Alberto PRADILLA

Solidaridad kurdo-catalana frente al asedio del EI a Kobane

Alertado por las noticias que llegaban sobre el asedio del Estado Islámico sobre Kobane, enclave kurdo en Siria, Alan Azad Kanjo no dudó un segundo. Hizo las maletas y, junto a su padre, originario de una aldea de esta provincia, se desplazó rápidamente a la frontera para asistir a los refugiados.

No fue planeado. Escuchamos las noticias, hablamos con nuestra familia y no nos lo pensamos dos veces». Alan Azad Kanjo, nacido en Barcelona hace 29 años pero de origen kurdo, lo tuvo claro desde el primer momento. Su padre, Jalil, conocido como «Brino» por las tiendas de ropa que regenta en la capital catalana, nació en Susan, una de las 360 aldeas de la provincia de Kobane, actualmente asediada por el Estado Islámico, que ya controla aproximadamente 325 de ellas. El domingo 19, ambos dejaron atrás sus respectivos trabajos (Alan, la posproducción de un corto titulado «El dubte»; su padre, la gestión los comercios) y, pagando el viaje de su bolsillo, se desplazaron hasta la frontera, donde miles de personas trataban de escapar del asedio del califato. Alquilaron un coche, lo cargaron con pan y botellas de agua y se plantaron en Golê, un puesto improvisado donde antes solo existía una verja y por el cual, diariamente, cruzaban decenas de familias. Pocas, muy pocas, si se toma en cuenta la aglomeración que se agolpaba al otro lado, donde llegaron a acumularse hasta 100.000 almas. «Se podía producir una crisis humanitaria», explica el joven, preocupado ante la certeza de que los hombres de Abu Bakr Al Baghdadi tomen definitivamente Kobane. «Lo harán con dificultad, pero acabarán entrando».

El hostigamiento islamista contra una de las capitales de la revolución kurda en Siria no es nuevo. Se ha alargado durante los dos últimos años. Sin embargo, la situación se agravó hace dos semanas. Parecía que la irrupción del EI era inmimente, por lo que decenas de miles de kurdos trataron de escapar, aterrorizados. El 17 de setiembre llegó la primera avalancha. Las autoridades turcas abrieron la frontera solo una hora. Al otro lado, la nada. Allí, pernoctando a la intemperie, permanecieron los refugiados mientras Ankara habría un paso a cuentagotas. «La gente que se quedaba dentro de Kobane lo pasaba muy mal», explica Azad, que relata que, desde el borde turco, se lanzaban botellas de agua que «se agotaban en seguida».

«Nuestra labor era asistir a los refugiados cuando llegaban. Habían dejado todo atrás y venían con mantas, colchones... En primer lugar, con agua y pan. También ayudábamos a cargar los objetos que portaban», indica el joven. Algunos se quedaron a resistir frente al EI en inferioridad de condiciones. Quienes trataron de ponerse a salvo relatan todo tipo de horrores. «Hay gente que no ha tenido contacto alguno con la desgracia y que lloraba, diciendo que han dejado todo atrás. Otros, venían muy nerviosos, gritando que justo en el momento en el que habían salido su casa había sido quemada, ya que junto a ella había milicianos del YPG», relata.

Bandera negra en la aldea de su padre

Para Azad y para su padre no ha sido fácil ver los vídeos que circulan de su aldea conquistada por la bandera negra. «Es una sensación indescriptible», cuenta, para añadir después que «un familiar lejano fue decapitado». En medio de la tragedia también recuerda momentos «emotivos» de reencuentro con familiares que hacía mucho que no habían visto. También insiste en dos mensajes: uno, que al contrario que en Kobane, «los árabes de otras aldeas los recibían en un porcentaje bastante grande con los brazos abiertos». Otra, que el califato podrá conquistar el enclave kurdo, pero «será eliminado tarde o temprano». «No tienen lugar en nuestra sociedad», afirma, tajante.

Ahora, una vez dejada atrás la frontera, su principal preocupación es ayudar a los miembros de su familia que se han quedado sin nada. Cuando regrese a Barcelona se sumará a los colectivos que ya han iniciado los preparativos para un concierto con el que recaudar fondos. Ante todo tiene clara una cosa: «no dejaremos a nadie tirado».