Jon CUESTA
CAMBIO CLIMÁTICO: SEQUÍA Y HAMBRUNA EN EL CUERNO DE ÁFRICA (Y II)

REFUGIADOS HUYENDO DEL CLIMA

El año pasado, 23 millones de personas tuvieron que desplazarse en el mundo huyendo de las condiciones climatológicas extremas. Son los refugiados climáticos, un colectivo que carece de estatus legal pero que el cambio climático hará más frecuente en el futuro.

En la desgraciada era de los refugiados, estamos hastiados de imágenes de violencia. De muertes en el Mediterráneo, de personas que huyen del infierno de guerras interminables o de la pobreza extrema, y que buscan un futuro más próspero para sus familias en lugares alejados del horror. Son los refugiados que conocemos, los que ocupan noticias en los telediarios y titulares en los periódicos. Los que huyen por motivos de violencia y persecución o por causas económicas. Son quienes tienen estatus legal en el derecho internacional, a pesar de las criticables políticas europeas de acogida y asilo.

Las consecuencias del calentamiento global del planeta llevan tiempo definiendo una figura que aún no está recogida en el derecho internacional, pero que aumenta a un ritmo imparable: la del refugiado climático. Según el último informe de Internal Displacement Monitoring Centre, que provee información y analiza las migraciones en el mundo, más de 23 millones de personas tuvieron que desplazarse por las condiciones climáticas extremas de sus hogares en 2016. La Fundación por la Justicia Medioambiental pronostica 150 millones de refugiados climáticos en los próximos 40 años si no se consiguen mitigar los efectos del cambio climático en el planeta. «No es extraño hablar de refugiados medioambientales», sostiene Fidel González Rouco, investigador del Instituto de Geociencias (CSIC-UCM) y coautor del último informe del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) de Naciones Unidas. «Las migraciones se deben a un contexto en el cual influye la situación económica y la producción agrícola y ganadera de países que son sensibles a la evolución del clima y a la sequía», comenta. «Cuando eso no está bien es más probable que se produzca también inestabilidad social, inestabilidad política y conflicto, y que se abone el terreno para favorecer el desplazamiento de quienes se encuentran en una situación crítica y buscan una vida mejor».

Aunque aún no existen marcos legales que amparen a estos refugiados, la ONU utiliza ya el término de manera habitual en varias de sus publicaciones y ACNUR, su agencia para los refugiados, ha estimado que la cifra de refugiados medioambientales podría variar de 250 a 1.000 millones de personas en 2050. «No es difícil pensar que en algunos lugares del globo esto se pueda acentuar en el futuro», añade González Rouco. «La brecha entre el mundo más desarrollado y el menos desarrollado se va a hacer más grande y sin duda va a favorecer ese tipo de situaciones».

Abdi Farah Hassan, pastor nómada, decidió hace un año huir de su hogar en Buur Hakaba, al sur de Somalia. «Decidimos abandonar nuestra casa porque la sequía se llevó todo lo que teníamos». Abdi, de 55 años, vivía junto a su esposa y sus siete hijos hasta que la falta de lluvia y la muerte de todo su ganado le puso rumbo al campo de refugiados de Dadaab, en la frontera entre Kenia y Somalia. El durísimo trayecto a pie duró varias semanas y se llevó por delante a cuatro de sus hijos. No aguantaron la travesía y murieron de hambre. Abdi y su mujer, Shumey, cavaron varias zanjas con sus propias manos para enterrarlos en el camino. En Dadaab, el campo de refugiados más poblado del planeta –se ha convertido en el segundo núcleo poblacional más grande de Kenia tras la capital, Nairobi–, aún no han conseguido el estatus de refugiados, al igual que otras 800 familias como la de Makay Mad Aliyow, también originaria de Somalia.

Cuando la vida en su región al sur del país comenzaba a borrarse por la falta de agua, decidió que era hora de huir. «Hablé con mi marido y decidimos coger a nuestros cinco hijos y salir». Dejaron su casa, su entorno y sus pertenencias, y se embarcaron en un terrible viaje caminando hasta el campo de refugiados de Dadaab. «Por el camino vimos niños que habían muerto y también animales salvajes que merodeaban por los alrededores buscando su botín», recuerda. «Espero poderme quitar pronto esas pesadillas de mi cabeza». Cuando llegaron al campo de refugiados, sus hijos estaban malnutridos. Tres de ellos fueron hospitalizados por cólera y altas fiebres y el mayor de ellos no pudo sobrevivir. Ahora, año y medio después de llegar a Dadaab, todavía siguen esperando algún reconocimiento de ACNUR (la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados) y del Gobierno de Kenia, y dependen de la ayuda de algunos familiares. «Se han olvidado de las víctimas de la sequía», lamenta.

