Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Camina conmigo»

Teorización del momento presente

Como en todo juego, una película plantea al espectador una serie de reglas y aceptado el reto, cada cual asume y reflexiona entorno a lo que le legó su visionado. Este ejercicio se repite constantemente y da igual que tipo de película sea la elegida porque incluso en los filmes más insignificante topamos con ciertos códigos que son inherentes al cine. Cuando alguien apuesta por reflejar en la pantalla una serie de conductas espirituales que tienden a ser muy personales e íntimas, el juego entra en otro tipo de fase porque resulta realmente complejo adentrarse en una maraña de cuestiones existenciales que, dichas mediante una voz en off –que por mucho que sea la de Benedict Cumberbatch– cae en el riesgo de transformarse en una especie de letanía reiterante que puede tornarse en cansina. Todo ello unido a los silencios nada complices y sonrisas que revelan una gran paz interior. Hay que ser un auténtico maestro para captar este tipo de cuestiones y lo primero que me vino a la memoria mientras veía “Camina conmigo” fue “El gran silencio”. Dicha la maldita comparativa, lo único que me demostró el documental que Marc Francis y Max Pugh han filmado sobre las enseñanzas del viejo maestro de la meditación zen Thich Nhat Hanh, es la grandeza cinematográfica que encerraba aquel documental rodado con mucho escrúpulo por el alemán Philip Groning cuyo reto era mucho mayor ya que el silencio acaparaba las dos horas que el espectador compartía con los monjes cartujos y todo ello se transformaba en un alquímico estado de calma nada artificioso que trascendía la pantalla.

Por contra, lo que encuentro en “Camina conmigo” es una exaltación del mindfulness en el que el individuo queda eclipsado por la pronunciada sombra del mentor vietnamita a lo largo de un ejercicio de autocomplacencia en el que la reflexión y la paz interior acabaron por extraer de lo más profundo de mi ser un bostezo telúrico.