNA LECCIÓN DE HONDURA Y DELICADEZA, PERO GREGORY PORTER SE LLEVA LOS LAURELES.

Cuando se habla de Bryan Ferry aparece recurrentemente la palabra “elegancia”, así que antes de nada aclaremos conceptos: La música que ofrece el vocalista es más sofisticada que elegante, y el tiempo no ha jugado a su favor; ha evolucionado tan poco que oírla en el 2017 nos invita a viajar al estreno de “Pretty Woman”. A pesar de ello en Donostia sonó de maravilla, aunque lo contrario habría sido un desastre teniendo a diez músicos en escena vestidos para una boda.

El espectáculo comenzó a todo trapo, encadenando “The main thing”, “Slave to love” y “Ladytron”. Bryan Ferry nunca tuvo una gran voz, pero hoy está de lo más voluntarioso. Lo que nos descoloca menos es su versión del “Simple twist of fate”, por inofensiva y porque reivindicar a Bob Dylan hoy en día es una obviedad. Pronto queda claro que hay varios músicos de attrezzo, escogidos para dar empaque visual a la fotografía general: los coristas salidos de Las Vegas, el joven e intenso guitar-hero o la atractiva saxofonista australiana son auténticos clichés.

A pesar de algunas muestras de cansancio, al ex-Roxy Music le sobra carisma para animarse en la recta final con el clásico “More than this” y dos desangeladas versiones de “What goes on” (The Velvet Underground) y “Jealous Guy” (John Lennon). Cuando en esta última Bryan Ferry se atrevió a silbar una estrofa, el resultado fue tan desastroso como enternecedor.

Pero a sus seguidores poco les importó, estaban entregados desde el día en que las entradas salieron a la venta.

El protagonismo en el cierre del festival donostiarra le correspondía a Gregory Porter, pero lo más perdurable nos lo ofrecieron Abdullah Ibrahim & Ekaya.

Tras un primer tema en solitario que Ibrahim no tiene prisa en resolver, comienzan a sumarse el resto de músicos y la idea del veterano pianista empieza a tomar forma; primero en un delicado trío con cello y flauta travesera, y a continuación ya como octeto, donde se limita a supervisar que todo se arrastre o camine como debe.

La música que tocan es profunda y deliciosa, pensemos en el clásico de Charles Mingus “The black saint and the sinner lady” arreglado por Gil Evans e interpretado a la menor velocidad posible, y estaremos cerca. Terence Blanchard solo aporta a la música lo que esta necesita y ni una nota más.

Las interpretaciones a piano solo –rebosantes de belleza y naturalidad– se alternan con arreglos grupales llenos de reminiscencias africanas, ecos de góspel y sabor a Nueva Orleans, todo ello pasado por el tamiz de Abdullah Ibrahim.

No faltan al obligado recuerdo de Monk y, para terminar, nos ofrecen uno de los blues más hermosos que hayamos presenciado, con todos los músicos regalando breves aunque gloriosas improvisaciones. Conmovedor y definitivo, uno de los mejores conciertos de esta 52ª edición.

Muchos nos habríamos ido a casa flotando y en calma, pero recibimos a Gregory Porter con los brazos abiertos para comprobar cómo el soul y el funk ganan peso en su propuesta. Con un repertorio basado en “Liquid spirit” y “Take me to the alley”, citas a The Temptations, Sly & The Family Stone o Nat King Cole –protagonista de su próxima grabación– y unos músicos supeditados al lucimiento del lider, lo mejor llegó en los momentos de desnudez junto al pianista Chip Crawford.

Y es que cuando Porter logra acortar distancias con el público, su voz es imbatible.