Mikel CHAMIZO
KRITIKA | Klasikoa

Sibelius descongelado

Relacionar la música de Sibelius con los paisajes helados de Finlandia es todo un tópico. Nadie ha sabido localizar dónde exactamente en la partitura están el frío, la nieve o las extensiones glaciales, pero casi todo el mundo quiere sugestionarse y «notar» un poco de ese frío polar cuando escucha la música del finlandés. Esto ha dado pie a que se haya construido un «sonido Sibelius» característico, en el que los timbres de los instrumentos son un poco más blancos, los ritmos más neutros y la expresión, como si estuviera ligeramente congelada, es más solemne. Esta forma de interpretar a Sibelius, aunque podría considerarse arbitraria, casa excepcionalmente bien con la propia música y se ha establecido como un modelo sancionado por la tradición, pero eso no significa que sea la única opción. Carlo Rizzi, un director italiano muy cercano a la ópera, gran intérprete de Rossini y otros autores mediterráneos, que ha dirigido relativamente poco Sibelius en su larga carrera, quiso mostrar a este autor de otra forma en su colaboración con la Orquesta de Euskadi. Con ritmos muy marcados, casi de danza en ocasiones, y una búsqueda de la sensualidad y el color que iba en detrimento del discurso extremadamente cerebral que proponen los dos primeros movimientos, Rizzi hizo de la Sinfonía nº5 una obra nueva por momentos, aunque, por desgracia, demasiado inconsistente en comparación con las opciones interpretativas tradicionales.

En la primera parte Rizzi, inteligentemente, se replegó ante el dominio total que el violinista Frank Peter Zimmermann mostró sobre el endiablado Concierto para violín. En su ejecución estuvo todo: el sonido denso y complejo, la pasión, la técnica más pulcra al servicio del virtuosismo extremo... Pero, sobre todo, destacó una forma de expresividad que partía, más que de la partitura o los sonidos abstractos, del propio idiomatismo del violín, instrumento que era el de Sibelius y que conocía a la perfección. Fue una versión sobresaliente en todos los aspectos que, junto al inusual acercamiento a la Quinta sinfonía, germinó en una velada Sibelius más que interesante.