Daniel Montañez Pico
Latinoamericanista
GAURKOA

Churchilmanía post-brexit y la hipocresía colonial

Winston Churchill racismo": una búsqueda rápida por internet puede llevarnos rápidamente a varias páginas que bajan del pedestal al número 1 de la lista de los 100 británicos más importantes de la historia realizada por la BBC. Gaseó a los kurdos, amedrentó a los keniatas, fue un convencido defensor del imperialismo y la superioridad de los pueblos occidentales sobre el resto del mundo y un largo etc. Pero, al final, todo se resuelve: nada puede con el gran campeón de la 2ª Guerra Mundial, el que defendió Europa, el que frenó el avance de las tropas hitlerianas, la voz que animó a millones de ciudadanos británicos ante los bombardeos nazis… Y si no lo creen, vayan al cine.

Sólo en 2017 tres películas alaban sus grandezas de forma más o menos directa. En el "Churchill" de Jonathan Teplitzky, acompañamos por casi dos horas la heroica cotidianidad de los días en los que el mandatario británico tomaba difíciles decisiones sobre el desembarco aliado en Normandía; toda la carga dramática de "Dunkirk" de Christopher Nolan, quizás su peor película, desemboca en una última escena donde la voz de Churchill resume el heroísmo del pueblo común inglés en la lucha contra el fascismo; y, por último, "El instante más oscuro" de Joe Wright, (cuyo estreno oficial en el estado español y en América Latina se ha retrasado hasta enero de 2018) donde se muestra al Churchill más enérgico defensor de la libertad y los valores democráticos europeos en su lucha contra el nazismo en los momentos de máxima expansión de los ejércitos de Hitler. Y, si no quieren ir al cine, pueden ver desde finales de 2016 desde casa en Netflix la serie "The Crown", donde la figura de Churchill juega también un importante papel mostrando sus últimos años en el poder. Como dato adicional, ninguna de estas tres películas ni la serie son realmente buenas y quizás la sobreideologización juegue un importante papel en ello, pero eso da igual, ya hasta hay quienes plantean que Gary Oldman merece el óscar por su interpretación de este «gran» primer ministro británico.

Ahora, la pregunta queda en el aire: ¿Por qué esta vuelta sobre Churchill ahora? Quizás el brexit tenga algo que ver y sean momentos en los que es necesario relanzar la idea del gran espíritu británico que fue capaz de liderar el mundo, como forma de cohesionar a la población ante una decisión complicada… Pero, más allá de la construcción de la historia oficial y del uso político de la memoria colectiva para el afianzamiento del sentir nacional en tiempos difíciles, esta pregunta de partida no es suficiente y necesitamos preguntarnos: ¿Cuál es la fuerza que opaca la furia que Churchill aplicó con pueblos no occidentales? ¿Es suficiente pensar que cómo jugó un importante papel en la defensa contra el nazismo se le puede perdonar lo demás? Creo que no. Lamentablemente, sospecho que la respuesta tiene que ver con el racismo. Y aquí con racismo me refiero a esa estructura económica y social que configura nuestro actual sistema civilizatorio, no sólo al prejuicio racial sobre unos grupos u otros. El auténtico problema del racismo, entendido de esta forma, no tiene tanto que ver con que Churchill dijera cosas feas sobre los kurdos, los africanos o los musulmanes, sino con que, ante su participación crucial en matanzas y amedrentamientos sistemáticos sobre diversos pueblos no occidentales, la mayoría de la población le siga considerando el gran número 1 de los británicos de la historia. Si, han escuchado bien, el número 1, por encima de Shakespeare, Darwin, Newton o Lennon. El racismo, como también el patriarcado, son estructuras que marcan la línea sobre quienes se puede matar impunemente y los que no. Hitler mató a demasiadas personas occidentales, por lo que fue llamado genocida y fascista, pero los líderes de las democracias occidentales que hicieron lo mismo sobre pueblos no occidentales generalmente han pasado a la historia como héroes.

El problema es que esto no es nada nuevo. Pensadores de los pueblos no occidentales y sujetos racializados que habitan dentro de las metrópolis llevan mucho tiempo señalándolo. Por ejemplo, fue el pensador panafricanista afroamericano W.E.B. Dubois (y no Lenin) el primero que advirtió en 1915 sobre las auténticas causas imperialistas de la Primera Guerra Mundial en su poco conocido artículo "The African Roots of War". George Padmore, trinitense exiliado en Londres, fue el primero que hizo la vinculación entre fascismo e imperialismo, destapando la hipocresía de las democracias occidentales supuestamente antifascistas, ya en 1940 escribió:

«El trato dispensado a los indefensos africanos […] muestra que el imperialismo británico también puede comportarse como los nazis alemanes […] Los regímenes totalitarios aplicados a los negros (y solo a ellos) en territorios como la Unión y Rhodesia del Sur existieron mucho antes de que Hitler comenzara a instituir métodos similares en Europa. Hitler no solo copió las prácticas coloniales británicas, sino que también tomó prestado en gran medida los fundamentos teóricos de su filosofía racial a partir de los escritos de otro eminente publicista inglés, Houston Stuart Chamberlain […] ¿Es de extrañar que el Führer haya expresado en ‘Mein Kampf’ una gran admiración por el Imperio Británico? Hitler sin duda ha aprendido mucho de los imperialistas británicos, especialmente de los que se han establecido en las colonias».

Y C.L.R. James, trinitense emigrado en EEUU, sería quizás quien haría la primera crítica programática a la figura de Churchill en 1949 en su artículo "Winston Churchill – Tory-War-dog", señalando su racismo, su afecto por el autoritarismo y las dictaduras de figuras como Mussolini o Franco, su apoyo a conquistas coloniales como la invasión italiana a Etiopía de 1935, y un largo etc. de cuestiones que componen todo aquello que él mismo criticaba del fascismo nazi de Adolf Hitler. Sin embargo, todas esta tradición crítica quizás tendría su cénit en el "Discurso sobre el colonialismo" del martiniqués Aimé Césaire en 1950, donde encontraríamos pasajes como el siguiente: «valdría la pena estudiar, clínicamente, con detalle, las formas de actuar de Hitler y del hitlerismo, y revelarle al muy distinguido, muy humanista, muy cristiano burgués del siglo XX, que lleva consigo un Hitler y que lo ignora, que Hitler lo habita, que Hitler es su demonio, que, si lo vitupera, es por falta de lógica, y que en el fondo lo que no le perdona a Hitler no es el crimen en sí, el crimen contra el hombre, no es la humillación del hombre en sí, sino el crimen contra el hombre blanco, es la humillación del hombre blanco, y haber aplicado en Europa procedimientos colonialistas que hasta ahora sólo concernían a los árabes de Argelia, a los coolies de la India y a los negros de África».

Lamentablemente, el racismo también consiste en no conocer ni dar validez al conocimiento producido en las sociedades no occidentales y los sujetos racializados. Por eso, aún nos tenemos que tragar grandes producciones cinematográficas que engrandecen figuras de grandes fascistas disfrazados de grandes defensores de la democracia. Tendremos que esperar a que algún director o directora de cine keniata, india, kurda o proveniente del Caribe anglófono se anime a producir otra visión más crítica de esta figura. Pero, incluso así, ¿llegaría al cine o a Netflix un proyecto tal?