Amparo LASHERAS
Periodista
AZKEN PUNTUA

Gralton, el revolucionario creíble

Las películas de Ken Loach tienen la habilidad emocional e ideológica de contar historias que incitan a creer en la utopía de que el pensamiento revolucionario necesita de acciones cotidianas para ser grande. En una entrevista reciente, con motivo del estreno de su último film, «Jimmy's Hall», Loach afirmó: «Nos repiten que no hay alternativas al mercado libre y a las grandes corporaciones. Hoy desafiar a la ortodoxia es muy difícil, la ideología dominante es muy insidiosa». Y añadió: «En un barrio de Londres están luchando por salvar un hospital y conozco a dos mujeres que reabrieron una biblioteca que el Gobierno había cerrado. Esa es la gente que cambia las cosas». El protagonista de su historia, Jimmy Gralton, un activista comunista en la Irlanda de 1932, es así. Responde a ese talante de revolucionario creíble y próximo con el que luchamos, reímos, debatimos, soñamos, sufrimos y trabajamos frente al que nos oprime; el Estado, el capital, la Iglesia o los tres unidos, que es lo normal desde hace siglos. Con Gralton lo mismo se compartía un baile de domingo a ritmo de jazz, que una danza irlandesa, una discusión política o un escrache ante un latifundista irlandés por el desahucio de una familia campesina. El deseo de cambiar el sistema no era solo la sombra de una utopía distante, de un ideal derrotado y aislado como ha ocurrido, durante décadas, en la Europa socialdemócrata, hasta que la crisis llegó, se quedó y nos pilló a la intemperie con mucha teoría y poca acción. Era mucho más, tal vez la asunción de una necesaria conciencia de clase y de pueblo que reformulaba la vida en todos sus sentidos. «Eran otros tiempos», me dirán. Sí, pero «hay mucho parecido con los años treinta», advierte Loach.