Elkarrizketa
Daniel Burman
Director de cine

«Me gusta acercar la cámara a esas pequeñas grietas que se dan en el alma humana»

Director de películas como «El abrazo partido», «Esperando al Mesías» o «El nido vacío», Daniel Burman (Buenos Aires, 1973) es uno de los nombres más destacados entre la nueva ola de cineastas argentinos que han venido renovando la cinematografía de aquel país a lo largo de la última década. Acaba de estrenar entre nosotros «El misterio de la felicidad», una tragicomedia con gran acogida de espectadores en su país.

Santiago y Eugenio son dos cincuentones que regentan una pequeña tienda de electrodomésticos. Amigos desde la adolescencia, ambos han logrado mimetizarse al punto de compartir las mismas aficiones, preocupaciones, intereses e inquietudes o eso es lo que piensa Santiago, quien no sale de su asombro cuando un día su socio no aparece por la oficina. La que sí aparece es la mujer de Eugenio a la que su intuición femenina le dicta que este les abandonó para no volver. Este es el punto de partida de la nueva película de Daniel Burman, un thriller tragicómico con un trasfondo existencialista, donde la felicidad aparece como el Santo Grial que todos anhelan pero que solo unos pocos valientes se aventuran a conseguir.

¿Hasta qué punto diría que «El misterio de la felicidad» es una película sobre «lo masculino»? ¿O no es muy partidario de manejar este tipo de etiquetas?

Al contrario, soy bastante partidario de apelar a este tipo de etiquetas por cuanto ayudan, aun a costa de simplificar, a dar una idea sobre el contenido o enfoque de las películas. Y sí, sí diría que esta es una película sobre lo masculino, y más concretamente sobre la amistad entre dos hombres y sobre cómo en torno a la misma se desarrollan una serie de vínculos homo-eróticos toda vez que ambos mantienen un deseo compartido hacia un tercer objeto, la empresa de la que son socios, y también hacia una tercera persona, la mujer que ambos conocieron en su juventud durante un viaje iniciático.

¿Por qué cree que este tipo de historias de afinidades afectivas entre amigos y socios no se explota como tema recurrente en el cine, cosa que sí pasa con las relaciones de amistad entre mujeres?

Pues no lo sé, ciertamente. Desde fuera podría pensarse que el material que genera la amistad femenina aparentemente es más rico para la dramaturgia. Sin embargo, la afinidad afectiva entre hombres se da en un territorio de sobrentendidos y silencios que genera bastante misterio. Mientras las mujeres, cuando se comunican entre ellas, tienden a explicitar todo, en los hombres, esas miradas perdidas y esa comunicación no verbal generan situaciones más interesantes.

Lo que está claro es que a los hombres les cuesta despojarse de esa coraza de reciedumbre que va unida a su uniforme de trabajo, ¿quizá para evitar ser juzgados?

Sí, la verdad es que la mirada del otro siempre nos condiciona, hasta el punto de que muchas veces, antes de atrevernos a adoptar decisiones drásticas que tienen que ver con dar satisfacción a nuestros más íntimos anhelos, con el deseo de ser libres y felices, tendemos a valorar hasta qué punto quienes nos rodean van a entender nuestra decisión. Hay parejas que tienen deseos cruzados, parejas donde, cada quien por su lado, alcanzaría un escenario de felicidad muy superior al que atesoran en aquellos espacios que comparten. Y eso es lo que le ocurre a Eugenio, tanto en su matrimonio como en su relación con su socio y amigo. De ahí que cuando opta por romper con todo buscando realizarse como persona, lo haga sin avisar a nadie y huyendo. Precisamente para evitar ser juzgado.

¿En su renuncia no hay algo de subversivo?

Lo hay porque subvierte un orden dado. Vivir en armonía implica aceptar tácitamente ciertos pactos o reglas que, en muchos casos se cumplen por inercia, no por convicción, dado que son principios que si uno se para a analizarlos puede no encontrarles el más elemental sentido. El primero que da un paso al frente y cuestiona la naturaleza de esas reglas, ejerce inevitablemente de subversivo.

Hay una frase en la película que ilustra los equilibrios de poder que tienden a darse en las relaciones de pareja: hay quien nace para querer y quien lo hace para dejarse querer.

Sí, porque en el fondo son dos maneras de afrontar la vida. Pero con esa frase no pretendo juzgar a los personajes ni sus acciones, simplemente constato que en toda pareja hay quien tiene una función más activa y quien la desarrolla más pasiva. Dos que quieren pero no se dejan querer no pueden estar juntos pero dos que se dejan querer y no quieren, tampoco. Al final estamos hablando de algo tan abstracto como la compatibilidad. Cuando convives con alguien, a veces, esa compatibilidad se da y luego desaparece, lo inteligente pues es anticiparse y asumir cuándo esa sinergia se esfuma en aras de evitar el deterioro de la relación.

En su cine siempre ha explorado todos los vínculos familiares posibles. Aunque en esta ocasión no se pueda hablar de «relaciones familiares» en un sentido estricto, ¿piensa que «El secreto de la felicidad» tiene una continuidad temática respecto a sus anteriores trabajos?

La tiene y no. Cada nueva película que hago suelo filmarla en contra de mi anterior largometraje, pero de alguna manera en esta película, como en mis anteriores trabajos, parto de la observación detallada de esos pequeños fragmentos de cotidianidad que, de manera casi imperceptible, terminan por condicionar nuestras vidas. Me gusta acercar la cámara a esas pequeñas grietas que se dan en el alma humana, pues asomándome a las mismas es fácil percibir las zonas más oscuras que se dan en el interior de cada uno de nosotros.

¿Qué le aporta el género de la tragicomedia como para adecuar la mayoría de sus películas a ese registro narrativo?

Yo no le creo a la tragedia pura ni a la comedia pura, al contrario, cuando desarrollo una historia me gusta reírme con los personajes pero también sufrir con ellos. Por eso mismo pienso que la tragicomedia es el modo natural de contar las cosas ya que la realidad es una mezcla de ambos registros, hasta el punto de que los períodos más felices de nuestras vidas, si nos detenemos a analizarlos, presentan puntos oscuros, y al revés: siempre hay lugar para el humor en mitad de los momentos más trágicos.

De entre todas sus películas, «El misterio de la felicidad» ha sido una de las que ha tenido más éxito en la taquilla argentina, ¿a qué lo atribuye?

No lo sé, seguramente la presencia de los actores ha influido, ya que tanto Guillermo Francella como Inés Estévez son intérpretes bastante populares, con mucho tirón entre el gran público. Por otra parte la temática de la película también abarca una audiencia bastante amplia, porque todos tenemos sueños y todos, en algún momento, hemos soñado con romper con todo para alcanzarlos pero pocos son los que se atreven a dar ese paso. La gente se reconoce en esa historia pero la taquilla es un misterio más profundo que el de la felicidad (risas).

¿Qué queda, según usted, de aquél boom renovador del cine argentino sobre el que muchos comentaristas pusieron el foco atendiendo a la generación de usted, Pablo Trapero o Lucrecia Martel? ¿Siente que el cine argentino vivió una renovación real?

No sé qué queda, lo único que sé es que el cine argentino vive un momento de producción heterogéneo y muy activo. Vivimos una falta de especulación respecto al mercado, se filma lo que los directores quieren, no tenemos necesidad de complacer, por así decirlo, y eso genera propuestas muy libres e interesantes.