Mikel INSAUSTI DONOSTIA

«El país de las maravillas» no idealiza la dura vida en el campo

Atención a la realizadora italogermana Alice Rohrwacher, que con su segundo largometraje se ha llevado el premio del Gran Jurado en Cannes, el Especial del Jurado en Sevilla y el Astor de Plata al Mejor Guion en Mar del Plata. Neorrealismo y toques fellinianos para maravillar.

La variante italogermana no solo ha dado grandes montañeros como el tirolés Reinhold Messner, sino que también nos descubre ahora a la cineasta Alice Rohrwacher, cuyo segundo largometraje «Le meraviglie» ha sido producido entre italianos, suizos y alemanes. No en vano está localizado en la Umbría, una zona donde abundan las familias multiculturales como la suya. Aún así, la realizadora ha declarado que su película no es autobiográfica, tratándose de una ficción ambientada en un mundo rural que conoce y le es próximo.

Si de algo no ha pecado «Le meraviglie» es de localista, porque ha sido entendida igual en todas partes. Así lo certifica la larga lista de premios conseguidos en los festivales internacionales. En Cannes se hizo con el premio del Gran Jurado, en Sevilla con el Especial del Jurado y en Mar del Plata con el Astor de Plata al Mejor Guion.

La Gelsomina de Fellini

Alice Rohrwacher observa la vida rural desde una óptica feminista, incidiendo en que las formas de matriarcado surgen de la pura necesidad para administrarse con lo mínimo que sale de la explotación de los recursos naturales. La heroína de esta historia es una adolescente a la que le toca hacerse cargo de la mayor parte de las cargas familiares, al tener a su cuidado tres hermanas menores que ella y un padre que se ha quedado en las utopías de los 60, y se atrinchera en su rudimentaria granja apícola sin ponerse al día con los permisos e inspecciones legales para el cuidado sanitario de la producción de miel.

Las abejas pican, pero ese no es el único peligro al que ha de enfrentarse dentro de la dura vida del campo la protagónica Gelsomina, que se llama así en recuerdo del personaje que Fellini creó para Giulietta Masina en «La Strada». Aunque la narración tiene un tono costumbrista y neorrealista, no faltan las escenas de ensoñación felliniana, con la llegada de un equipo televisivo muy berlusconiano que graba un concurso sobre familias campesinas en una necrópolis etrusca.