Jesús ARBOLEYA
Exdiplomático cubano en Washington y columnista de “Progreso Semanal”
UNA MÁQUINA DE PRODUCIR ENEMIGOS

Donald Trump contra Donald Trump

«La variable Trump ha alterado el resultado de la ecuación» y ello explica la disfuncionalidad actual del gobierno y del sistema de EEUU, que el autor analiza con pedagogía en estas líneas.

A pesar de no haber contado con el apoyo del establishment político en su campaña, cuando Donald Trump accedió a la presidencia de Estados Unidos y se rodeó del gabinete más rico que haya gobernado ese país, pensé que se había consumado una nueva versión de lo que la periodista norteamericana Naomi Klein ha denominado el «Estado corporativista», o sea, un gobierno donde en la práctica desaparecen las líneas divisorias entre las funciones públicas y los grandes intereses empresariales y financieros.

Era de esperar entonces que, al menos dentro del equipo gubernamental, primara la armonía resultante de la coincidencia de intereses. Sin embargo, la variable Donald Trump alteró el resultado de la ecuación. Solo ello explica la disfuncionalidad que estamos viendo en el actual gobierno de Estados Unidos.

Egocéntrico, ignorante, grosero y pendenciero, Trump es una máquina de producir enemigos. Incapaz de lidiar con cualquier ser humano que no le rinda culto y obedezca sin chistar la más descabellada de sus órdenes, Trump ha roto con cualquier apariencia de gobierno colegiado. El premio Nobel Paul Krugman lo comparó con un huracán que ha barrido con las reglas de la administración pública estadounidense.

Los escándalos, renuncias y sustituciones han sido una constante en los apenas ocho meses de su administración, así como andan en curso varias investigaciones que involucran al presidente, sus familiares y colaboradores más cercanos. A pesar de contar con mayoría en ambas cámaras, Donald Trump no ha podido unificar a su propio partido y concretar las legislaciones que garantizan su agenda política.

Sus conflictos personales abarcan a una amplia gama de personalidades públicas, el mundo artístico y la prensa, que ha mantenido un acecho constante sobre su gestión. Ha insultado a comunidades enteras, desde los musulmanes a los latinos, y ha sido particularmente insensible ante tragedias como las de Puerto Rico y Las Vegas.

Es difícil encontrar a otro presidente que en tan poco tiempo haya dañado más la credibilidad de Estados Unidos en la arena internacional. Las relaciones con los aliados pasan por su peor momento y han sido proverbiales sus encontronazos con otros líderes extranjeros, quienes por lo general lo perciben con una mezcla de desconcierto, temor y desprecio. No parece que Trump respete a alguien, con la excepción de Vladimir Putin y por eso lo andan investigando.

Tanto hacia lo doméstico como en política exterior, Trump se ha comportado como un pirómano obsesionado con prender fuego a todo lo que huela a Barack Obama. Hasta el punto que un senador republicano tan prominente como Bob Corker, presidente del Comité de Relaciones de esa cámara y uno de los pocos que lo apoyó en la campaña, ha dicho públicamente que Trump conduce al mundo por el camino a la tercera guerra mundial.

Donald Trump resulta tan tóxico para el funcionamiento del sistema norteamericano y el capitalismo en general, que no es descartable su remoción antes de que concluya su mandato, como auguran algunos. Las elecciones parciales del próximo año serán un indicativo de la fuerza de esta tendencia.

Sin embargo, esta problemática también puede ser analizada desde otra perspectiva. Si bien la conducta de Trump es disfuncional para el sistema, no necesariamente lo es para sus propias aspiraciones políticas ni sus intereses personales, debido a que el sistema se ha tornado disfuncional en sí mismo.

Desde el fin de la guerra fría, la industria militar norteamericana y los servicios asociados a ella se han visto precisados a «inventar» conflictos para sostenerse. Es lo que se llama «la economía del desastre», que tuvo su apogeo durante la administración de George W. Bush. En esencia, lo que conviene a estos grupos nacionales y transnacionales no es la estabilidad mundial sino el caos selectivo y Trump se pinta solo para ayudarlos.

Es predecible que recibirá el apoyo de estos sectores, muy influyentes en la política norteamericana, da igual cuantos secretarios renuncien o despida, cuantas críticas reciba de la prensa, cuantas manifestaciones se realicen en su contra o cuantos dignatarios extranjeros se escandalicen con sus acciones. Lo dejarán vivir su reality show, como dijo Corker, y solo importará mantenerlo dentro de ciertos límites, para impedir que acabe con el mundo.

Para enfrentarse a sus opositores, Trump también cuenta con una base electoral que no ha disminuido a pesar de sus dislates. La razón es que Trump hay más de uno, digamos que el 30 % del electorado. Cuando hace declaraciones apoyando el maltrato de las minorías; amnistía al aguacil Joe Arpaio, torturador de inmigrantes, o pide sanciones para atletas que critican el racismo, sabe que está complaciendo a estas personas.

No son mayoría, pero pueden ser suficientes para elegirlo, debido a que usualmente apenas vota el 50 % del padrón electoral. Resulta difícil contraponerlos porque los demócratas atraviesan su propia crisis de credibilidad, porque prácticamente no existe una izquierda organizada, porque los sindicatos no están en capacidad de representar a los trabajadores y los movimientos sociales están dispersos y divididos.

Lo más probable es que si Trump pierde las elecciones de 2020, a las que prácticamente ya anunció su candidatura, no será por la potencia de un candidato opositor que el sistema norteamericano no está en condiciones de producir, sino por su propia capacidad para movilizar a tanta gente en contra.

Quizás sea Donald Trump quien a la larga derrote a Donald Trump. Mientras, hay que temerle a los twitters.