Karlos ZURUTUZA
AUDITORÍA DE LOS VOTOS PRESIDENCIALES

Secretos y mentiras en el bazar electoral afgano

Dos meses después de que los afganos votaran en segunda vuelta, un polémico recuento de los votos retrasa la elección del nuevo presidente. El papel de la ONU, parte y árbitro en el proceso electoral, arroja más sombras que luces en un momento crucial para el país.

Una fila ordenada discurre paciente entre muros de hormigón, y bajo arcos de detección de metales. Gestiona la Policía afgana, siempre bajo la atenta mirada de marines americanos, a pie o desde las torretas de sus vehículos MRAP («protegido contra emboscadas y resistente a minas»).

En el centro de la Comisión Electoral Independiente, al este de Kabul, se almacenan desde hace dos meses las 22.000 urnas de las últimas elecciones presidenciales afganas. El pasado 14 de junio y en segunda vuelta, el pastún Ashraf Ghani Ahmadzai consiguió el 56,44% de los votos mientras que su contendiente, el tayiko Abdullah Abdullah, sólo el 43,56%, a pesar de que éste fue el candidato más votado en la primera vuelta.

Sorprendente fue también el índice de participación: ocho millones de electores (de un total de 12) votaron el pasado 14 de junio, una cifra inverosímil dado que la mayoría de los colegios electorales estaban vacíos el día de los comicios.

Con estos antecedentes, el tayiko aspirante a la Presidencia, se negaba a dar por válido el escrutinio que concedía la victoria a Ghani. La alternativa a una guerra civil pasaba por un recuento de los votos. Y están todos aquí. Bienvenidos al objetivo número 1 de la insurgencia afgana

«¿Le han cacheado a usted?», pregunta el cabo de infantería aerotransportada Ramírez bajo su coraza de kevlar. Han sido cinco veces. La sexta es justo antes de acceder al barracón número tres (son cuatro), una «cueva» de uralita donde las urnas de plástico se apilan en los márgenes.

Se abren, una a una, en mesas separadas donde se sientan interventores de ambos candidatos. También están los miembros de la Comisión Electoral Independiente, los observadores de la FEFA y la TEFA (dos comisiones locales) y, ocasionalmente, obser- vadores de la Unión Europea o de la ONU.

Todos sudan, sobre todo los seguidores de Abdullah Abdullah: «Llevo dos semanas participando en esta farsa», explota Munir Latifi, uno de los seguidores del tayiko. «La ONU y la Comisión Electoral Independiente están trabajando concienzudamente para que gane Ghani pero a nosotros no nos apoya nadie», denuncia, justo antes de reincorporarse a su puesto en la mesa cuatro.

Es una de las 100 repartidas entre los cuatro hangares. En la cuatro también se discute sobre si el tipo de «V», (la «X» también vale) junto al casillero de cada candidato se repite en varias de las papeletas o si, por el contrario, realmente hablamos de una persona por voto. El protocolo obliga a que las urnas sospechosas de fraude sean puestas «en cuarentena» para una revisión posterior, algo que cada grupo registra a mano en un cuaderno dado que no hay ni un solo ordenador en la sala.

A pesar de la manifiesta precariedad, Shazad Ayubee, interventor de Ghani, se muestra satisfecho «al cien por cien» con el proceso: «Todo sería mucho más fluido si los de Abdullah no se empeñaran retrasar la publicación del resultado apoyándose en cualquier nimiedad», se queja este pastún de Paktiya, al sureste de Afganistán.

En un inglés más que correcto, Ayubee resta importancia a que la grafía resulte indeseablemente recurrente: «En las aldeas más remotas de Afganistán casi nadie sabe leer por lo que un solo miembro de la familia marca las papeletas por todos», aclara el pastún.

Las urnas más sospechosas son las que no tienen precinto, o las que tienen más del máximo de 600 papeletas, o incluso objetos como pakules (gorro de fieltro tradicional) o paquetes de tabaco. Otro de los indicios de fraude más elocuentes es que urnas procedentes de zonas bajo control talibán lleguen repletas, o casi, a Kabul.

Ayubee asegura conocer la razón: «Los talibanes afganos, que no los paquistaníes o los uzbekos, han hecho campaña por Ghani porque es pastún como ellos. Todos saben que defenderá sus derechos mucho mejor que un tayiko», explica el interventor. Su oponente en la mesa se limita a lanzar una sonora carcajada.

Cuando las diferencias entre las partes son insalvables, son los enviados de la ONU los que intervienen. Oficialmente, su función es la de asesorar en el aspecto técnico del proceso pero parecen tener la última palabra sobre si un voto es o no válido. En la mesa cuatro, 20 papeletas supuestamente fraudulentas se reducen a seis. Fin de la discusión.

«Decisión final»

A media mañana, Noor Mohamad Noor, portavoz de la Comisión Electoral Independiente, comparece en la sala de prensa, a pocos metros de los barracones. Su intervención empieza con un «sincero compromiso con la democracia» en contraposición a «rumores infundados y mentiras sobre el desarrollo del recuento». Continúa con cifras y porcentajes: un 30% del total auditado hasta la fecha (735 urnas examinadas «sólo ayer») gracias a la «labor conjunta de 220 trabajadores de la CEI, 305 interventores de Abdullah, 306 de Ghani y 1014 observadores internacionales».

