CRISIS HUMANITARIAS 15 AÑOS DEPUÉS DE LOS OBJETIVOS DEL MILENIO (II)

Dime a quién ayudas... y te diré qué quieres

La teoría dice que la cooperación internacional al desarrollo es el compromiso solidario de los países ricos para limar las desigualdades con sus hermanos pobres. La práctica esconde intereses políticos, económicos y geoestratégicos que algunos no dudan en calificar como neocolonialismo.

Si todavía existe una sola persona que piensa que la cooperación al desarrollo y el dinero que los países donantes invierten cada año está motivado por solidaridad, justicia social o filantropía, es tiempo de abrir los ojos. En este mundo globalizado, desde hace unos años azotado por la caída del sistema financiero y la crisis económica mundial, da la impresión que son los grandes poderes económicos quienes toman las decisiones, incluidas las relativas al desarrollo y a la cooperación internacional. «En realidad son los llamados mercados financieros y las grandes corporaciones internacionales quienes manejan el sistema que rige el mundo», relata Mercedes Ruiz-Giménez, presidenta de la Coordinadora de ONG para el Desarrollo-España. «Vivimos en un sistema con estructuras y reglas de funcionamiento que generan niveles de pobreza y desigualdad absolutamente vergonzosos y cuyo pilar es el enriquecimiento ilimitado de unos pocos a costa del empobrecimiento de millones de personas».

No hay más que echar un vistazo a la lista de prioridades de cada país. EEUU, el mayor donante del mundo, es el vivo ejemplo de la ayuda totalmente condicionada a sus intereses geoestratégicos, económicos y a su política exterior. El nuevo panorama internacional surgido tras los ataques del 11S de 2001 y la tensión nuclear han condicionado las decisiones de su Gobierno, que ha optado por destinar la mayor parte de sus aportaciones a países estratégicos para su `seguridad nacional' y sus beneficios económicos derivados del control del petróleo. Así, Afganistán, Irak y Pakistán son países preferentes, y no precisamente por las prioridades de desarrollo global marcadas en la agenda internacional y en los Objetivos del Milenio. «La cooperación estadounidense ha sido tradicionalmente muy utilitarista», subraya Gonzalo Fanjul, investigador y activista contra la pobreza. «Cuando interviene con su cooperación para apuntalar su estrategia política o militar en países de Oriente Medio son intereses propios puros y duros, la cooperación es accesoria».

Lo mismo ocurre con su otro gran foco de atención: África. El control de algunos países mediante esa ayuda poco altruista garantiza a los norteamericanos una cuota importante de poder y de control económico en países preferentes como la República Democrática del Congo, un polvorín de violencia y pobreza que ha dejado más de seis millones de muertos y en el que se concentran algunas de las reservas de recursos naturales (oro, diamantes y coltán) más lucrativas del mundo. Este país fue el segundo que más dinero recibió de EEUU en 2012, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Carlos Ugarte, responsable de Comunicación Externa de MSF, lo tiene claro: «Es una cuestión de prioridades, y cuando hay que poner en la balanza los intereses de las personas y los intereses económicos, que son los que imperan en este mundo, siempre perjudica a las personas».

China, número uno de los nuevos países emergentes, es quizá el mayor competidor de EEUU en su puja por dominar regiones a través de la cooperación. El gigante asiático quiere asegurar su acceso a las ingentes materias primas africanas como vía para mantener su voraz crecimiento económico y necesita a África como mercado. «La neocolo- nización de China, tanto en África como en América Latina, es clamorosa», afirma con rotundidad Ruiz-Giménez. «Actualmente, aunque las fronteras físicas de los países parecen estar más delimitadas que nunca, no lo están los límites de las corporaciones o los mercados internacionales que ejercen ese neocolonialismo desde distintos lugares del planeta», asevera.

Intereses económicos y retos

La cooperación mantiene la vieja lucha entre las personas y el lucro, entre el desarrollo humano y el económico. Siempre gana el dinero. «No seamos ingenuos, la cooperación internacional tiene por detrás toda una serie de intereses por parte de los gobiernos y organismos implicados», comenta Graciela Rico, investigadora y coordinadora del Máster online en Cooperación Internacional y Gestión de Políticas Públicas del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset. «Existen intereses comerciales y geoestratégicos que instrumentalizan el sector». Según Ruiz-Giménez, «cuestionar ese sistema y construir propuestas alternativas que garanticen los derechos de millones de personas no es tarea fácil». Por ello, trabajan «mano a mano con movimientos sociales y alternativas ciudadanas que ya están en marcha, que fiscalizan a los gobiernos y demuestran que otros sistemas son posibles: sistemas basados en la defensa de los derechos humanos, la protección de los bienes comunes, el cuidado mutuo y la protección del planeta que habitamos». En ese mismo sentido, Rico defiende firmemente el poder de la sociedad civil. «El reto es construir una ciudadanía global capaz de incidir en sus gobiernos y en el gobierno mundial, liderado efectivamente por poderes económicos», señala. «La gobernanza del sistema mundial no depende exclusivamente de gobiernos, depende de nuestra conciencia ciudadana para cambiar el sistema en el que vivimos».

