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DANIEL MONZON
DIRECTOR DE «EL NIÑO»

«Ser director de cine exige un alto nivel de entusiasmo»

Daniel Monzón estrena «El Niño», un ambicioso thriller fronterizo sobre el tráfico de hachís con un protagonista absoluto: el Estrecho de Gibraltar y su entorno.

Un lustro ha transcurrido desde que Daniel Monzón (Palma de Mallorca, 1968) saborease las mieles del éxito con «Celda 211», el film que consolidó a este antiguo crítico cinematográfico como uno de los artesanos más fiables del cine estatal. Ahora llega a la pantallas su nuevo trabajo, «El niño».

Cinco años han pasado desde «Celda 211». ¿Cómo ha tardado tanto en volver a dirigir después de aquella celebrada experiencia?

Cada película que haces, en cierto modo, termina por condicionar el devenir de tu carrera y aunque después de «Celda 211» estuve trabajando un año junto con Jorge Guerricaecheverría en el guion de una comedia titulada «Murder Weekend» que pensábamos rodar en Inglaterra con actores y técnicos británicos, al final el azar y las ganas de repetir con buena parte del equipo con el que rodamos nuestra anterior película nos empujó a este proyecto que nació de un modo bastante espontáneo y que tuvo una preproducción bastante compleja. De ahí esos cinco años que comentas que no obstante, me han servido también para ejercer de padre y marido (risas).

¿Cómo surge entonces la idea de esta película? ¿Se trata de una historia que tenía hace tiempo en mente?

Quien la tenía en mente era Jorge, que siempre había querido escribir una historia ambientada en el Estrecho de Gibraltar, un escenario potente como pocos, que nos pilla aquí al lado y que, sin embargo, apenas ha sido explotado por el cine español. Él le ofreció la idea a los de Telecinco, que la aceptaron encantados, y me la trasladó a mí. Un día entramos en youtube y pudimos ver un vídeo filmado por uno de los chavales que se dedican al tráfico de hachís en la zona, los llamados `gomeros'. Se filmaba a sí mismo en plena faena y a modo de hazaña, un vídeo que, lógicamente lejos de convertirle en un héroe fue utilizado como prueba para meterlo en la cárcel (risas). Con todo, aquello nos parecía que tenía tanta fuerza que enseguida nos pusimos a documentarnos porque nuestra idea era narrar una historia apegada a la realidad, rodar una película casi te diría que antropológica. «El niño» pretende ser un viaje emocional y sensorial por la zona del Estrecho.

El trabajo de documentación previo a la escritura del guion fue apasionante, según ha manifestado. ¿Con qué se encontraron?

Durante ocho meses estuvimos hablando con todo el que se nos puso a tiro: policías, guardias civiles, miembros de vigilancia aduanera... pero también con pequeños traficantes y delincuentes que, por cierto, cuando se enteraron que éramos los de «Celda 211» colaboraron con nosotros con un entusiasmo inaudito (risas). Pero aparte de recabar esos testimonios nos movimos por la zona visitando todos los pueblos y sus calles, cruzamos hasta Marruecos, visitamos las plantaciones de marihuana... Fue un viaje intensivo sobre el terreno que nos ocupó bastante tiempo pero que nos llevó a un conocimiento de la zona y de sus gentes, exhaustivo que creo que encuentra fiel reflejo en la película.

Porque cuando uno piensa en un thriller fronterizo sobre el fenómeno del narcotráfico inevitablemente se le viene a la cabeza el cine norteamericano con esos gánsteres atormentados e intensos que nada tienen que ver con la espontaneidad e inconsciencia de los chavales que se dedican al trapicheo por la zona del Estrecho. Además, tienen un sentido del humor y una capacidad narrativa para contarte su día a día que le dejan a uno verdaderamente pasmado. Hablando con ellos te das cuenta de que más que ganar dinero fácil, a muchos lo que verdaderamente les estimula de todo este asunto es el subidón de adrenalina que supone conducir una lancha a toda velocidad y la sensación de rebeldía que conlleva burlar las leyes. Eso unido a la camaradería y a los lazos de fraternidad que establecen con sus colegas de trapicheos, les conferían un perfil sumamente interesante para nosotros. Un perfil, por otra parte, que curiosamente compartían con muchos de los policías, quienes no podían evitar reconocer que pese a lo frustrante que puede llegar a ser trabajar en la erradicación de algo que sabes que no tiene fin, lo que les mantiene vivos y alerta es la adrenalina que en ellos despierta su trabajo.

Según ha dicho antes, el desarrollo de este proyecto ha sido bastante complejo. ¿Cuál ha sido la fase de mayor dificultad?

Hubo un momento, cuando ya lo teníamos todo a punto para empezar a rodar, que el proyecto se paró porque Telecinco decidió posponer un año todas las producciones que tenía en marcha. Pero yo soy de los que hacen de la necesidad virtud, así que ese año en blanco lo aproveché al máximo en varios frentes. En primer lugar para trabajar con los actores, sobre todo con los tres jóvenes que hacen de `gomeros'. Tenían poca o ninguna experiencia en el cine y les puse a interactuar entre ellos, a confraternizar hasta que asumieron la naturaleza de sus personajes desde una verdad y una naturalidad que al resto del reparto, a los actores profesionales, les dejó verdaderamente pasmados hasta asumir como un reto el poder estar a la altura de estos chavales (risas). Luego también aprovechamos ese parón para dirigirnos a las administraciones y obtener permisos para rodar en zonas estratégicas. Con lo cual yo creo que, pese a la evidente frustración que genera un escenario de incertidumbre laboral como el que vivimos, al final aquello redundó en beneficio de la película.

