Oihane LARRETXEA
JORNADAS GURE LURRA

EL CASERÍO, SACRIFICIO Y AMOR A PARTES IGUALES

EL TRABAJO EN EL CASERÍO ES DURO Y SACRIFICADO, REQUIERE DE CONSTANCIA Y ESFUERZO. LOS TESTIMONIOS QUE OFRECIERON CINCO PRODUCTORES LOCALES EN LAS JORNADAS GURE LURRA DIERON FE DE ELLO. TAMBIÉN HAY SATISFACCIÓN Y AMOR POR SU OFICIO, VALORES QUE HEREDARON Y DESEAN TRANSMITIR. SIN EL PRIMER SECTOR, LO DEMÁS DIFÍCILMENTE SE SOSTIENE.

En los caseríos Agerre, Pokopandegi, Alberro, Eguzki Borda y Unanue se trabaja con el sudor en la frente. Las manos que hoy siembran y recogen las verduras, frutas y hortalizas, las que cuidan a las ovejas y a las vacas y elaboran quesos y yogures, aquellas que miman los bosques… todo aquello que recogieron de sus respectivas generaciones precedentes como ejemplo del tesón y del esfuerzo: aitonas y amonas que ya al alba estaban en marcha, que vendían los productos frescos en la Bretxa, padres y madres que cogieron el testigo aportando las innovaciones que requerían los tiempos. Caminos de largo recorrido, con crisis de ida y vuelta, con cambios en los estilos de vida y de consumo que obligaron y obligan a adaptarse.

Las jornadas sobre el primer sector “Gure Lurra, sembrando futuro” que ocuparon el Kursaal donostiarra acercaron ayer por la mañana los casos de Josu Oiartzabal (quesos), Antton Olaizola (manzanas y kiwis), Arantxa Goenaga (yogures), Balentin Gabilondo (ganadero y silvicultor) y Xabier Alberro (verduras y hortalizas).

Todos abrieron el cofre de sus recuerdos y citaron a sus antepasados, con admiración y cierta nostalgia, para explicar cómo y por qué han llegado hasta aquí, al día en que tienen sus negocios encauzados. El único que confesó tener claro desde niño que aquello iba con él fue Oiartzabal: él era feliz con sus ovejas y la montaña; con solo doce años las tenía a su cargo.

Mucha vocación por la agricultura, y en especial por las frutas, sentía Olaizola; tampoco tuvo muchas dudas sobre su futuro. El resto admitió que un día en sus vidas, cuando el camino se bifurcó, tuvieron que decidir: continuar con el trabajo y, en cierta forma el legado, o tomar otros derroteros. Está claro qué opción tomaron. Tampoco cabe duda de que acertaron.

Innovación en el sector

Goenaga, que desde su caserío en Donostia y junto a sus hermanos elabora yogures, se acordó de su amona Joxepa y de cómo la ayudaba vendiendo la leche recién ordeñada. Lo hacía tocando puerta por puerta. «Sería impensable hoy pero ¡qué bonito! ¿Verdad?». También recordó a su aita, que en esa bifurcación de la vida decidió permanecer. «Los aitonas solían decir que el caserío daba de comer, pero no ganancias. Por eso, cuando nuestro padre se puso al frente quiso darle un valor añadido y lograr rentabilidad. Así llegaron los yogures». Las máquinas arribaron después, como otros avances tecnológicos que han hecho el laborioso trabajo más llevadero. «Sin esas inversiones no habría sido posible», admitió.

Precisamente, todos compartieron la importancia que tiene la innovación. Olaizola, que junto a Inaxio Artola cultiva desde hace más de 25 años manzanas Elstar y Errezil y kiwis, han abierto un espacio en Añorga Txiki llamado Lurrarte como punto directo de venta al consumidor y fruterías. Se trata de un «nuevo salto», el de acercar el caserío al cliente, según destacó. Desde allí ofrecen visitas al caserío para abrir las puertas de un mundo con el que convivimos, muchas veces, de espaldas pese a tenerlo al lado. Nuestro único contacto suele llegar a través de los alimentos.

No de espaldas, pero tampoco de frente percibe a las administraciones Oiartzabal. Afirmó vehemente que «hay futuro», pero apeló a las alianzas que, de forma ineludible, han de darse entre las instituciones y el primer sector. «Siempre acudimos nosotros y creo que debería ser a la inversa: la Administración debería venir a preguntarnos», propuso. «Si somos capaces de transmitir los beneficios, transmitir que somos necesarios, seremos capaces de ser dueños de un futuro», agregó.

En el mismo sentido se pronunció Balentin Gabilondo sobre la capacidad de transmitir un legado. También citó a su aitona, de quien heredó el nombre y el amor por la tierra y los bosques que tanto le han dado. Ya no es posible vender leche tocando puerta a puerta, pero sí apreciar el trabajo que hacen esas manos. Además de hermoso, sería de justicia.