Carlos GIL
Analista cultural

Esfuerzo

Hay conceptos que casan mal con una visión de lo artístico que roza entre lo bohemio y lo diletante. El esfuerzo concebido como una constancia frente a las adversidades, en donde no se parte de un don o unas facultades, sino de una vocación sobrevenida y una alimentación de la misma a base de estudios, ejercicios y decisión, se vende como un subgénero demagógico en muchas ocasiones; oportunista casi siempre. Sería, para abreviar, esa pregunta previa al raciocinio: ¿el artista nace o se hace?

Si no nace, no se hace. Siempre que consideremos artista a un ser humano capaz de hacer arte. Si no nace, si no existe, no hay ni artista ni taxista. En las biografías de los grandes artistas aparecen anécdotas que nos señalan que desde su más tierna infancia ya apuntaban maneras. Sin formación eran capaces de componer música, pintar cuadros o resolver problemas matemáticos. Son los menos, pero acostumbran a ser ejemplos de los mejores.

Miremos sin complejos la clase social en la que se desarrollaron esas dotes genéticas. Por razones simples, si había hijos de porqueros, de soldados rasos o de obreros metalúrgicos con ese don, no lo pudieron desarrollar porque no tenían un piano, ni una institutriz ni un ambiente escolar y social para que florecieran sus capacidades.

Incluso a contrapelo de la condición social, del ámbito real, debe existir un destello, algo que vincule al individuo con ese arte y después las condiciones objetivas de que exista posibilidad de formación, de desarrollo, de ampliación de conocimientos y de confrontación. O sea, lo que no existe y niega la posibilidad una cultura democrática. Ni con mucho esfuerzo.