Oihane LARRETXEA
UN DÍA EN LA VENDIMIA

RACIMO A RACIMO Y A MANO, EL VINO

EL SOL HA ABRAZADO EL OTOñO Y HA COMENZADO A TOSTAR LAS HOJAS DE LAS CEPAS. OCRES, ROJIZOS Y VERDES, ENTRE LAS VIñAS DEL BELLO PAISAJE DE LA RIOJA ALAVESA SE DISTINGUEN ESPALDAS QUE SE CURVAN PARA RECOGER LAS UVAS Y CARGAR PESADAS CAJAS AL HOMBRO. EL TRAJÍN DE LA VENDIMIA LLENA ESTOS DÍAS DE VIDA Y MUCHA FAENA LAS BODEGAS.

Atraído como por un enorme imán, el coche parece recorrer hipnotizado la carretera que atraviesa la Rioja Alavesa. Serpenteante, se abren como un manto a ambos lados viñedos y más viñedos, en un tierra caprichosa, coqueta, llena de montículos que asoman y se vuelven a esconder. En los altos se distinguen los campanarios que capitanean los pequeños municipios de la comarca. Por las ventanillas, abiertas de par en par, entra el frescor de la mañana tempranera y el silencio, solo roto por el motor de varias camionetas que transportan miles de kilos de uva. Del viñedo a la bodega; de la bodega, vuelta al viñedo, y así de forma sucesiva durante treinta días, a veces más, a veces menos, de lunes a domingo, hasta recoger el último grano.

Ha llegado la hora de la vendimia, unas tres semanas antes de lo habitual. Un trabajo duro y sacrificado, también hermoso, que desde las bodegas Luis Cañas, en Eskuernaga (Villabuena), desgranan para GARA como los temporeros las cepas.

Cada finca, o terreno, tiene su propio nombre; hoy toca vendimiar «El Palacio», de 2,5 hectáreas y 60 años de antigüedad. Está situada justo en las faldas de la bodega. Los temporeros ultiman su almuerzo antes de volver al trabajo. Comienzan la jornada a las 8.00 y paran a comer a las 14.00. Lo retoman a las 15.30 para dar por concluido el día a las 19.00, aunque la climatología es la que manda. Siempre ella. Se trabaja los siete días de la semana durante el tiempo en que se prolonga la vendimia, aunque los días de lluvia no salen al campo.

En esta bodega familiar hay 35 temporeros, hombres y mujeres (cada año trabajan con el mismo equipo), y durante la temporada se instalan en la misma casona. Tienen sus habitaciones y sus duchas, una zona común de ocio con dos televisiones, un comedor, una zona de despensa, la cocina y la enfermería. Iñaki Cámara, gerente de la bodega, señala la importancia de las instalaciones y el confort para que reposen y recuperen fuerzas para poder afrontar este oficio que exige tanto físicamente.

En cuadrilla y por parejas

Este año comenzaron a vendimiar el 6 de setiembre. La cosecha viene marcada, en gran parte, por la helada que hubo en la madrugada del 28 de abril. «Nuestro patrón, San Prudencio, llegó sin piedad», apunta Juan Luis Cañas, propietario. Se registraron temperaturas de hasta tres grados bajo cero durante cuatro horas, algo letal para la uva, una fruta delicada. Al día siguiente, además, el sol fue muy intenso y quemó más aún el hollejo o piel del grano.

Ahora el terreno está seco, agrietado, lleno de estrías, pero es fértil y está lleno de vida. Las hojas están tiesas y los racimos tersos; tienen un brillo especial, como satinado, parecen suaves, de terciopelo negro.

Clac, clac, clac, clac… una y otra vez. Las tijeras se abren y se cierran a un ritmo asombroso, y separan sin miramientos los racimos de los sarmientos, la rama principal de las cepas. Las racimas, que salen de las ramas secundarias, se dejan estar.

Las cuadrillas suelen estar conformadas por unas diez personas y se dividen por parejas. De dos en dos vendimian cada renque (así se le llama a cada fila o hilera de viñas). Al mismo tiempo, cada grupo tiene a un responsable, una persona de referencia a la que acudir en caso de cualquier duda o necesidad. Jesús es quien está al mando hoy en «El Palacio». También hay siempre un capataz; él es Eduardo, que desde la camioneta recibe las cajas llenas y reparte otras vacías.

