EDITORIALA
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La clave de la independencia es una cultura política diferente, mejor

La gran diferencia en estos momentos entre el pueblo catalán y el Estado español la marca la cultura política. Es decir, una combinación compleja y particular –que no aleatoria– de elementos antropológicos y agendas políticas. Una visión compartida que se construye en las sociedades a través de luchas históricas y que evoluciona condicionada por las tendencias generales de cada época. Las estrategias se pueden controlar, funcionen o no, se apliquen o no. Las políticas públicas o populares se pueden evaluar. En cambio la cultura política no se puede diseñar, no se puede replicar, no es controlable. Responde a multitud de interacciones de la ciudadanía, algunas organizadas y otras muchas espontáneas. Las decisiones que se toman, las comunitarias y las individuales, acaban transformando esa visión del mundo que impregna una sociedad en un momento histórico determinado.

Hoy en día la cultura política de catalanes y españoles es totalmente divergente. La española se caracteriza por una visión autoritaria, negacionista, policiaca, metropolitana, cabreada y profundamente antidemocrática. Por contraste, en este momento la catalana es principalmente emancipatoria, dialéctica, pluralista, formada y amable –aunque quizás con un punto cínico–. Cuidado con el ensimismamiento, la admiración infantil y la xenofobia. Idiotas hay en todas partes. También hay que subrayar el mérito y valor de las personas y organizaciones que dentro de una cultura política opresiva rompen estos marcos y se atreven a disentir.

En todo caso, desde un punto de vista humanista, progresista y pluralista en todos sus grados, desde el más naif al más radical, la revolución pacífica que están llevando adelante los soberanistas catalanes por la democracia y la libertad es envidiable e inspiradora. La capacidad para crear alianzas entre culturas políticas tan diferentes, la imaginación desplegada para esquivar la represión, la capacidad de trabajo y la profesionalidad, la comunión entre instituciones y sociedad civil, la serenidad y la inteligencia con la que han establecido un marco ganador… muestran una riqueza sociopolítica digna de estudio. En ese estudio saldrían otros elementos no tan positivos, sin duda. Algunos de ellos deberán ser recordados el lunes, a la hora de tomar decisiones.

En el origen del procés hay un principio reactivo evidente, que tiene en el Tribunal Constitucional su máximo protagonista y que se sostiene por la tendencia a humillar a la sociedad catalana que tiene desde siempre el establishment metropolitano. Pero en el proceso político esa reacción se ha ido transformando hacia una perspectiva endógena, basada en sus propias fuerzas, no subordinada al marco establecido por el Estado. Un esquema diferente para pensar y hacer las cosas. No está a debate que Catalunya es una nación, pero en este camino los y las catalanas han puesto a debate qué clase de nación quieren ser. Ese proyecto común, que hoy entra definitivamente en fase constituyente, no es compatible con un Estado liberticida y negacionista.

En perspectiva de guerra, se abren frentes

A la hora de cerrar esta edición no se sabe cómo transcurrirá la jornada plebiscitaria en Catalunya. Como vascos, es difícil no pensar en una especie de estado de sitio, en una represión feroz por parte de las FSE y del Gobierno del PP contra el pueblo que quiere votar y contra sus representantes e instituciones. Por experiencia, será hoy o será mañana, pero será. Es cierto que si el Estado decide no ceder en esta batalla es probable que pierda la guerra; pero eso quiere decir que aún queda guerra. La violencia vendrá del lado español y las víctimas de la injusticia van a correr del lado catalán.

El escenario es paradójico desde el punto de vista vasco. El conflicto en Catalunya puede confirmar a la vez el relato de la ruptura y la estrategia de la institucionalización, sin que el hecho de que las dos grandes familias políticas vascas tengan su parte relevante de razón en el diagnóstico suponga un avance político de por sí. Y sin que el imprevisible fenómeno del unionismo democrático sea capaz de formular un proyecto propio para la ciudadanía vasca en clave nacional y social. Eso sí, el derecho a veto del unionismo autoritario caduca hoy.

Las condiciones objetivas van a cambiar totalmente y, en las subjetivas, no queda otra que construir una nueva cultura política vasca que, por definición, será diferente de la catalana y de la española. ¿Mejor? Sólo lo podrá ser si se construye desde sus fortalezas, no desde las miserias o hazañas ajenas.