Belén MARTÍNEZ
ANALISTA SOCIAL
AZKEN PUNTUA

Democracia abolicionista

El 6 de abril de 1846, Dred Scott y su esposa Harriet presentaban una demanda judicial contra Eliza Irene Sandford en un tribunal de Missouri, para reclamar su libertad. Por motivos económicos ella tuvo que desistir. Dred continuó con el proceso. Al residir una temporada en Illinois y Minnesota, territorios donde la esclavitud estaba abolida, le aplicaron la doctrina «una vez libre, siempre libre» («once free, always free»), acordando su emancipación en primera instancia. El 6 marzo de 1857, el Tribunal Supremo revocó la sentencia y Dred volvió a ser esclavo. En el fallo, Roger Taney, presidente del Tribunal, dictaminó: «Un negro libre de raza africana, cuyos ancestros fueron traídos a este país y vendidos como esclavos, no es un `ciudadano' en el sentido en que lo establece la Constitución de los Estados Unidos».

El 17 de setiembre de 1858 fallecía Scott. Sus restos reposan en el cementerio de Calvary, a apenas unos kilómetros de Ferguson, el barrio donde el afroamericano Michael Brown murió abatido a tiros por el oficial de policía Darren Wilson.

Puede que Obama venciera al Katrina, pero las desigualdades sociales y raciales permanecen. Lo ocurrido en Ferguson simboliza el continuum de la supremacía racial que aún persiste en Estados Unidos. La infamia y la impunidad no cesaron tras el linchamiento de los nueve adolescentes de Scottsboro, en 1931. La segregación y las ejecuciones perduran junto con una «nueva» esclavitud metamorfoseada.

Glosando a Angela Y. Davis, en «Abolition Democracy, Beyond empire, prisons and torture»: la democracia será abolicionista o no será... a ambos lados del paralelo 36º 30'.