Amedida que Susanne Bier se fue alejando del inicial punto de partida dogmático, sus películas fueron forzando más y más las situaciones reales hasta desembocar en un tipo de ficción reflexiva. Si uno se dedica simplente a observar lo que ocurre se vuelve tan objetivo como pasivo, mientras que si se consigue un cierto grado de implicación por parte del espectador ya se puede pasar a plantear las preguntas que haga falta.

Dicha reformulación se hace más evidente si cabe en el guion que Anders Thomas Jensen ha escrito para «En chance til», toda vez que lanza dilemas morales al patio de butacas desde una casuística llena de deliberadas paradojas. Rompe con los prejuicios establecidos que asocian el maltrato infantil y otros delitos del ámbito familiar a las clases marginales, sacando a colación aquellos casos que también se dan en hogares burgueses.

Por primera vez, lo que es muy de reseñar, el intercambio de recién nacidos no es tratado en forma de comedia, sino que ese tipo de enredo es reconducido por el camino del drama nórdico serio. También es cierto que el argumento contiene intriga policial, pero la investigación de los hechos nunca desvía la atención del análisis de fondo sobre la problemática de la paternidad no responsable y su manifestación en diferentes capas de la sociedad.

Claro que por mucho que se quiera ir al grano, existe una mecánica narrativa genérica que no conviene descuidar. Anders Thomas Jensen se ha saltado un poco tales normas, permitiéndose licencias de guion que la realizadora Susanne Bier parece haber consentido. Los detalles del interrogatorio a la madre drogadicta que desvelan la verdadera identidad del bebé muerto, por decirlo de alguna manera, son obtenidos con demasiada facilidad. Algo que no habla a favor de la complejidad que se le supone a la película. Tampoco contribuye al pretendido cuestionamiento ulterior un epílogo, de esos con rótulo de «siete años después», que ablanda la perspectiva que se tenía hasta entonces de unos sucesos presentados para romper esquemas mentales.