Los premios Donostia de este año disponen del infalible aval del Óscar, ya que entre Denzel Washington y Benicio Del Toro suman tres estatuillas. Ahí es nada. Y más aún considerando que ambos pertenecen a minorías étnicas en los Estados Unidos, puesto que nunca ha sido fácil para un afroamericano o para un latino triunfar en Hollywood. El portorriqueño lo ha tenido si cabe incluso un poco más complicado, habida cuenta de que el Óscar que ganó fue a mejor actor de reparto por su papel secundario en «Traffic» de Steven Soderbergh.

En Hollywood ven al actor latino como a alguien abonado a los roles de villano, casi siempre relacionados con el narcotráfico, de la misma manera que a los italoamericanos se les ha venido asociando con la mafia clásica. Esto es así, y no hay quien lo cambie. Por tal motivo tiene más mérito lo de Benicio Del Toro, que con papeles estelares en el cine independiente ha sabido demostrar que su presencia puede ir mucho más allá de las apariciones episódicas.

Esa misma mirada turbia e inquietante que le ha valido para convertirse en cola de león, también le está sirviendo para ser cabeza de ratón. Su protagonismo cada vez va a ir a más, al encontrarse en un momento clave de su maduración como actor a los 47 años de edad. En el futuro inmediato le esperan películas importantes. Pronto le veremos en «Inherent Vice» de Paul Thomas Anderson, formando parte de un reparto antológico a la altura de esta adaptación de una novela negra de Thomas Pynchon. El reverenciado Terrence Malick es otro que ha contado con él para su nuevo proyecto, todavía sin título definitivo. Por no hablar del rodaje de «Sicario», dirigida por el canadiense Denis Villeneuve en su exitosa etapa estadounidense. Y tampoco quiere dejar de trabajar a este lado del charco, y lo hará a las ordenes de Fernando León de Aranao, encabezando el cartel internacional de «A perfect day», según la novela de Paula Farias.

No cabe duda de que el de Santurce (Puerto Rico) está viviendo un gran momento artístico, hasta el punto de que su mejor interpretación reciente la encontramos en la película de Arnaud Desplechin «Jimmy P.», dando réplica a Mathieu Amalric. Su caracterización como nativo americano aislado resulta excepcional, bordeando siempre la locura marginal.

Lo grande de este oficio es que Benicio Del Toro haya podido compaginar un trabajo tan poco convencional con su intervención en la superproducción «Guardianes de la Galaxia», donde se ha divertido de lo lindo en una de sus intervenciones más entretenidas para el público mayoritario.

Lo que le trae a Donostia es la película «Escobar: Paradise lost», personificando al famoso narcotraficante colombiano, y con la que se clausura la sección Perlas. Es un papel lógico dentro de su carrera, por la trascendencia que alcanzó al convertirse para la pantalla en el Ché. No en vano el díptico dirigido por Steven Soderbergh le supuso el premio de mejor actor en el Festival de Cannes. Son cometidos vitales que le colocan como el actor latinoamericano más destacado del panorama internacional.

Puerto Rico profundo

A pesar de su profesión viajera, Benicio Monserrate Rafael Del Toro Sánchez sigue muy apegado a sus raíces. Nunca fue el portorriqueño típico, según él debido a una educación montaraz. Se crió en el interior del país, lejos del turismo costero, en un entorno rural ajeno al surf y demás prácticas ociosas. Le tiraba más la pintura, aunque tuvo que dejarla al decantarse, ya durante su adolescencia en los Estados Unidos, por la interpretación. En su país tuvo oportunidad de convertirse en un profesional del baloncesto (estatura y actitudes físicas no le faltaban), pero su destino, lesiones aparte, estaba escrito en otra dirección.

Recibió clases de Stella Adler, que supo aprovechar al máximo, empezando por pequeñas intervenciones en series televisivas como «Miami Vice». Perdió a su madre en la niñez y hoy en día ejerce de padre soltero, siendo el abuelo materno de su niña nada menos que el cantante escocés Rod Stewart.