Javi JULIO
Zarzis (Túnez)
RESCATE DE MIGRANTES EN EL MEDITERRÁNEO (I)

LIFELINE, MÁS QUE UN BARCO DE RESCATE EN AGUAS LIBIAS

Mientras la Unión Europea entrena a milicianos para reconvertirlos en guardacostas en Libia, personas anónimas de la sociedad civil europea, a través de organizaciones no gubernamentales, realizan tareas de salvamento de quienes huyen de la guerra o el hambre en sus países de origen.

La última vez que vimos una barca, eran insignificantes en medio del mar, tan solo un pequeño punto negro en el horizonte. Los vimos de casualidad», recuerda Josepina, 70 años, la enfermera de a bordo, mientras otea con sus prismáticos el horizonte, entre las olas, en busca de embarcaciones. En esa ocasión, el último día de la primera misión bautizada como Maydayterraneo, más de 300 personas fueron rescatadas de una muerte segura en medio del mar, ya que cuando se les detectó uno de los neumáticos de la precaria embarcación estaba ya pinchado y el agua comenzaba a entrar peligrosamente. Sin testigos, ni siquiera llegarían a formar parte de una cifra de muertes que no para de crecer.

Durante la segunda quincena de octubre, tan solo el SeaEye y el Lifeline patrullan al límite de las 24 millas permitidas frente a la costa de Libia, en la conocida como zona SAR (Search and Rescue), donde se realizan las intervenciones de salvamento.

Amanece en lo alto del puente del Lifeline. Los primeros rayos de sol comienzan a dar un tono rojizo a la espuma de las olas y también a los rostros de los voluntarios que, en su turno de guardia, siguen mirando al mar en busca de esos diminutos puntos negros. En el barco se funciona con guardias de cuatro horas, en las que mientras unos miembros descansan, el resto continúa buscando.

«En Chíos era más fácil. Los chalecos salvavidas naranjas se podían ver desde lejos. Pero aquí, vienen sin nada. Tan solo con su ropa». Para Jon Arrieta, bombero gasteiztarra de 53 años, esta es su primera misión en el barco, aunque en 2015 y 2016 estuvo en tres ocasiones, durante sus vacaciones, trabajando en la isla griega de Chíos. «Sería imperdonable salir de la zona SAR y no ver un barco que se haya quedado a la deriva», dice.

Todos los miembros de la tripulación han tenido experiencias en labores de rescate. Desde 2015, tanto ellos como el personal médico habían acudido a Grecia a trabajar, sorprendidos doblemente: por las imágenes de familias buscando refugio en Europa que huían de situaciones de violencia en sus países y por la falta de respuesta de los estados de la UE ante esta grave crisis migratoria.

Por un lado están los miembros de Proemaid, una pequeña ONG con base en Andalucía, compuesta en su mayoría por bomberos o patrones de barco, que durante año y medio asistió a las arribadas de pequeños botes que desde la costa turca llegaban hasta la isla de Lesbos. La otra ONG que aporta rescatadores es la vasca Salvamento Marítimo Humanitario (SMH), que asistió a las llegadas a la isla de Chíos.

Desde la aplicación del pacto entre la Unión Europea y Turquía, con el que el Gobierno de Erdogan empezó a ejercer labores de portero de Europa, SMH ha pasado de asistir en las llegadas a transformar su misión en un pequeño hospital, compuesto por voluntarios y refugiados que han quedado allí atrapados y que trabajaban como sanitarios en sus países de origen.

Convertido en barco de rescate

El Lifeline esta viviendo una segunda vida. Este pequeño barco de 31 metros de eslora fue en principio una embarcación científica creada para realizar investigaciones oceanográficas. Fletado en los astilleros escoceses de Aberdeen a finales de los años 60, la ONG alemana SeaWatch lo compró hace varios años. Se tuvieron que realizar entonces varias reformas para reconvertirlo en barco de rescate. El laboratorio donde se realizaban los estudios de muestras fue transformado en un pequeño hospital, se añadieron varios camarotes más para poder sumar una mayor tripulación y se mejoró el radar. Tras varios años prestando servicio con el nombre de SeaWatch2, la ONG alemana junto con Proemaid y SMH unieron sus fuerzas para volver a fletarlo de nuevo.

