Oihane LARRETXEA
LA VIOLENCIA FILIO-PARENTAL

La sensibilización, clave para sacar a la luz los casos y ayudar a las familias

La Ertzaintza registra al año alrededor de 400 denuncias de progenitores que declaran haber sido amenazados o agredidos por alguno de sus hijos. La violencia filio-parental no es algo nuevo, pero se habla cada vez más de ella, lo que hace que su incidencia aumente en las estadísticas. Los cursos de verano de la UPV-EHU han acercado y desgranado en Donostia esta realidad.

Los episodios de violencia filio-parental -aquella ejercida por los hijos menores hacia la madre o el padre-, o los de violencia ascendente -cuando los agresores son ya mayores de edad- ocurren en el seno de la familia, entre las cuatro paredes del hogar, y por eso resultan difíciles de detectar. Además, en muchos casos, las víctimas no quieren que la realidad salga a la luz y evitan denunciar a su hija o hijo.

Y no lo hacen, en primer lugar, por el golpe que supone hacerlo contra un miembro de la familia, pero también por el qué dirán, por vergüenza, por culpabilidad al reprocharse no haber sabido educar adecuadamente, por miedo, por la repercusión penal que pudiera haber... Todo ello provoca que, en palabras de Javier Óscar Fernández Cucó, criminólogo y jefe de investigación de la ertzain-etxea de Gernika, exista «una cifra negra importante». Fernández Cucó sostiene de hecho que los datos que arrojan las estadísticas son la punta del iceberg. «Sabemos muy poco de lo que ocurre realmente», expresó en su intervención en el marco del curso que llevaba por título «Mi hijo nos pega, necesito ayuda». Poniendo en valor las campañas de sensibilización y la información, agregó que «cuanto menos invisible es esta realidad, más casos salen a la luz».

Los motivos antes citados por los que no se presenta una denuncia en comisaría, hacen, según la experiencia de este criminólogo, que las familias se decidan a dar el paso «después de haber soportado altos niveles de violencia». No obstante, añadió que tampoco es raro que tras hacerlo, rectifiquen y retiren la denuncia.

Baja autoestima

Sobre las 1.541 denuncias presentadas en la CAV entre los años 2010 y 2013, Fernández Cucó destacó que la mayoría de los agresores son chicos, aunque ellas agreden más que ellos cuando son menores de edad. En cuanto a las víctimas, en el 95% de los casos son las madres quienes sufren las agresiones. La mayoría de ellas tienen entre 41 y 50 años.

Las estadísticas también revelan que las familias en las que ocurren episodios semejantes, en su mayoría, tienen un nivel medio-alto y son monoparentales, según expuso Francisco Javier García, criminólogo y tutor en el Centro Educativo de Menores de Justicia Txema Fínez (IRSE), en Aramaio. Basándose en su experiencia, añadió que en el caso de las familias tradicionales en la mayoría de los casos las víctimas son las madres.

Sobre el perfil del joven que agrede o amenaza, describió que tienen escasa autonomía personal y baja autoestima, carencias que compensan con agresividad. «Son altamente dependientes y tienen total falta de empatía hacia sus víctimas. Por ello, no tienen conciencia de que estén haciendo daño, sino que la víctima se lo merece», explicó.

Una detección temprana

Ayer, en la segunda jornada del curso, la criminóloga y formadora en prevención del abuso sexual infantil, Sandra Siria, ofreció una serie de recomendaciones prácticas destinada a los profesionales para la detección e intervención.

A la hora de la detección, admitió que, a diferencia de otras violencias en las que se intenta llegar a la verdad a través de la víctima, con la violencia filio-parental esto es difícil porque, entre otros motivos, las víctimas, adultas, tienen muchos recursos para dar evasivas, para mentir u ocultar lo que realmente ocurre en sus hogares.

Para llegar a ellos, Siria habló de unos cuestionarios específicos que se les hacen a los jóvenes y tirar del hilo a través de las respuestas.

A la hora de intervenir, abogó por las fórmulas que tienen en cuenta a todos los miembros de la unidad familiar, no solo a la figura del agresor o agresora. El reto, a su juicio, es que todos participen para lograr normalizar una situación que no se produce «de la noche a la mañana, sino que es un proceso progresivo. El hijo o la hija suele ser el `portavoz' de una problemática familiar». El trabajo del profesional consistirá en detectar el origen, el porqué y aclarar la parte de responsabilidad de cada miembro «porque no hay un único responsable, como tampoco una única víctima».

La paciencia será otro elemento que los profesionales habrán de tener en cuenta, pues hay procesos que se alargan años hasta que la familia logra reestructurarse.

Como base, los profesionales de distintos ámbitos que escuchaban las intervenciones también destacaron la importancia de la información y el valor de las campañas de sensibilización. «Yo no me imaginaba que todo esto pudiera ocurrir», expresaba sorprendida una profesora que pedía un lenguaje común.