Raimundo Fitero
DE REOJO

Nicolás


Es un joven de un barrio de clase media de Madrid, pero su ambición le ha convertido en un símbolo de estos tiempos. Se llama Nicolás, y hemos podido ver vídeos de este jovencito en el besamanos de los reyes, junto a Aznar, Botella, Rato, viviendo en un chalet prestado por un señor de la aristocracia búlgara, viajando en coches blindados y con escolta oficial. Un prototipo del pijo del derechas, una imagen de jovencito de misa diaria, bendecido por la FAES, que ahora lo detienen porque le acusan de impostor, de estafador porque no es verdad nada de lo que decía ser.

Decía ser amigo de... Conseguidor con... Tener conexiones en las altas esferas. Hablarse con vicepresidentas, ministros y toda la alta sociedad madrileña. Y una vez que lo han detenido, saltan las alarmas. Todo niegan su amistad, pese a las fotos y vídeos, todos reniegan de su apoyo, complicidad con sus asuntos. Y la duda razonables es, ¿es un impostor o es verdad todo lo que dice, incluso tener buenas conexiones con el CNI, los espías? Su notoriedad es grande, ocupa páginas, espacios radiofónicos y noticiarios en las televisiones y en «El Hormiguero» le han dedicado un rap. O sea, este Nicolás, bien pudiera ser un ídolo, un banderín de enganche, un ejemplo de arribista, de miembro destacado del partido al que parecía amar y le arropaba.

La trayectoria fantasiosa o no de este Nicolás queda eclipsada por la puta realidad, escalofriante: un campo de golf cuyo linde es la famosa valla de Melilla. No es una metáfora, ni un truco, ni un fotomontaje, mientras saltan los jóvenes africanos, las clases medias melillenses, juegan sin quererse enterar. Hay fotos que lo confirman. Una impostura, una manera de entender la violencia política y policial. Protegen los privilegios de esos golfistas que no quieren escuchar los gritos desgarradores mientras están dándole a la bolita blanca. Indecente.

Más sangrantes son las declaraciones posteriores de los jugadores justificando su entretenimiento, diciendo que alguno sufrió mucho al verse en las fotos. No se marean por ver la violencia policial contra los desarmados africanos, sino por salir en una foto que denuncia su complicidad con esa violencia.