Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «El sentido de un final»

Atrincherado en el autoengaño

Ritesh Batra no ha querido seguir al pie de la letra lo que primero narró Julian Barnes en su novela debido en buena parte a que lo que nos revela el original literario, a pesar de su brevedad, es un viaje doloroso y sin retorno que lega en el lector una desazón motivada por las mentiras en las que nos atrincheramos para enfrentarnos a situaciones que nos desbordan o para evitar el impacto de un trauma que transformamos en autoengaño.

De la crudeza narrativa con la que Barnes explora la condición humana, saltamos a una pantalla en la que todo lo que asoma de ella se muestra comedido, como si el cineasta limitara en ciertos tramos la fuerza del texto para evitar un dolor mayor en el espectador y delegara toda la fuerza de esta crónica crepuscular en la sabiduría interpretativa de un selecto grupo de intérpretes para los cuales si hay cabida para la esperanza.

Todo ello da como resultado un filme interesante, un tanto domesticado y diseñado para que disfrutemos con la labor de un reparto que entiende a la perfección los engranajes de un drama que se bifurca en dos tiempos, el pasado enclavado en los 60 y el presente. La cuidada precisión con la que el realizador hindú desarrolla un paisaje humano en constante cambio figura entre los grandes aciertos de un filme elegante, pausado en su fiereza interna y que transita al compás de los diálogos que comparten los protagonistas de un triángulo sentimental que bordea peligrosamente la tragedia.

La joven intérprete Freya Mavor y la veterana Charlotte Rampling acaparan buena parte de nuestro interés debido a ese misterio hipnótico que poseen y exprimen al máximo.

Frente a ellas se encuentra un Jim Broadbent colocado en mitad de una encrucijada que le obligará a indagar entre sus fantasmas del pasado y revivir secuencias vitales que quizás hubieran merecido seguir en el olvido.