Limbo legal

La Convención de Naciones Unidas sobre los Refugiados de 1951 no incluye la protección en caso de desplazamiento por causas climáticas, y resulta compleja esa calificación en lugares que en muchas ocasiones aúnan condiciones climáticas extremas, conflicto y violencia. «Tenemos migraciones importantes desde Oriente Medio o el norte de África hasta Europa de personas que buscan una vida mejor, pero es difícil establecer una vinculación directa de estos movimientos con la situación climática», comenta Fidel González Rouco. «Es un cúmulo de factores que incluyen la inestabilidad climática asociada a la sequía en muchas regiones».

El Acuerdo de París sobre el clima, aprobado el 12 de diciembre de 2015 por 195 de los 197 países participantes –y del que recientemente se salió Estados Unidos–, muestra cierta sensibilidad sobre las migraciones de carácter medioambiental y exige la creación de un grupo de trabajo que «desarrolle recomendaciones para que se adopten estrategias integradas que eviten, reduzcan al mínimo y den solución al desplazamiento relacionado con las consecuencias adversas del cambio climático». A pesar de ello, el acuerdo no resuelve la falta de reconocimiento internacional y el limbo legal en que estos refugiados aún se encuentran.

Futuro incierto

La firma del Acuerdo de París fue considerado por muchos como el mayor consenso político en la lucha contra el cambio climático. El documento comprometía a naciones desarrolladas y a los países en desarrollo a moverse hacia una economía baja en carbono. Además, indicaba la responsabilidad de los países más ricos en dar apoyo financiero a los demás para ayudarles a reducir sus emisiones.

La decisión de Donald Trump de desmarcarse del acuerdo es un enorme paso atrás, ya que Estados Unidos es el segundo emisor de gases de efecto invernadero del mundo. «El Acuerdo de París establece nominalmente un objetivo, que es que el aumento de temperatura no sea mayor de dos grados al final del siglo XXI», recuerda Fidel González Rouco. «Es una meta de referencia que se puede discutir, pero es bastante objetivo decir que si el segundo emisor mundial no se compromete con ese objetivo va a ser mucho más difícil mantenerlo».

Mar Gómez, doctora en Físicas y meteoróloga de eltiempo.es, insiste en la acción humana como principal responsable del cambio climático. «El último Panel sobre el cambio climático habla de que la influencia humana es vital, que no se alcanzaban niveles así de emisión de gases de efecto invernadero, de dióxido de carbono, de metano y de óxido nitroso desde hace 800.000 años». El aumento de temperaturas ha provocado «el deshielo de los polos y terribles consecuencias no solo en términos naturales sino también en los ecosistemas, en la vida humana y de los animales», añade. Paradójicamente, los países pobres, que históricamente menos han contribuido a la emisión de gases contaminantes en el planeta, son quienes más están sufriendo las consecuencias del calentamiento global. «África, por ejemplo, solo emite un 3% de los gases de efecto invernadero, y en algunas de sus regiones el efecto del cambio climático ha hecho que no llueva desde hace más de un año y la sequía sea devastadora», afirma Gómez.

Las cifras varían, pero todos los expertos coinciden en que cada vez habrá más refugiados climáticos, y no solo en países pobres. «La mayor parte de la población mundial está en las costas –recuerda González Rouco–. La subida del nivel del mar y el impacto de la sequía en muchas regiones contribuirá en el futuro a producir inestabilidad social y económica». Según un estudio de la Universidad de Cornell, en Nueva York, en el año 2100 una quinta parte de la población mundial –2.000 millones de personas– podría convertirse en refugiada por las consecuencias del calentamiento global. «Vamos a tener mucha más gente en menos superficie habitable antes de lo que pensamos», afirma Charles Geisler, profesor emérito de Sociología de la Universidad de Cornell.

De momento es cosa de otros. De Abdi y su familia. De Shumey. De Makay. De rostros lejanos de telediario. Pero el cambio climático avanza imparable para cambiar el planeta que todos conocemos hoy. Según Mar Gómez, ya «es un poco tarde» para frenar los efectos del calentamiento global. Se nos agota el margen de reacción. «Nosotros mismos podríamos ser refugiados climáticos en un futuro», advierte.