A la pregunta de GARA sobre si los auditores, locales y foráneos, cuentan con estudios de grafología, Mohamad apela a la ONU.

«Le recuerdo que hablamos de un proceso construido sobre los protocolos y bajo las directrices de la ONU, la cual despliega 50 asesores entre las mesas a diario. Y le recuerdo también que la decisión final la tiene la ONU».

«Última palabra»

Thijs Berman, jefe de los observadores de la UE dice que todavía es muy pronto para hacer balance del proceso, pero que la situación no le ha pillado de sorpresa:

«Lo que vemos es lo que esperábamos: una batalla continua entre ambas partes en la que cada papeleta es disputada, lo que hace que todo el proceso sea agotador», traslada a GARA el alto oficial desde Bruselas vía telefónica.

Berman admite que el papel de la ONU como parte implicada en el proceso electoral a la vez que auditor del recuento no es el ideal, pero lo considera un mal necesario: «En España o en Holanda habría intervenido un organismo totalmente externo pero en el caso de Afganistán hablamos de instituciones muy jóvenes que no cuentan con la misma confianza que las europeas. Entiendo que el papel de la ONU puede ser criticable pero, ¿cuál es la alternativa?», acota el observador jefe, antes de reiterar que la delegación de la UE está desplegada para hacer su trabajo con el mayor rigor y transparencia, «incluso en el caso de que la ONU no haga el suyo». Fue la misma comisión de la UE la que destapó el fraude masivo en las presidenciales de 2009.

A pesar de numerosas llamadas y correos electrónicos al departamento de prensa de la delegación de la ONU en Afganistán, el alto organismo rechazó la posibilidad de una entrevista, accediendo únicamente a responder a un cuestionario enviado vía e-mail.

En el mismo Jeff Fischer, experto de la ONU en procesos electorales y asesor jefe de la Comisión Electoral Independiente describe la auditoría como un «proceso sin precedentes en la historia de la ONU por sus dimensiones», a la vez que subraya que todos los agentes implicados en el proceso han sido convenientemente formados en fraude electoral. Preguntado por los rumores que apuntan a que la ONU podría estar favoreciendo al candidato pastún, Fischer es tajante: «Es la Comisión Electoral Independiente, y no nosotros, la que tiene la última palabra en lo que concierne a la anulación de votos».

El comandante contra el banquero

Una ley no escrita dicta que el líder de Afganistán ha de ser un pastún (la misma raíz «afgan» es una forma antigua de designar a dicho pueblo) por lo que resulta improbable que un tayiko como Abdullah Abdullah pueda hacerse con el poder. Ashraf Ghani no solo es el más occidentalizado de ambos candidatos sino que también es pastún, la etnia mayoritaria en el país. Este factor puede haber decantado el supuesto interés de Naciones Unidas por Ghani, dado que una victoria de Abdulá podría poner al país al borde de la guerra civil. Por otra parte, los vínculos con Irán de Abdullah, quien participó en un acto público conmemorativo de la muerte del ayatolá Jomeini el pasado 4 de junio, podrían tener su peso específico en la balanza de las afinidades.

Abdullah presume de haber sido uno de los más estrechos comandantes de Ahmad Sha Massud, considerado «héroe nacional» de Afganistán por los tayikos. Por si fuera poco, ha incluido en su equipo a Mohammad Mohaqeq, líder de Hezb-e-Wahdat (partido que aglutina el voto de la etnia hazara) y Mohammad Khan, antes cercano al histórico líder talibán Gulbuddin Hekmatyar, de etnia pastún. Dichas alianzas le garantizan el voto de los hazaras casi en su totalidad, y el de parte de los pastunes. Abdullah fue ministro de Asuntos Exteriores de Karzai entre 2001 y 2006, y en 2009 quedó segundo en unas elecciones marcadas por el fraude.

Por su parte, Ashraf Ghani Ahmadzai trabajó para el Banco Mundial y fue antiguo ministro de finanzas de Karzai. Explota la imagen del intelectual capaz de resolver los problemas económicos del país pero sin olvidar el peso de las alianzas interétnicas en la lucha por el poder. Su bastión se encuentra en el sur de Afganistán, de amplia mayoría pastún, pero se ha buscado la compañía de Abdul Rashid Dostum (señor de la guerra uzbeko acusado de crímenes contra la humanidad) con vistas a conseguir el voto uzbeko.

Sea como fuere, lo cierto es que proceso se está demorando demasiado para algunos. El pasado lunes, el Secretario General de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, apremiaba desde Bruselas a que Afganistán elija a un presidente en las próximas semanas. De lo contrario, la OTAN «no podrá firmar a tiempo el tratado que le permitirá prolongar su presencia en el país más allá de 2014».

Mientras tanto, los afganos se ven forzados a elegir a sus líderes entre los mismos señores de la guerra a los que se dio el poder en la Conferencia de Bonn de 2001. Están en juego el control del mercado del opio y el los suculentos contratos bajo la etiqueta de «reconstrucción».

K.Z.