Ruiz-Giménez pone el foco en las grandes multinacionales, a menudo más influyentes que los estados y con gran interés en manejar los hilos de la cooperación en su propio beneficio. «Acaparan tierras en enormes zonas del planeta privando a las poblaciones locales de sus recursos naturales, industrias extractivas e incluso expulsándoles de sus tierras, habitadas, en muchos casos, desde tiempos inmemoriales», constata.

Expolio euro a euro

Un estudio publicado por 14 ONG británicas y editado por Health Poverty Action revela unas cifras más que significativas en este sentido: por cada 100.000 millones de euros que África recibe en concepto de ayuda o inversiones, pierde 144.000 millones en forma de beneficios de empresas extranjeras, evasión de impuestos y consecuencias del cambio climático. Según el estudio, esa fuga de riqueza es «más de lo que anualmente se necesitaría para erradicar la pobreza, garantizar el acceso a educación primaria, mejorar la cobertura sanitaria para algunas enfermedades y asegurar agua potable y energía sostenible para todo el mundo, no sólo para África». La balanza registra unas pérdidas anuales de 44.000 millones de euros. Ese es el expolio que el mundo rico sigue ejecutando sobre África, euro a euro. «El afán de nuestros políticos de usar la cooperación para promover intereses de las empresas de los países donantes es absolutamente lamentable», indica Olivier Consolo, activista y ex director de la Confederación Europea de ONG para el Desarrollo y la Ayuda Humanitaria. «Siempre ha existido, pero hoy día la crisis ha hecho que lo practiquen sin complejos», matiza. «Es un instrumento más de la política de comercio exterior».

Pero los intereses de las transnacionales no son sólo económicos. «Se han articulado como un poder global con la idea de influir en los modelos de sociedad y son las principales responsables de las dificultades para regular desde la perspectiva de los intereses globales», indica Pablo Martínez Osés, coordinador de la Plataforma 2015 y más. «El trabajo de las grandes empresas en la comunidad internacional para ser considerados actores de la cooperación tiene el principal propósito de impedir que el sistema internacional de ayuda limite sus capacidades de expansión por intentar proteger los derechos humanos y salvaguardar los recursos globales». Martínez Osés se muestra preocupado. «Si los intereses de las transnacionales logran imponerse en la agenda global de desarrollo, tendremos que dejar de hablar de desarrollo tal y como lo hemos entendido en los últimos 20 ó 30 años».

Aunque EEUU y China son hoy por hoy los grandes donantes con intereses geoestrátegicos y económicos, el Estado español no escapa de esta tendencia utilitaria. Consolo, activista francés que trabajó varios años en América Latina, recuerda cómo en la década de los 80 el Gobierno español «utilizó la cooperación para colocar sus multinacionales en electricidad, telefonía e infraestructuras». Hoy sigue haciendo lo mismo, «pero ya no disimula».

A pesar de sus históricos recortes en Ayuda Oficial al Desarrollo, que ha relegado al Estado español a una posición irrelevante en el panorama internacional, el Gobierno sigue utilizando las partidas para reforzar la «Marca España» y la estrategia exportadora. Para Pablo Martínez Osés, con esa actitud «nos alejamos de las posibles soluciones a los desafíos globales, y sus consecuencias serán cada día más visibles también para nosotros: presión migratoria, deterioro ambiental, precarización laboral y pérdida de derechos».

Viaje a los orígenes de la cooperación internacional

La cooperación internacional para el desarrollo, tal como es entendida en la actualidad, nació después de la Segunda Guerra Mundial como consecuencia del nuevo panorama internacional surgido tras la contienda. Estados Unidos se erigió entonces como la principal superpotencia económica, y el planeta se dividió en dos bloques antagónicos y rivales: Este y Oeste, o lo que es lo mismo, América del Norte y la Unión Soviética. Comenzaba la Guerra Fría, y la búsqueda de aliados estratégicos convirtió a los países pertenecientes a las regiones menos desarrolladas -América del Sur, África y Asia- en peones de una partida de ajedrez. Las primeras motivaciones de la cooperación fueron, por lo tanto, un instrumento político de la lucha Este-Oeste.

Europa, por otro lado, vivió la descolonización y los procesos de independencia de sus antiguos botines americanos, africanos y asiáticos. Los lazos entre los estados colonos y los países recién independizados seguían siendo poderosos, y esa dependencia se sustituyó por una nueva figura, la cooperación internacional. Los nuevos países, necesitados de todo tipo de asistencia exterior para echar a caminar, recibían la ayuda para empezar a moverse en el nuevo mapa creado. Y las metrópolis, de alguna forma, seguían conservando intereses políticos y económicos en sus antiguas colonias. J.CUESTA