Ingo NIEBEL
DE ALEMANIA A BRUSELAS

«EUROPA ESTÁ TENIENDO QUE MIRARSE EN EL ESPEJO»

NI EL VIENTO, NI LA LLUVIA, NI EL FRÍO, NI EL HABITUAL ATASCO DE BRUSELAS EVITARON QUE UN BUS LLEGADO DE ALEMANIA DEJARA DOCENAS DE VIAJEROS EN LA CAPITAL DE LA UE. VENÍAN A JUNTARSE A OTROS MILES PARA DESPERTAR CON UN SONORO «WAKE UP» A LA PARTE DE LA UE QUE PREFIERE HACERSE EL SUECO.

Cuando el autobús procedente de Düsseldorf y Colonia llegó a Bruselas, los policías belgas ya no le dejaron entrar al centro porque todos los aparcamientos para estos vehículos estaban ocupados. Si entrar en Bruselas es complicado en un día normal, qué decir ayer.

Así que no quedó otro remedio que bajarse en la Avenida de Tervueren. Ahí esperaba a quien quisiera verla una estatua del mariscal de campo británico Bernard Montgomery. El 3 de septiembre de 1944 sus tropas liberaron la capital belga del yugo nazi. En la represión alemana participaron también falangistas españoles.

No obstante, delante del Montgomery de bronce esta vez no desfilaron soldados armados, sino civiles, ciudadanos europeos de nacionalidad catalana decididos a dejar de ser españoles. En vez de armas de fuego portaban sus instrumentos de música, esteladas y pancartas reclamando la libertad de sus presos políticos. Su uniforme no era de color verde olivo, sino el amarillo convertido en símbolo antirrepresivo.

Cuando los recién llegados comenzaron a bajar por la avenida hacia aquella otra que ensalza el Renacimiento se dieron cuenta de que la muchedumbre llegaba de muchas partes, pero sobre todo de Catalunya.

Al final la Policía belga cifraría en 45.000 los manifestantes; los medios españoles decidieron dejar de contar cuando llegaron a 10.000.

Una nación para cualquiera

Incontables eran las caras sorprendidas por la demostración de lo que es el civismo catalán del siglo XXI. Desde ejecutivos y funcionarios de instituciones europeas a obreros de la construcción, no dejaban pasar la oportunidad de grabar en sus móviles lo que vieron. Gritos como «Llibertat» o «No estamos todos, faltan los presos» se intercalaban con los cánticos de ‘‘L'Estaca’’ y ‘‘Els Segadors’’ mientras otros grupos erigían castells. En suma, los catalanes que marcharon por Bruselas dejaron claro que son una nación, con unos hábitos muy particulares y por ende diferentes del estereotipo español.

Pero, incluso por encima de eso, lo que dejaron patente con su presencia es que su conflicto político se ha internacionalizado, dejando de ser «asunto interno» español. Y esta impresión la compartían también integrantes del grupo procedente de Alemania.

Sin duda alguna, la manifestación sirvió también como una especie de estimulante emocional. «Quería participar en ella», subraya Laura, que desde hace 10 años vive y trabaja en Hamburgo. «Y quiero reivindicar nuestra República», añadía muy convencida sobre su viabilidad, pero a la vez consciente de las dificultades: «Que nos dejen marchar es otro tema».

Un 1-O que abrió ojos

Elia, que acaba de sacar su máster en biología de células madre en una universidad alemana, se mostraba aún más cauta. Reconocía que hasta hace dos años no era independentista, pero las circunstancias, y sobre todo el 1 de octubre, le han impulsado cada vez más hacía esta opción política.

Su testimonio remarcaba una escena que ocurre durante una manifestación, justo cuando pasa por delante de un edificio con varios balcones. Uno de ellos estaba decorado con banderas españolas y con la senyera de la comunidad autónoma. No se escuchaba lo que decían las personas desde el balcón, pero alguien entre los manifestantes propuso: «Saludémosles». Y, todos con las manos en alto en señal de paz, la gente empezó a corear, cada vez con más y más fuerza: «I-inde-independència". Realpolitik.

Esa experiencia también la ha vivido la alemana Heike, natural de Bonn. Vio las agresiones policiales del 1-O en calidad de observadora internacional estando en Barcelona. Y subraya que esta violencia, un tanto desconocida por ella, la marcó.

Desde entonces ha asistido a varias conferencias sobre Catalunya en Alemania. «Me he dado cuenta que por primera vez en mi país notan que en el Estado español existe un deficit democrático», explica, y apostilla que «los catalanes han conseguido que Europa se mire al espejo». Y lo que se proyecta en el cristal es el pisoteo a los derechos cívicos, la herida abierta del Estado español.