Atilio A. Boron
Página/12, 2015/1/22
HEMEROTEKA

Un denso diálogo

(...) Hay quienes en Cuba y fuera de ella sostienen que la reanudación de las relaciones diplomáticas pondrá en peligro la continuidad de la Revolución al abrir la isla a los aplastantes influjos económicos, políticos e ideológicos del imperio. Pero se equivocan: primero porque aquéllos ya se hacen sentir, y bajo sus formas más perversas. ¿O es que el bloqueo no ejerce una influencia crucial en la economía cubana? La condición insular de Cuba, por otra parte, no la pone a salvo de las nefastas influencias de las corrientes políticas e ideológicas prevalecientes en el país del Norte o en Europa. Y se equivocan también porque si hay algo que puede dañar irreparablemente a la Revolución Cubana es la prolongación indefinida del bloqueo, sobre todo teniendo en cuenta el inevitable recambio generacional que más pronto que tarde tendrá que llevarse a cabo. La fortaleza de la Revolución Cubana no radica en su economía, sino en su cultura y su política. Claro que el bloqueo resultó ser un arma de doble filo y que, para colmo, no produjo los resultados esperados, como lo reconocieran Obama y Kerry. Y esto fue así porque al intentar asfixiar a Cuba atizó las contradicciones tanto al interior de Estados Unidos como entre éste y sus aliados europeos y en especial en América latina y el Caribe. Habrá tal vez sido obra de la «astucia de la razón» invocada por Hegel, pero la verdad es que si el bloqueo fue concebido como una forma de aislar a Cuba, el que terminó aislado fue Estados Unidos, y el que tuvo que aceptar sentarse a la mesa de negociaciones fue Washington (...).

Sería un ridículo mundial que Estados Unidos estableciera relaciones diplomáticas con un país, lo que supone sujetarse a lo estipulado en la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas en un marco de igualdad jurídica y respeto por la soberanía de las partes y, al mismo tiempo, mantuviera una agresiva política destinada a derrocar al gobierno con el que se está negociando la normalización de sus relaciones. (...)

Pero Washington tiene más premura que La Habana para avanzar por este camino. En su audiencia de confirmación ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos, Jacobson dijo algo muy significativo que pocos supieron interpretar: «Además de las funciones consulares y otras, una embajada también puede mantener una observación cercana sobre los regímenes acusados de medidas severas contra los derechos humanos». Jacobson expresó subliminalmente la grave preocupación de la «comunidad de Inteligencia» yanqui y del Pentágono por no contar con un adecuado puesto de observación en la mayor de las Antillas, con proyección sobre todo el Mar Caribe, en momentos en que quienes en los documentos oficiales de la CIA, la NSA y el Pentágono aparecen como los mayores enemigos a contener y eventualmente derrotar, China y Rusia, acrecentaron significativamente su presencia en Cuba y en otros países de la cuenca caribeña. Y nada mejor que una embajada para desempeñar esas «otras» funciones a las que aludía Jacobson. (...)