En el puente de cubierta y entre el movimiento de las olas, Iñigo Mijangos, miembro de SMH, comprueba la ruta de navegación. A este bilbotarra de 48 años afincado en Gorliz la relación con el mar le viene de lejos. Durante años trabajó en el puesto que la Cruz Roja del mar tiene en Arriluze, y tiene claro cuál es el cometido de esta misión: «Me gusta sentir que hacemos esto porque la gente quiere que lo hagamos. Es un mandato de la sociedad civil, no de la Unión Europea. La gente con sus apoyos nos financia y nos da un sentido», añade, recordando las pequeñas donaciones anónimas que les permiten seguir adelante, sumadas a las de ayuntamientos como el de Donostia o Zarautz, o a la ayuda del Gobierno de Lakua.

«Sentí un profunda vergüenza»

Mijangos también asistió como primer oficial en el Lifeline durante su primera misión. «Las dos primeras barcas que vimos eran de madera, de pescadores, más de lo que habíamos visto anteriormente en Chíos. Sin embargo, la tercera me desarmó», confiesa. «Unas 200 personas venían en un bote de goma y viajaban prácticamente desnudas, descalzas, sin chalecos salvavidas, con niños a bordo, con un pie en el agua y otro dentro del bote... Sentí una profunda vergüenza. La Unión Europea es consciente de todo esto y a mi cabeza volvieron las palabras que nos dijeron en Bruselas: ‘Nuestro mandato es el de control de fronteras’».

Desde agosto, son varias las ONG que han abandonado la zona SAR por no sentirse seguras frente a los guardacostas libios y por negarse a firmar el Código de Conducta de Roma, que entre otras cosas obliga a tener un oficial armado a bordo. «Es un paso más, es el secuestro de las ideas de las ONG. Nosotros establecimos un código de conducta voluntario, con los derechos humanos como principios. El Gobierno italiano secuestra esta idea y redacta un nuevo código que dice ser de obligado cumplimiento para las ONG que trabajan en la zona, donde impone un oficial armado a bordo, no realizar transferencias a otros barcos de rescate... Nosotros nos negamos a firmar algo así, que solo busca entorpecer nuestro trabajo y vaciarlo de contenido para convertirnos en una fuerza policial».

Tras el abandono de otros barcos de rescate y debido a las trabas que las autoridades europeas comienzan a poner, no se muestra muy optimista respecto al futuro: «Lo que persigue la Unión Europea es cerrar las fronteras. Para eso siguen una estrategia de construir una zona SAR bajo dominio de Libia hasta las 70 millas, para convertir la zona en una gran área gris, donde se van a producir devoluciones en caliente de personas que según el Derecho Humanitario Internacional tienen todo el derecho solicitar asilo. Se está entrenando a guardacostas libios en Cartagena, que es una base militar, cuando en España la base de entrenamiento de rescate está en Asturias. Además, las milicias aliadas del Gobierno son las que controlan la zona Oeste de Trípoli, de donde parten la mayoría de barcos con personas en busca de refugio. Se trata de milicias independientes que el Gobierno no domina. Y se pretende dar a todo eso un aire de normalidad».

La misión del Lifeline no se limita solo a las operaciones de rescate. Uno de sus cometidos es también el de ser testigos de lo que ocurre y vigilar para que no se produzcan devoluciones en caliente.

La tercera misión se ha cerrado sin rescates. En unos días, el barco llega al puerto de Malta para una revisión y para dar relevo al siguiente equipo. Tras la revisión, el barco partirá de nuevo hacia la zona SAR, en su cuarta misión.

«Tenemos programadas misiones hasta noviembre. El propósito es estar ahí por si hace falta. El flujo baja estos meses, pero las personas van a seguir pasando. Si pasa un bote con 200 personas y haces un rescate y no haces nada más... ¿habrá merecido la pena?¿Cuánto vale la vida de estas personas?».

Mijangos mira hacia la proa y añade: «El Mediterráneo es un mar que unía culturas. Me entristece mucho pensar que se aprovecha ahora como una barrera natural. ¿Cuántas personas habrán muerto durante estos viajes sin que nadie lo sepa? Por mucho que las cierren, buscarán nuevas rutas y más peligrosas. Y así solo conseguirán que muera más gente», subraya.