Yahvé M. de la Cavada
CRÍTICA | JAZZ

Irregular despedida de un Jazzaldia memorable

Si hay algo que caracteriza al Jazzaldia entre todos los festivales (no sólo de jazz, sino en general) es su eclecticismo. Sin importar gustos, edad o procedencia, se puede apostar a que absolutamente cualquiera puede encontrar al menos un par de conciertos con los que disfrutar. El festival completa su oferta con todo tipo de géneros, lo que no impide que su compromiso por el jazz se mantenga intacto, con una representación de altura en la edición de este año gracias a nombres como Wadada Leo Smith, Toshiko Akiyoshi & Lew Tabackin, Chick Corea, Dave Holland, Muhal Richard Abrams, Eric Reed, Rene Marie, John Scofield o Enrico Rava, además de remarcables proyectos de músicos de aquí como el Ander García Group, los dúos de Iñaki Salvador con Andrzej Olejniczak y Maciej Fortuna, las Maracas Para Dos de Raúl Romo y Hasier Oleaga, el Telmo Trio de Oleaga junto al gasteiztarra Guillermo Lauzurica, el grupo de Victor De Diego o el nuevo trío de Mikel Romero, Fredi Peláez y Ander Hurtado, que cerró un festival con inmejorable sabor de boca a las puertas de su 50 aniversario.

A pesar de la excelencia de esta 49 edición, su última jornada fue un poco irregular, con más de un concierto que no alcanzó la media de los días precedentes. No fue ese el caso del exquisito concierto de Eric Reed en el Basque Culinary Center, en ambiente familiar y de buena mañana. Como sacados del mítico documental «Jazz on a summer's day», los asistentes desperdigados por la hierba disfrutamos de un concierto soleado, en el sentido más literal. El Jazzaldia 2014 no es el festival de Newport del 58 que capturaba el documental de Bert Stern pero, a falta de Monk, bueno es Eric Reed interpretando a piano solo un titánico medley de composiciones del maestro. El veterano pianista derrocha clase y saber hacer, pero está muy lejos de ser un simple artesano: bajo sus dedos, standards como «Softly as in a morning sunrise» suenan a reinvención personal, a la manera de los grandes pianistas. Reed estuvo compañado por la misma sección rítmica que secundó a Toshiko Akiyoshi y Lew Tabackin el día anterior el Kursaal, compuesta por el enorme Darryl Hall (nada que ver con el Daryl, con una erre, del famoso dúo pop Hall & Oates) y Mario Gonzi (veterano baterista fogueado durante años a las órdenes de Art Farmer y la Vienna Art Orchestra), y los tres músicos supieron encajar a la perfección.

De la calidez de Reed y los suyos nos vimos empujados a la contradictoria gelidez de Bugge Wesseltoft & Friends, enésimo proyecto del noruego en el que intenta vender como nuevo lo que lleva haciendo desde su llegada a la palestra del jazz noruego. Y digo contradictoria porque la música interpretada por el teclista desprendía una frialdad incontenible mientras, al mismo tiempo, sonaba a cruce entre las sesiones chill out de Café del Mar y un recopilatorio de lo mejor de La Ruta del Bacalao. Durante su concierto en el Kursaal, entrar en trance (o echar la siesta) no era opcional, sino cuestión de pura supervivencia.

También de Noruega venía Kristin AsbjØrnsen, primera de las dos vocalistas que protagonizaron la última noche en la Trinidad, cuya música fue considerablemente menos soporífera que la de su compatriota Bugge, aunque tampoco mantuvo el interés tanto como cabría esperar. La voz rasposa y sugerente de AsbjØrnsen es su principal valor, pero tanto ella como su banda resultaron más solventes interpretando sus arreglos de viejos espirituales que las propias composiciones de la vocalista, que eran básicamente canciones pop sin gracia ni sustancia. En realidad, poco de jazz tuvo su concierto, algo que no tendría nada de malo si hubiese sido, por lo menos, entretenido.

Dee Dee Bridgwater, por su parte, suele pasarse de entretenida, en cuanto al exceso de histrionismo con el que tiende a empapar sus conciertos. Sin embargo, su concierto en la Trinidad fue un divertimiento equilibrado, gracias en gran medida a la banda de jóvenes músicos que la acompañaban.

La habitual irreverencia de la cantante se vio complementada por unos chavales que tocaban con el mismo descaro indisciplinado de la líder, y todos ellos ofrecieron un concierto intenso y divertido. Nada del otro mundo, en realidad, pero más que suficiente para pasar un rato agradable y esbozar unas cuantas sonrisas, que no es poco.