Hace varios días que vi «Llenar el vacío», y todavía no se me ha ido de la cabeza el cántico sagrado «Eim eshkachech», perteneciente a la hipnótica banda sonora que firma Yitzhak Azulay. Cada vez que sonaba en la película me sumía en un estado catárquico, que me imagino los creyentes asociaran con el extasis místico o algo así. La cineasta israelí Rama Burshtein nos recuerda con esta su obra maestra que el cine religioso en su expresión máxima, entendiendo por tal los clásicos de Dreyer, gusta por igual a devotos y ateos.

Rama Burshtein es al judaismo ultraortodoxo lo que Leni Riefenstahl fue al nazismo, y no hace falta comulgar con las ideas de ninguna de ambas para apreciar su arte superior. Uno solo puede rendirse ante una película como «Llenar el vacío» y reverenciarla, ya que hacer una crítica desde el prejuicio ideológico equivaldría a no saber reconocer y amar el buen cine.

El espectador que acude a contemplar «Llenar el vacío» debe sentirse afortunado por la oportunidad única y excepcional de poder asistir a los rituales hebreos, tal como los celebra el sector extremista haredi. El Purim, el Sabbath o el Brit Milah (circuncisión) son filmados de forma excelsa por Rama Burshtein, gracias a la fotografía interiorista de Asaf Sudri, definida por los fuertes contrastes entre la luz blanca y las sombras.

El hecho de que la cineasta israelí sea la primera mujer en mostrar desde dentro la vida de las familias jasídicas de mayor ortodoxia, la lleva a revelar al mundo el papel que juega la condición femenina en una comunidad tan cerrada. Su estilo resulta comparable a la literatura de Jane Austen en su afán por reflejar la opresión de las convenciones sociales sobre hijas y esposas, yendo a elegir una anécdota que se presta al dramatismo de corte intimista. La actriz Hadas Yaron hace un retrato imperecedero de la joven prometida que sacrifica sus ilusiones personales por imperativo familiar, al tener que ocupar el rol matrimonial y materno de su difunta hermana.