Eneko Compains
Profesor de Derecho en la UPV-EHU
KOLABORAZIOA

El termidor venezolano

Era 27 de julio de 1794. Según el calendario republicano francés, 9 de termidor del año II. Aquel día, el sueño de los sectores populares que propiciaron y radicalizaron la revolución francesa se venía abajo.

En poco más de 2 años habían detenido al rey en fuga y lo habían guillotinado; habían asaltado el poder en París y proclamado la Comuna insurreccional; siguiendo las ideas del genial Rousseau habían proclamado luego la república, la soberanía popular y el sufragio universal; los derechos civiles, el derecho a la educación, al trabajo, a la asistencia pública y, cómo no, el derecho de rebelión frente a la tiranía. Lo recogieron todo en una Constitución que jamás pudo entrar en vigor por la situación de guerra, pero que resulta avanzada en distintos aspectos incluso hasta nuestros días.

Fue lo que se conoce como el bienio democrático-revolucionario de la Revolución Francesa. Para las élites moderadas y/o reaccionarias de la época, todo aquello había llegado demasiado lejos. Ya lo había dicho Mirabeau: «Lo difícil no es organizar la revolución; lo difícil es detenerla». Se les había ido de las manos. Las clases populares habían cobrado demasiado protagonismo y era necesario meterlas en cintura, así que valiéndose de la mayoría institucional con que contaban en la Convención, ordenaron la detención de los cabecillas de aquel movimiento: Robespierre, Saint Just y Cía. La Comuna consiguió liberarlos horas más tarde, pero al día siguiente, 10 de termidor, esta también fue derrotada y todos ellos guillotinados. Los golpistas, tan demócratas ellos, les negaron el derecho a un juicio justo.

Más de 200 años después y en similares fechas, algunos quieren dar un golpe de Estado estilo termidor lejos de allí, en Venezuela. A diferencia de en Francia, en el país latinoamericano no se trata de los sectores moderados de la revolución, del chavismo, sino de una oposición liderada por fascistas que no soportan que uno de los países con más riquezas naturales y energéticas de la Tierra tenga un gobierno al servicio de las mayorías populares; ni tampoco que haya un proceso popular en marcha que, aun estando en fase de estancamiento, pretende abrir al país las puertas al socialismo del siglo XXI.

Para dar el golpe, han puesto todas las baterías en marcha con la ayuda del imperio USA: guerra económica, guerra mediática, fomento del aislamiento internacional y cómo no, violencia y más violencia al interior del país, llegando al extremo de quemar vivas a personas por el terrible delito de parecer chavistas. Al final, se trata de generar el caos suficiente para poder propiciar una intervención exterior.

Frente a ellos, el Gobierno de Maduro siempre ha apostado por el diálogo y el entendimiento, pero como a través de los poderes ordinarios del Estado ha sido imposible superar la crisis, ha tocado activar un poder extraordinario: el poder constituyente del pueblo.

Así, si todo va bien, el próximo día 30 de julio el pueblo de Venezuela elegirá los representantes a la Asamblea Nacional Constituyente. Su misión, redactar una nueva constitución perfeccionando la anterior, para intentar asentar un escenario de paz y avanzar en aquellos aspectos en los que el proceso de cambio ha tenido y tiene manifiestas carencias: superación de la economía rentista-petrolera; combate de la corrupción y el burocratismo; reforma de la Justicia; constitucionalización de las misiones sociales; reconocimiento de las instituciones del poder popular (comunas y consejos comunales); etc.

No será tarea fácil. Al boicot de la oposición y la oposición de ciertos sectores del chavismo hay que sumarle unas clases populares que en los últimos años dan síntomas de descontento, y que no han encontrado en sus dirigentes ni el liderazgo ni la inspiración suficientes como para movilizarse de forma suficientemente masiva en defensa de la revolución (tendremos que hacer autocrítica por ello).

Sin embargo, soy de los que quiere pensar y piensa que en Venezuela, abajo y a la izquierda, sigue habiendo un pueblo digno capaz de estar a la altura del momento histórico que afronta; capaz de cerrar las puertas al fascismo como tantas veces lo hizo durante los últimos años. Quiero pensar, parafraseando a Robespierre, que en Venezuela aún existe la virtud entre dirigentes y militantes de base; «aún existen almas sensibles y puras; aún existe ese horror profundo a la tiranía, ese celo que se compadece de los oprimidos, ese amor sagrado a la patria, ese amor aún más sublime y más puro a toda la humanidad, sin el que una gran revolución no es más que un crimen estruendoso que destruye otro crimen». Quiero pensar, en definitiva, que existe energía popular suficiente como para refundar la primera república de la segunda independencia latinoamericana.

No cabe ser equidistante ni quedarse de lado. Entre un chavismo en dificultades y el ataque del imperio, yo, como mis panas de Venezuela, lo tengo claro: #ConstituyenteAntiimperialista, aurrera!