Floren Aoiz
@elomendia
JO PUNTUA

40 años de Suresnes

El PSOE ha celebrado los 40 años de su famoso Congreso de Suresnes. En esa localidad francesa se produjo un importante cambio que abriría el camino a Felipe González, Alfonso Guerra y sus secuaces para hacerse con el capital histórico del partido con los resultados que ya conocemos. Era necesario arrinconar a quienes como Llopis, líder histórico, se resistían a entregar atado de pies y manos el partido en manos de la operación reformista.

El PSOE había desempeñado un papel bastante poco relevante en la lucha antifranquista, como se sabe, pero tenía algunas ventajas. Por un lado, una cierta imagen «limpia» como fuerza de tradición republicana no vinculada a antiguos maquis ni peligrosos referentes internacionales en tiempos de guerra fría y luchas de liberación nacional. Por otro, su debilidad, que lo convertía en un instrumento maleable por estos forajidos sin escrúpulos que, por lo demás, harían lo que se les ordenara. A fin de cuentas, en los planes para el posfranquismo que habían diseñado Estados Unidos, los fontaneros del régimen franquista y la socialdemocracia alemana eran necesarios dos grandes partidos que articularan el nuevo régimen y el PSOE era el mejor colocado para ser uno de ellos. De hecho, más problemas tendrían para conformar y consolidar el segundo que entonces, de acuerdo con las coordenadas de la época, veían como una democracia cristiana a la española.

La operación Suresnes, que culminaba esfuerzos anteriores de los servicios secretos españoles para aupar a Isidoro y compañía, implicaba un apoyo tan descarado de la dictadura que, según un militar citado por Gimaldos en su libro sobre la Cía en España, «había más policías y miembros de los servicios de información que socialistas». Lo que se ha vendido como un salto hacia la democracia fue en realidad un acto más en la parodia que ahora, décadas después, estalla por los aires.

Eso sí, este golpe de mano se produjo en medio de llamadas a la ruptura democrática y la exigencia de respeto al derecho de autodeterminación de los pueblos. Y merece la pena reparar en el enmarcado de la operación: una nueva generación, renovadora, conocedora directa de la realidad en el interior del Estado español, reemplazaba a una vieja, exiliada, fosilizada, incapaz de entender la nueva realidad. ¡Qué cosas!