Jon CUESTA
EMERGENCIA ALIMENTARIA

Sudán del Sur, el hambre que provocó el hombre

La sombra de la hambruna se cierne sobre Sudán del Sur, el país más joven del mundo. La guerra civil que estalló en diciembre entre soldados del Gobierno y de la oposición ha provocado la huída de un millón y medio de refugiados sursudaneses y ha echado por tierra la cosecha de este año.

Sudán del Sur cumplió tres años como país de pleno derecho el pasado 10 de julio. Ese mismo día del año 2011, miles de personas cantaban y bailaban por las calles de la capital, Juba, celebrando el nacimiento de un nuevo país tras 50 largos años de enfrentamientos entre norte y sur. El 98,5% de los habitantes había votado a favor de la independencia. «Es muy triste ver cómo no se han cumplido las altas expectativas que tenía la gente».

Llanos Ortíz, coordinadora general de Médicos Sin Fronteras en Sudán del Sur, habla desde Malakal, una población del estado del Alto Nilo cercana a las fronteras de Sudán y Etiopía. La ciudad, segunda más importante del joven país y enclave estratégico por ser la capital del estado con mayores reservas petrolíferas, ofrece una imagen fantasmal. Las casas han sido quemadas, los establecimientos arrasados, los edificios públicos, escuelas y hospitales están muy dañados y el principal mercado ha sido saqueado. Los violentos combates entre las fuerzas gubernamentales y los grupos opositores obligaron a toda la población a huir de sus casas. Más de 20.000 personas se hacinan hoy en condiciones infrahumanas en un reducido espacio protegido por Naciones Unidas.

Desde su ventana, dentro del campo, Llanos nos describe lo que ve. «Plásticos mojados, todo inundado por aguas contaminadas, un barrizal tremendo, gente tratando de poner en pie sus tienditas, otros muchos andando de un lado para otro, empapados, tratando de buscarse la vida y recobrarse día a día dentro de esta situación excepcional».

Se les acumula el trabajo. Las lluvias torrenciales de esta época del año han mitigado los combates, pero han complicado las ya de por sí malas condiciones de vida de los refugiados. «Sabemos que a lo largo de estas semanas vamos a tener un aumento de pacientes, sobre todo niños, ya que la época de lluvias es propicia para enfermedades diarreicas, respiratorias e incluso malaria», comenta Llanos. Por ello, Médicos sin Fronteras busca con dificultad un lugar dentro del abarrotado recinto para instalar un hospital más grande que el actual. «Se nos ha quedado pequeño».

En apenas tres años de vida, Sudán del Sur ha sido incapaz de afrontar el subdesarrollo crónico y de facilitar los servicios básicos esenciales a sus habitantes. A pesar de no haber dejado atrás sus históricas tensiones con el vecino del norte -el sur dispone del 75% de las reservas de petróleo y el norte tiene los oleoductos, las refinerías y la infraestructura-, los enfrentamientos se producen ahora en su propio territorio.

El pasado mes de diciembre estallaron los combates entre soldados leales al presidente, Salva Kiir -de etnia dinka- y partidarios del antiguo vicepresidente, Riek Machar, de etnia nuer. Desde entonces, miles de civiles han muerto y un millón y medio de personas han huido de sus casas y se refugian en campos de refugiados tanto dentro como fuera del país, en estados limítrofes como Uganda, Kenia o Etiopía. Las agencias internacionales han atendido ya a 2,4 millones de personas, aunque se calcula que esta cifra llegará a casi cuatro millones para finales de año.

Joseph -nombre ficticio- nos pide que no publiquemos su verdadero nombre. Está en Juba, la capital del país, donde ha vuelto después de haber escapado meses antes. «A los tres días de empezar el conflicto huí al campo de la ONU y después salí del país», comenta. Llegó a Kenia, pero pronto decidió volver para reunirse con su familia porque «las cosas están algo más tranquilas». Otro de los motivos para su vuelta es el miedo a lo que ha dejado atrás. «Temía por mi seguridad, pero era mayor el temor a perder todo lo que tenía», dice. Por el camino, varios de sus amigos han muerto, las casas abandonadas de quienes se han marchado han sido ocupadas y ha visto con sus propios ojos cómo todo ha sido saqueado. «Han robado muchas propiedades y, aunque la situación se ha calmado algo aquí, hay mucha gente traumatizada por la violencia que ha vivido y que sigue en los campos».

Inseguridad

El pasado 4 de agosto, seis trabajadores humanitarios sursudaneses fueron muertos y otros permanecen desaparecidos en el condado de Maban, al norte del país. Muchas organizaciones suspendieron algunas de sus actividades y retiraron personal del terreno, dejando sólo los recursos imprescindibles. Las condiciones de inseguridad han dificultado la distribución de comida y han puesto barreras al trabajo de las organizaciones humanitarias. «Estos ataques por motivos étnicos indican los niveles de brutalidad que existen en el conflicto y el riesgo que corren todos nuestros trabajadores», afirma Chris Necker, director asociado de la organización CARE en Sudán del Sur.

