Josu MONTERO
Idazlea eta kritikaria

Infierno

A unque al principio me disgustaron, las críticas me han sido beneficiosas. ¡Cuánto bien nos hacen los reproches, y ese tono insultante, y esas aceradas mofas! En el fondo de nuestra alma hay tanto amor propio mezquino, tanta ambición ridícula, que a cada instante tenemos que ser golpeados, heridos por todas las armas posibles, y dar gracias a la mano que nos ataca. Tenemos tan pocas veces la ocasión de escuchar la verdad que, por oír la mínima parte de esa verdad, podemos perdonar el tono injurioso de la voz que la proclama». Fue Nicolai Gogol quien sin atisbo de ironía escribió esto en 1845.

A veces se encuentra uno inesperadamente con palabras que se mantienen raramente vigentes en estos complacientes tiempos como sucede con algunas de estas cartas abiertas que Gogol escribió después de la gran conmoción que causó en la impotente Rusia de los 50 millones de siervos su novela «Las almas muertas». Casi la mitad de la población vivía en condiciones de esclavitud; unos lustros después se abolió la servidumbre para que toda esa masa de seres humanos se convirtiera en carne de cañón de la industrialización. Tras su etapa romántica y cosaca en su Ucrania natal, y tras su conversión al realismo satírico y grotesco en sus urbanas e impagables «Historias de San Petesburgo», que tanto han influido en la narrativa europea, Gogol se plantea un tríptico que al modo de «La divina comedia» reflejara primero, y trascendiera después, la realidad de su país.

«Las almas muertas» es el Infierno. Dedicó cinco años a escribir la segunda parte. La quemó. En Rusia no existía siquiera purgatorio. «Hay épocas en que no se puede dirigir a la sociedad o a toda una generación hacia el bien más que revelándole su abyección». Palabras perturbadoramente vigentes.