Arantxa MANTEROLA

Laicidad, un valor republicano olvidado que resurge frente a los integrismos

A raíz de los trágicos sucesos de París, de nuevo se está hablando, y mucho, de la laicidad. Concepto, valor, principio... cada cual lo interpreta a su manera, pero lo cierto es que constituye uno de los pilares del Estado francés al que se invoca como «garante» de la libertad y la igualdad.

El propio concepto crea debate. Y es que, a menudo, la línea que separa al laicismo de la laicidad no es muy clara. El primero es una corriente de ideas que propugna que el culto u opción religiosa de cada cual se circunscriba estrictamente al ámbito privado y que quede fuera de cualquier manifestación pública o social. Es, por decirlo de alguna manera, intrínsecamente anticlerical y roza la vulneración de una de las libertades fundamentales, la de conciencia y culto, la de manifestar la religión tanto de forma individual como colectivamente.

El segundo concepto concierne a la separación de poderes entre el Estado y las iglesias, así como la neutralidad de este hacia las religiones. En esa lógica y con el objetivo de acabar con el duro enfrentamiento suscitado sobre el espacio que debían tener las confesiones religiosas en el Estado, se aprobó la ley de 1905 tan citada estos últimos días. En ella se establece que no hay religión de Estado, que para el Estado todas las religiones son iguales y que, en nombre de la libertad de conciencia, la República garantiza el libre ejercicio de los cultos, eso sí, dentro de los límites del «orden público».

Desde la escuela

En pocos estados se mima tanto este concepto como en el francés, donde, desde la escuela, se imbuye a sus ciudadanos de ese principio. Precisamente, es en el ámbito de la educación donde más presente se encuentra: existen infinidad de asociaciones dedicadas a actividades extraescolares, formativas, culturales y lúdicas que enarbolan la laicidad en su propia denominación.

En Ipar Euskal Herria muchas «amicales» no solo lo portan, sino que incluso lo han incluido como máxima en sus estatutos. Este es el caso, por ejemplo, de la Amicale Laïque Hendaye, que subraya que es una asociación «abierta a todos sin ninguna forma de discriminación» y enmarca su acción en la «transmisión de valores morales como la tolerancia y el respeto a través de los principios de la laicidad».

El Patronage Laïque du Petit Bayonnais, asociación centenaria tan antigua casi como la propia ley, también la contempla como un «valor primordial». Su directora, Catherine Bisbau, subraya su importancia para «enseñar e inculcar la vida democrática, formar el espíritu crítico sobre la base de escuchar y respetar las diferencias, todo ello en un clima de heterogeneidad social y de convivencia». Bisbau recuerda que el patronato forma parte del «movimiento de educación popular» y se dedica a actividades extradocentes lúdicas pero dentro del ámbito de la escuela pública. «Nuestro principio es `ni religiones, ni ideas políticas, ni filosóficas en nuestra actividad'. Sin embargo, no por ello cerramos la puerta a nadie siempre y cuando se atenga a esas premisas. La opción religiosa es algo personal e íntimo».

No es solo anticlericalismo

La laicidad está también muy implantada en la esfera de los organismos sociales y políticos, sobre todo entre los progresistas.

Para Michèle Berthier, integrante del Planning Familial que también milita en el Colectivo Unidos por la Igualdad, creado en otoño de 2012 en contraposición al coloquio internacional de tintes homófobos que organizó el obispo de Baiona, la laicidad no se limita al anticlericalismo. «En nuestro movimiento también hay creyentes, no los discriminamos, pero no son integristas ni extremistas. Este principio, muy francés, muy republicano, concilia perfectamente la libertad individual y la convivencia colectiva porque se basa en la tolerancia», matiza.

Preguntada por cómo explica la deriva en la transmisión de esos valores que se está manifestando en los últimos años y meses, cuando la laicidad lleva tanto tiempo formando parte del sistema educativo, Berthier indica que «como todos los derechos que ha costado mucho obtener, por ejemplo el aborto o la derogación de la pena de muerte, las leyes se han adaptado pero no por ello se ha dado la evolución ideológica que comportan esas disposiciones legales. Esos derechos siguen estando amenazados. Se está dando una derechización y los adversarios de las libertades han reducido la laicidad al anticlericalismo».

No obstante, no cree que hechos como los atentados de París tengan que ver únicamente con una especie de «pérdida de valores». «Es evidente que hay problemas que no hemos solucionado, por ejemplo el de Palestina y Oriente Medio. A nivel político, la situación es perniciosa. De alguna manera seguimos comportándonos como `conquistadores' en relación al islam; existe una islamofobia. Al final, se trata de un fanatismo contra otro. Somos muy proclives a dar lecciones en lugar de explicar, por ejemplo, que el Corán puede ser tan democrático como la religión cristiana. Suelen ser los integrismos los que los transforman y estos, al igual que el racismo o la extrema derecha, aumentan en situaciones de crisis y de exclusión como las que conocemos actualmente», concluye, antes de anunciar que próximamente llevarán a cabo nuevas acciones contra los «fanatismos religiosos y la exclusión», como lo hicieron en Baiona el pasado 10 de diciembre.

A raíz del mortal atentado contra «Charlie Hebdo» y los posteriores acontecimientos y movilizaciones, el debate sobre la laicidad ha resurgido con fuerza en el panorama político-ideológico francés e, incluso, en la comunidad internacional. Es objeto de reflexión tanto en los ámbitos privados como en los institucionales y, ni qué decir tiene, en el de los medios de comunicación, donde está presente como hace tiempo no lo estaba, en particular entre militantes de fuerzas de izquierda, donde la esencia misma de la laicidad y su papel en la sociedad francesa actual están siendo diseccionados en profundidad.