¿Y esos escenarios de incertidumbre propiciados por retrasos en la producción, tal y como están las cosas, no le generan a uno deseos de tirar la toalla y embarcarse en otro proyecto?

Sí, claro que te entran dudas, pero yo creo que ser director de cine no consiste solo en decir `¡acción!' y `¡corten!', sino que exige un alto nivel de entusiasmo. Si el proyecto que tienes entre manos no resiste los contratiempos que te plantea un proceso de producción complejo, igual es que no eres la persona idónea para dirigirlo porque si no te resulta apasionante difícilmente vas a poder luego tú motivar a tu equipo y, en última instancia, al espectador. Luego ese entusiasmo, esa entrega, tiene una contraparte perturbadora y es el vacío interior que sientes cuando aparcas definitivamente una película a la que, entre preparación, rodaje, postproducción, estreno y promoción, has dedicado cinco años de tu vida... Es una sensación parecida a la que te deja una ruptura sentimental (risas).

Volviendo a «El niño», ¿tuvieron claro desde un principio esa narración paralela de la que se nutre la película? Se lo comento porque hay un riesgo evidente en esa apuesta de construir dos historias que funcionen de manera independiente entre sí, la de los policías y la de los «gomeros», aunque finalmente confluyan.

Dada la cantidad de información con la que contábamos, el proceso de escribir el guion fue largo y laborioso. Y precisamente esa estructura que comentas fue el gran desafío a nivel narrativo que nos planteamos ya que queríamos lograr que esos dos mundos aparentemente alejados, interesaran de la misma manera al espectador, es decir, que estuvieran compensados. Y sí, yo veía que había un riesgo ahí, pero intuitivamente pensé que era la mejor opción para representar una realidad tan compleja como la que pretendíamos reflejar. Fue en la mesa de montaje cuando terminé por darle el tono a la película imbricando esas dos historias que, en el fondo, tienen ecos la una en la otra y que pese a presentarse independientes acaban confluyendo en las secuencias de acción, lo cual mantiene cierta intriga en el espectador. Pero lo que me interesaba narrativamente era potenciar la idea de fresco social, ya que lo que estamos retratando es un microcosmos donde el verdadero protagonista es el entorno, el paisaje.

Al margen de los tres jóvenes protagonistas, la convocatoria de Luis Tosar, Sergi López y Eduard Fernández parece remitirnos a aquellas «macho movies» de los 60 y 70 hechas bajo la égida del cine de misiones.

La verdad es que cuando me pongo el mono de director procuro dejar mi cinefilia a un lado para que no condicione mi trabajo, pero a veces me veo superado por ella (risas). No obstante, en «El niño» he tratado de recuperar, de manera consciente, ese espíritu que alimentaba el cine de acción de los años 60 y 70. En parte porque estoy bastante harto de los espectáculos digitales que tanto abundan hoy en día, hasta el punto de que muchas veces, como espectador, cuando voy al cine tengo la sensación de estar asistiendo a una especie de videojuego en el que ni siquiera te dejan participar. Frente a eso, quise emular el estilo de cineastas como Robert Aldrich o John Frankenheimer, que filmaban la acción con un sentido físico y orgánico dando la sensación de que todo era real, de que todo estaba hecho por los actores... Claro que para eso tienes que contar con intérpretes predispuestos y con un punto de inconsciencia muy acentuado y yo en esta película los he tenido (risas). Creo que he sabido contagiar muy bien esa euforia y ese ímpetu que te comentaba antes al equipo artístico, al punto de dejarse la piel rodando las secuencias de acción a las bravas, siendo ellos mismos sus propios especialistas.

Usted, que antes que director fue crítico de cine, ¿reconoce alguna otra influencia declarada en esta propuesta?

Conscientemente no, pero seguramente que habrá por ahí alguna otra influencia oculta que luego los periodistas me descubren para mi sonrojo, porque que te comparen con Fuller o con Siegel, como me ocurrió a raíz del estreno de «Celda 211» da bastante pudor, la verdad. No obstante, he de reconocer que mis tres primeras películas sí que estaban imbuidas de esas referencias hasta el punto de constituir tres enormes tributos de cinéfilo, inspirados, a su vez por aquellos géneros, cineastas y registros con los que disfrutaba como espectador en mi juventud. Sin embargo, tanto en «Celda 211» como en «El niño» no he acudido tanto a las fuentes sino que mi inspiración ha sido el mundo real. Cada película exige un tono y yo siempre trato de ponerme al servicio de la historia que quiero contar.

Entonces ¿se reconoce como un artesano del cine? Se lo comento porque, aparte de lo que acaba de manifestar, en algún sitio le he oído definir a «El niño» como «cine de entretenimiento» con todos los malos entendidos que eso conlleva...

Es que yo creo que ejerciendo de artesano no renuncias tampoco a conferir una visión personal al relato que estás contando. Lo que no puedes hacer, en ningún caso, cuando te ofrecen el privilegio de dirigirte a una audiencia masiva a través de una pantalla en blanco es despreciar al espectador aburriéndole. Eso equivaldría a ser un ingrato o un inconsciente. Porque, además, yo no pienso en la audiencia como un ente amorfo y extraño sino como una suma de individualidades mucho más inteligentes que yo.

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