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Más del 60% de las mujeres migrantes sufren violencia sexual de todo tipo durante el trayecto

Más del 60% de las mujeres migrantes sufren durante el trayecto violencia sexual, ejercida por sus compañeros de viaje, las fuerzas policiales o militares de los países por los que pasan o de los traficantes que se encargan de trasladarlas de un lado a otro, y casi la totalidad salen de casa ya con esta posibilidad asumida.

Así se desprende del análisis realizado por la investigadora Sonia Herrera, del Centro de Estudios Cristianisme i Justicia, que bajo el título «Atrapadas en el limbo. Mujeres, migraciones y violencia sexual», describe «la particularidad de la violencia que sufren las mujeres migrantes» para denunciar que «siempre va ligada a su cuerpo» y generalmente, es invisible.

«Están expuestas a riesgos y obstáculos específicos ligados a su condición de cuerpo sexuado en femenino que las sitúa en una posición especialmente frágil y las hace víctimas de abusos, robos, violaciones y explotación sexual, entre otras muchas formas de violencia ejercidas por una amplia variedad de agresores y verdugos, cuyas acciones y comportamientos han sido fraguados en una cultura machista más amplia de violencia contra las mujeres», señala el trabajo.

La autora explica en declaraciones a Europa Press que «se dan desde agresiones por parte de Fuerzas Armadas, de policías corruptos, de personas que las transportan e incluso por parte de otros migrantes». «Se presupone una cierta solidaridad entre compañeros de viaje pero la situación de sometimiento de la mujer es mucho más potente en esas circunstancias», afirma.

El estudio indica que en ocasiones, además, la violación «se utiliza como una forma de humillar y atemorizar tanto a otras mujeres como a los propios hombres que las acompañan, ya que en muchas culturas y sociedades las agresiones sexuales son interpretadas como ataques contra el honor masculino o incluso contra el de toda la comunidad a la que pertenece la víctima».

Característica de la migración

También se da «la utilización del sexo como estrategia de supervivencia» durante el viaje. «Algunas mujeres migrantes utilizan su cuerpo como moneda de cambio o como billete hacia el país de destino y ofrecen favores sexuales a cambio de protección, alimentos, ayuda o para evitar controles policiales, asaltos o violaciones colectivas, entre otros obstáculos», plantea el trabajo.

Para Herrera, son las distintas caras de la «cosificación y mercantilización» del cuerpo femenino en el viaje migratorio, algo inherente a todos los países de origen, a todos los países de tránsito y a una mayoría de los países de destino, desde Centroamérica hasta el Africa Subsahariana, desde Estados Unidos hasta el Estado español.

«La violencia sexual es en sí misma una característica intrínseca de la migración femenina que se produce sistemáticamente en muchas áreas fronterizas del planeta y que no por grave deja de asumirse como un hecho inevitable que forma parte del itinerario», apunta en este sentido el estudio.

La autora afirma que de esa idea de «inevitabilidad» surge el concepto de «desesperanza aprendida» que Bridget Wooding describe como «un estado de resignación en el que las mujeres víctimas de violencia se dan por vencidas» y terminan asumiendo las agresiones como un castigo y destino ineludibles.

La desesperanza se aprende

Así, es frecuente en ciertos países centroamericanos que las migrantes «se inyecten potentes anticonceptivos» antes de partir para evitar el embarazo fruto de la violencia sexual que esperan padecer. No pueden, sin embargo, prevenir el contagio de enfermedades de transmisión sexual en las agresiones, males éstos que así, se propagan.

El estudio pone de manifiesto que «para las mujeres migrantes, la seguridad y la justicia no están garantizadas». «Esa falta de garantías se traduce en una nueva violencia institucional que deja indefensas a millones de mujeres que cada año emprenden un largo viaje desde Asia, América Latina o Africa en busca de una mayor calidad de vida para sí mismas y/o para sus familias en unos países del mal llamado primer mundo que a menudo las invisibiliza y las ignora», sentencia.

Así, denuncia que la respuesta institucional a las migrantes víctimas de violencia sexual «regularmente acostumbra a convertirse en una nueva forma de maltrato contra ellas». «Muchas mujeres no denuncian porque en la mayoría de los países de tránsito e incluso de destino, las autoridades ni están preparadas ni quieren estarlo. Lo que sabemos sobre el impacto de la violencia sexual sobre los migrantes es solo la punta del iceberg, con mucha difrecencia», añade Herrera.

Son invisibles

El estudio habla de «falta de reparación integral para las migrantes víctimas de violencia sexual» como una de las «grandes asignaturas pendientes», dado que las consecuencias que el abuso tiene sobre las mujeres, «pueden trascender mucho más allá del proceso migratorio y convertirse en un trauma que las acompañe y estigmatice de por vida si no se realiza el acompañamiento pertinente con programas, personal e infraestructuras cualificadas».

«Hay que exigir a los estados que esas mujeres puedan tener ciertas garantías de un trayecto libre de violencia sexual y que si han llegado a sufrirla, al menos encuentren asesoramiento, información y redes de apoyo potentes, en los países de tránsito. Cuantas más redes de apoyo, más denuncias y más se sepa sobre este fenómeno, mejor, porque ahora son invisibles», plantea la autora.