Tal y como reconoce Llanos Ortíz, de Médicos sin Fronteras, la mayor dificultad tiene que ver con el personal nacional. «Son activos fundamentales para el éxito de nuestras actividades, y dado que el conflicto tiene connotaciones étnicas importantes, es difícil organizar equipos con los perfiles profesionales que necesitamos».

A pesar del supuesto alto el fuego firmado por ambos bandos, Chris Necker, director asociado de la organización CARE en Sudán del Sur, no se muestra muy optimista. «El cese de hostilidades dio un atisbo de esperanza dentro de la gravedad de la situación, pero el Gobierno y la oposición no han conseguido llegar a ningún acuerdo de paz para la fecha límite del 10 de agosto», explica.

«El conflicto ha impedido a muchas personas plantar antes de la temporada de lluvia, por lo que es muy probable que no haya buenas cosechas y que los precios de los alimentos aumenten significativamente». Necker tiene claro que esta es una crisis «provocada por el hombre y que podría alcanzar niveles catastróficos».

El comienzo de la guerra civil interrumpió la vida cotidiana de los sursudaneses, mucho más preocupados por sobrevivir y escapar de la violencia que de plantar sus cosechas y cuidar de su ganado. «Incluso las personas que no han huido de sus hogares han perdido el acceso a los alimentos, ya que los mercados han sido destruidos y las rutas comerciales están totalmente cortadas», relata desde Juba Amanda Weyler, directora de comunicación de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas en Sudán del Sur. «Esto ha empujado a las familias que ya eran vulnerables antes de la guerra a una situación cercana a la hambruna».

Las organizaciones humanitarias no dan abasto. Naciones Unidas se comprometió el pasado mes de mayo en la Conferencia de Donantes celebrada en Oslo a destinar 1.800 millones de dólares para atender a la crisis, pero solo ha llegado menos de la mitad de lo prometido. «Tenemos grandes carencias de financiación en sectores vitales como la seguridad alimentaria, la nutrición y las infraestructuras», explica Weyler.

La mejor noticia para evitar una incipiente hambruna es, sin duda, la paz. «La forma más eficaz para mejorar la seguridad alimentaria es poner fin al conflicto armado y que los ciudadanos puedan retomar sus medios de vida».

¿cuándo se habla de hambruna?

Muchas son las referencias a la hambruna y a la crisis alimentaria, pero, ¿cuáles son sus diferencias? Según la ONU, la crisis alimentaria se convierte en hambruna cuando más de dos de cada 10.000 personas mueren diariamente, la tasa de desnutrición aguda se encuentra por encima del 30%, el ganado muere, los cultivos se echan a perder, el índice calórico está por debajo de 2.100 kilocalorías de alimentos y cada persona dispone de menos de 4 litros de agua al día. «En Sudán del Sur todavía no hemos alcanzado estas condiciones, pero es fundamental que se tomen medidas para evitar que la situación empeore», advierte Peter Mayer, de la FAO, agencia de la ONU que dirige las actividades internacionales encaminadas a erradicar el hambre. «A día de hoy un tercio de la población sursudanesa se enfrenta a niveles de emergencia alimentaria, pero se espera que el número aumente hasta 3,9 millones de personas a finales de agosto», anuncia.

¿Cómo prevenir la hambruna? «La mejor manera es sin duda silenciar las armas y conceder acceso sin restricciones a todos los trabajadores humanitarios para que puedan ayudar a quienes lo necesitan», comenta. La cosecha de 2014 está perdida, pero la FAO está ya planificando «una temporada agrícola robusta» para 2015.

La última vez que la ONU declaró el estado de hambruna fue en 2011 durante la crisis alimentaria del Cuerno de África. Afectó a varios países y 12 millones de personas, aunque el sur de Somalia se llevó la peor parte debido a la mayor sequía regional de los últimos 60 años, la guerra que azota el territorio somalí desde 1991 y un desgobierno que todavía hoy mantiene el país bajo el calificativo de «estado fallido». 260.000 personas murieron entonces, debido a la crisis y a la lenta respuesta internacional, que no supo actuar con rapidez ante la tragedia.

La crisis humanitaria se reflejó en el campo de refugiados de Dadaab, en la frontera entre Kenia y Somalia. Allí se concentraron todo tipo de miserias humanas y el lugar se desbordó de tal forma que los refugiados se hacinaban fuera incluso del recinto de la ONU, por falta de infraestructuras. Hoy, Dadaab es el mayor campo de refugiados del mundo y se ha convertido en la tercera ciudad más poblada de Kenia. En febrero de 2012, la ONU declaró de manera oficial el fin de la hambruna en Somalia, pero advirtió que 2,3 millones de personas seguían necesitando ayuda urgente. J.CUESTA