Calzado que se adapte bien a la superficie, una gafas para protegerse los ojos de las ramas, guantes y tijeras. Esos son los elementos fundamentales y principales de la persona temporera. Y, claro está, la caja en la que ir depositando los racimos. «Esa nunca hay que perderla de vista», aconseja Jesús. A la cepa hay que cortarle las uvas sin miedo, dice, poner una mano bajo los racimos y con la otra cortarlos. «Y procurar que entre más de una pieza en la mano para que el trabajo sea más ágil. También tenemos que estar atentos a que no quede uva buena sin recoger, y que no se cuele hojarasca. Si hay granos que no sirven, se selecciona y sanea al instante», explica.

Se recorre el renque desde lo alto hacia la camioneta, para ir llenando la caja según se van acercando a ella y cargar con el peso sobre los hombros la menor distancia posible.

Los dos compañeros que comparten renque se van apoyando continuamente: cuando uno ha cortado lo suficiente, su pareja le ayuda a elevar la caja para transportarla. Mientras este se la lleva, el otro permanece vendimia por los dos para que nadie se quede atrás. Estas labores de ayuda mutua se hacen después a la inversa y de forma alternativa. Y si al completar el renque aún alguien tiene faena por hacer, se le ayuda, cuenta Jesús, llegado desde Quesada (en Jaén), como el resto de esta cuadrilla. También hay temporeros venidos desde Murcia.

La resistencia del cuerpo

Esta vendimia llega más exigente de lo habitual. Las heladas no afectaron igual a todas las viñas; incluso en la misma cepa hay racimos que se lastimaron y otros que aguantaron. Esto ha requerido a la bodega Luis Cañas un trabajo adicional y muy meticuloso: marcar una a una y de forma manual con bridas rojas las frutas dañadas. «Se hizo en agosto, cuando aún se diferenciaban las que se vieron afectadas de las que no», explica Cámara. Por lo tanto, hay una primera brotación, que es la que ahora están recogiendo. La segunda, «con una diferencia de maduración de unos 20-25 días», se recogerá dentro de dos semanas, según calculan. Es decir, recorrerán de nuevo las 350 hectáreas de fincas propias y controladas que tiene Luis Cañas repartidas en unas mil fincas de pequeñas dimensiones.

La clave del trabajo, en palabras de Jesús, es la «continuidad». Van muy rápido, pero «no corremos», matiza. «Mantenemos el ritmo, no lo alteramos». Esa es una de las diferencias entre las distintas generaciones que comparten campo. El brío lo tienen todos, pero la vitalidad y frescura la ponen los jóvenes. Los veteranos tienen la sabiduría y la constancia, saben administrar y racionar el esfuerzo, importante para aguantar la larga jornada.

De las generaciones precedentes están aprendiendo Luis David y Jonathan, ambos de 22 años. «Me fijo en la forma de cortar de uno y de otro, cómo lo hacen, los trucos y las formas que puede tener cada uno. Llevan haciéndolo muchos años, así que sus consejos son muy útiles», opinan.

Oriundos también de Quesada, un su tierra natal se dedican a recoger la oliva durante un par de meses; lamentan que el resto del proceso esté ya muy mecanizado, así que el trabajo no da para más. «Aquí sí nos necesitan», dicen, destacando lo artesanal del trabajo en esta bodega. De hecho, las labores no se limitan a la vendimia. Según explica Luis David, en julio comienzan con la escarda, es decir, a limpiar los brotes que nacen del tronco cepa a cepa. Pero antes, hacia mayo o junio, se hace el «desniete». «Se trata de quitar los ‘nietos’ o ramitas que surgen en los sarmientos», explica Cámara. También se hace viña a viña... y a mano, claro.

Citan el esfuerzo físico como la parte más dura del trabajo; el cuerpo sufre, pero añaden que estar en contacto con la naturaleza es más gratificante que las cuatro paredes de una oficina. A Jonathan, por ejemplo, lo que más le gusta es la uva, cortarla, estar en contacto con ella… y el paisaje que les rodea.

Blas, veterano que lleva casi treinta años vendimiando, advierte de la importancia de «no perder de vista los diez dedos de la mano» porque las tijeras son muy afiliadas. Cuenta varias heridas y, al ser preguntado por su salud, asegura que «nacimos de hierro».

Y mientras la camioneta sigue su curso y se va perdiendo finca adentro con los temporeros detrás, otras llegan desde terrenos colindantes a la zona de descarga, directos a la enorme báscula de hormigón.

Un dato vuelve a poner de relieve el esfuerzo humano que hay detrás de cada botella: los mil kilos de uva que de media recoge cada temporero al día.

Y el enorme imán nos retiene esta vez en la tierra cuarteada, rota, rugosa que, sigilosamente, hace brotar uva garnacha, viura, malvasía, tempranillo blanco y tinto, y graciano. Unos poquitos de chardonnay y cabernet sauvignon. Las cepas son cada vez más rojizas, más doradas.