Mikel CHAMIZO
CRÍTICA

Un meritorio Debussy por un cuarteto renqueante

El cuarteto de cuerda es quizá el más elevado exponente de la música de cámara y el que conlleva una filosofía de vida más comprometida con el perfeccionismo. Los miembros de los mejores cuartetos llevan media vida tocando juntos, se conocen a la perfección y, en algunos casos, su dedicación al cuarteto es casi exclusiva. La recompensa a tal dedicación y familiaridad es poder alcanzar cotas de profundización en sus interpretaciones que serían inconcebibles para conjuntos más casuales. Por eso resultó chocante que el Cuarteto Akilone no suspendiera su actuación en la Quincena Musical tras conocerse la enfermedad de una de sus violinistas, Elise De-Bendelac, que sustituyeron por Marc Desjardins, hermano de la violista. El programa, claro está, hubo de ser remodelado, pues difícilmente se pueden abordar los complejos cuartetos de Beethoven y Dutilleux con un sustituto de última hora.

En su lugar se trajeron cuartetos muchos más asequibles de Mozart y Haydn, pero incluso aquí se notó cierta rigidez en las interpretaciones. No porque Marc Desjardins sea un mal violinista: mostró un precioso color y sutilidad de fraseo en sus intervenciones en Haydn. Pero la visión del grupo sobre las obras se notaba un tanto hilvanada, bien ejecutadas pero sin aportarles una personalidad propia. Con la segunda parte, sin embargo, el nivel interpretativo se elevó súbitamente. El Akilone es un cuarteto muy vinculado al repertorio francés y la música de Debussy deben llevarla en la sangre, a tenor de la precisión, elegancia y energía con la que abordaron esta obra maestra del país vecino.