Víctor ESQUIROL
«So Help Me God»

Está ocurriendo cerca de tu casa

En 1992, es decir, doce años después de aquel “Holocausto caníbal” y siete antes del no menos icónico “Proyecto de la bruja de Blair”, tres cineastas belgas firmaron, a seis manos, uno de los mayores hitos del cine de género de aquella década. “Ocurrió cerca de su casa” pilló al personal desprevenido, circunstancia que poco después confirmaríamos como casi imprescindible para asegurar el éxito (descomunal) de todo producto que decidiera enrabolar la bandera del falso documental.

Ahí estaba la clave, y ahí sigue estando. Sin avisar a nadie, Belvaux, Bonzel y Poelvoodre se sirvieron de las técnicas de la no-ficción cinematográfica para vendernos una ficción (no-declarada) sobre las desventuras de un asesino en serie. En aquel momento, aplaudimos a rabiar... sin saber si reír, estremecernos o probar con ambas reacciones al mismo tiempo.

Desde entonces, Bélgica ha ido golpeándonos eventualmente con lo mismo. Sirva como otro ejemplo de dicha tendencia la deliciosa “Vampires”, de Vincent Lanoo, divertido mockumentary sobre una familia de chupasangres balona. Pues bien, siete años después de este último antecedente, llega a Donostia la dupla compuesta por Jean Libon e Yves Hinant y, de nuevo, nos invitan a mirarnos los unos a los otros antes de manifestar, con total inseguridad, nuestra reacción ante lo que estamos viendo y oyendo. Que Dios nos ayude, sí... “So Help Me God” luce todas aquellas maneras y tics que ayudan a nuestro subconsciente a reconocer un documental. Pero ante nosotros está un objeto mucho más amigo de lo “no-identificado”.

Una vez más, se difumina el guion que separa el “no” de la “ficción”. El gancho de la película consiste en estudiar el día a día de uno de los personajes públicos más peculiares de Bruselas: la jueza de instrucción Anne Gruwez. El resultado, cómo no, acaba instalado en esta misma peculiaridad.

A cada corte de escena pueden haber transcurrido pocas horas o varias semanas, siendo la mencionada Gruwez el único elemento imperturbable de la narración. Ella, con su sonrisa y su potencialmente conflictivo sentido del humor, nos guía a través de varias investigaciones policiales y procesos judiciales que nos permiten descubrir los bajos fondos de la capital (artifical) de la Unión Europea. Maltratadores, agresores de todo tipo y lunáticos desfilan ante un teleobjetivo que claramente condiciona y dirige la acción. Las situaciones propuestas por Hinant y Libon son tan pintorescas y cafres que poco importan las dudas sobre si lo que se nos muestra es real o no. Por el contrario, urge una discusión a fondo sobre la conveniencia (o no) de la sátira grosera a la hora de abordar temas tan sensibles como la convivencia cultural o las tendencias fascistas de las autoridades para con el ciudadano de a pie. Incómodo, sí, y mucho, pero bienvenido debate.