Iratxe Fresneda
Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Enjambres

En primavera, las abejas tienden a dividirse, cuando sus colonias no tienen espacio para continuar su reproducción, su acopio de alimentos. A este proceso lo llamamos enjambre, palabra sinuosa, potente, que evoca una acción transitoria. Acciones pasajeras, con principio y final en una sociedad líquida, gaseosa, etérea o desdibujada. Zygmunt Bauman, en «Does Ethics Have a Chance in a World of Consumers?» plantea puntos de vista interesantes, discutibles y ampliables, uno de ellos acerca de los enjambres humanos, esos que nos llevan hasta la orilla sin poder ni querer impedirlo. Una de sus ideas dice así: «El confort de un enjambre proviene de la seguridad del número, de la creencia en que la dirección de actuación debe de haberse seleccionado apropiadamente, dado que es seguida por una multitud impresionante; de la suposición de que tantas personas sintientes, pensantes y que escogen libremente no pueden haber sido engañadas a la vez».

Cuando leo esto sigo acordándome de la definición de violencia simbólica de Bourdieu y pienso en las mutaciones de pensamiento y de comportamiento de los colectivos y los seres humanos. Lejos de las pretensiones sociológicas y filosóficas, el cine nos hace tocar tierra para hablarnos del enjambre, en este caso desde el género fantástico y dicharachero, divertido quizá desde la distancia. El enjambre como amenaza, como la fuerza de la naturaleza incontrolable. Irwin Allen filmó «El enjambre». Su argumento: «Una gigantesca plaga de abejas asesinas provenientes de África amenaza a una población de Texas (Estados Unidos). A su paso, han ido sembrando el caos y la destrucción, matando tanto hombres como animales». El relato no necesita traducción alguna, solo tienen que encajar las piezas: África, amenaza, EEUU, gigantesca plaga, caos, destrucción... Cambiando abeja por ser humano, todo encaja en los discursos contemporáneos sobre «los otros».