Martxelo DÍAZ

Tutera recordará a los once muertos por una traca de hace cien años

Las fiestas de Tutera de 1914 acabaron mal, muy mal. El 28 de julio, la traca de fuegos artificiales explotó de manera incontrolada y acabó con la vida de once vecinos de la capital de Erribera. Mañana se recordará a los fallecidos hace un siglo, con una ofrenda de flores al mediodía en el cementerio y con un concierto en su memoria en la plaza de los Fueros a cargo de la Banda de Música a partir de las 20.15.

Las fiestas de hace un siglo en Tutera prometían ser especiales, ya que se conmemoraba el octavo centenario de la conquista de la ciudad por parte del rey Alfonso I el Batallador, aunque posteriormente esta fecha fue rectificada. Según recoge Luis María Marín Royo en la revista «Plaza Nueva», el día 28 de julio de hace cien años la Plaza Nueva de Tutera registraba una afluencia inusitada de gente. Los fuegos artificiales se colocaban en esa época frente a la iglesia del hospital. «Los pirotécnicos habían preparado una traca especialísima, con un volcán de fuegos que con poca fortuna fue bautizado con el nombre de `El volcán de Martinica', evocando el volcán que en 1902 había causado la destrucción de la ciudad de Saint Pierre, en la isla de Martinica», explica Marín Royo.

El ambiente era el de las grandes ocasiones. Se había colocado un tablado encima de la fuente y la banda de música del Regimiento de Aragón interpretaba «La cacería real», ante el entusiasmo del público, que les hacía repetir la pieza una y otra vez.

A las 22.00 estaba anunciada la quema del Volcán de Martinica y momentos antes se dispararon algunas bombas anunciadoras. La banda repetía su interpretación de «La cacería real» y terminada la misma, se procedió a prender los fuegos artificiales. Antes de la gran traca se encendieron varios pequeños fuegos. Tras este preludio, se prendió lo instalado en el centro del cercado, que estaba cubierto de ramas.

«Una gran detonación se oyó y a continuación el ruido de cristales que caían rotos. Algo había explotado, produciéndose una tremenda desbandada y todos salieron corriendo sin saber a dónde, pero apartándose del lugar del siniestro. Los que estaban sentados en los veladores se levantaron precipitadamente, cayendo tanto las mesas como los servicios por los suelos. Inmediatamente circuló la noticia de que había varios muertos y heridos, cundiendo inmediatamente el terror», continúa el relato de Marín Royo.

El artefacto pirotécnico estaba compuesto por tres morteros de hierro cargados de pólvora y enlazados por una mecha. Estaba proyectado que estallasen uno tras otro. Al producirse el accidente del primero, uno de los pirotécnicos, herido y con media mano amputada, tuvo el valor de cortar la mecha, evitando que la tragedia hubiera sido mayor.

El balance fue de once muertos. Nueve de ellos fueron enterrados el día 30 de julio y los dos restantes el 1 de agosto, ya que fallecieron en los días siguientes al siniestro debido a las heridas que tenían.

En el hospital ingresaron ya cadáveres Mercedes Cuadra de Miguel, de 13 años, que se hallaba en un balcón del primer piso de una de las casas de la Plaza Nueva y tenía la garganta destrozada, y Guillermo Moreno, de 45 años y que cayó decapitado. Nada más ingresar o a las pocas horas murieron Donato Jiménez, de 58 años; Juan Sancho Josué, de 65 años y ayudante de pirotécnico, con el vientre destrozado; Isidro Benito Gómez, de 22 años; Braulio Artázcoz Urtasun, cabo de la Guardia Civil; Javier Pérez Aranda, de 12 años: y Benito Sanz Casadabán, de 50 años. El día 19 a última hora falleció Benito Royo Vicente, de 28 años. El balance de muertos se completa con Julio Milagro Moreno, de 12 años; y Jesús Pérez Clemos, también de 12.

«La situación no pudo ser más desagradable, cadáveres totalmente rotos y algunos con vísceras fuera; trozos humanos y fragmentos del cráneo de Guillermo Moreno fueron hallados a gran distancia. El público acudió a los lavabos de los bares de la plaza a limpiarse las salpicaduras de sangre», prosigue el relato de los hecho de Marín Royo en «Plaza Nueva». Los heridos fueron también numerosos, la mayoría de ellos por la metralla del artefacto pirotécnico y el resto con contusiones por atropellos. Fueron atendidos en las farmacias, casas particulares y en el Círculo Mercantil. En el hospital quedaron los siete heridos más graves. Los serenos fueron los encargados de regar la plaza para retirar la sangre y los restos humanos, que se recogieron en varios puntos. Todos los festejos fueron suspendidos.

El Ayuntamiento de Tutera se reunió de manera extraordinario al día siguiente a las 12.30 y acordó costear los funerales y llamó a que se socorriese a las familias de las víctimas pobres. La Corporación, junto al gobernador y el vicepresidente de la Diputación navarra, acudieron a las casas de las víctimas a dar el pésame a los familiares.

El día de los funerales fue de luto total en Tutera, donde voluntariamente cerraron todos los comercios, incluidos bares y hasta las farmacias, que la noche de la tragedia estuvieron abiertas para preparar los medicamentos que les pedían. Dos de los muertos fueron inhumados en los panteones de sus familias, el resto en sepulturas que costeó el Ayuntamiento y que están rodeadas por una verja. El Ayuntamiento abrió una suscripción con mil pesetas en favor de los heridos y familiares de los muertos. El rey español envió 500 pesetas. El Gobierno español aportó 5.000 y la Diputación también contribuyó, además de la ciudadanía. En total, se recogieron 24.474,21 pesetas, una cifra importante para la época.