Pablo CABEZA
BILBO
RAFA RUEDA: «HIRI KRISTALEZKOA»

«Esta experiencia ha sido muy positiva y tendrá consecuencias en un futuro»

La carrera en solitario de Rafa Rueda cumplirá el próximo año quince años. Franja de tiempo en la que el artista de Mungia ha colaborado con artistas como Mikel Urdangarin. Atrás también quedan proyectos como Broken Bihotz y PILT. Una densa vida musical que rompe artísticamente con «Hiri kritalezkoa», un vaporoso trabajo en un hábitat cargado de sugerencias.

En octubre de 1991 Rafa Rueda debuta con un single titulado “Kitarra” firmado como Broken Bihotz. Años después la experiencia torna tormentosa, PILT. Su carrera en solitario la inicia en noviembre de 2003 con “Kea” (Metak). Rueda se convierte en uno de los solistas más personales. Surgen álbumes delicados, con espacios sutiles. Casi quince años que ya los celebra con “Hiri kristalezkoa”, un disco que sorprende por el giro ambiental, las formas de los instrumentos, su lugar en el espacio.

Jaime Nieto al bajo, es un músico con el que ya ha trabajado anteriormente, como con Txus Aranburu a las teclas. Es nuevo en su entorno discográfico “Ander Zulaika”, batería. Y es también destacable la figura de Jon Agirrezabalaga (WAS), en la producción artística. Toda la banda suena espléndida, se perciben los matices de cada uno. y fluyen como maestros iniciáticos.

El bajo es un instrumento solista, los teclados son parte de las envolturas ambientales que transcienden lo inmediato para ser parte de los colores y sentimientos de todo el disco. La guitarra de Rafa Rueda fluye etérea con el profundo uso de la rever. La batería estaña con pulcritud todas las conexiones, no solo es parte del ritmo. La voz de Rafa, a veces doblada, a veces acompañada, navega entre el espacio, ingrávida de planeta en planeta, de ciudad en ciudad.

“Hiri kristalezkoa” rompe con el pasado. Rueda no ha tenido inconveniente en dejar que las teclas organicen el viaje por el universo, que su guitarra haya dado un paso atrás sin dejar de ser elemento necesario. Todo es diferente, pero el autor de las canciones es el mismo, un veterano músico curtido sin inconveniente para retomar nuevas ondas y desintegrase entre canciones de una belleza tan dolorosa como extrovertida. Baile y emotividad se cruzan entre frágiles melodías y pasos de pista.

“Hiri kristalezkoa” propone un plus demoledor, hipnotizante. Cómo no renacer/flotar con “Maryana”, “Irina” o “Eleonora”. Cómo no ser un lágrima replicante con “Roy Batty”, cómo no ser parte de la historia de unos Kraftwerk en algunos momentos de “Nahikari”. Como no ser molécula en danza con “Little cowboy”, polvo estelar en “Angel”.

Al clima incorpóreo contribuyen los sensibles e inspirados textos poéticos de Leire Bilbao, Miren Amuriza, Harkaitz Cano, Unai Iturriaga, Gotzon Barandiaran, Arkaitz Estiballes o el propio Rueda.

Es un disco calmado, tendencia suya como solista, pero esta vez la sonoridad, la estética, ha cambiado.

Llevaba un tiempo queriendo dar un giro en mi trayectoria en solitario. Si no me confundo, son seis años desde que grabé “Enaren geometria”. En todo este tiempo he participado en muchos proyectos que me han servido para dar este paso. Una de las decisiones más acertadas, ha sido la de contar con un productor. Jon Agirrezabalaga ha jugado un papel muy importante. Buscaba una persona que enfocara el proyecto desde el exterior. Yo he jugado muchas veces ese papel y soy consciente de lo importante que es una confianza absoluta en el productor. Jon entendió muy bien el sitio al que quería ir y yo me he dejado llevar. Anteriormente estuve un tiempo trabajando en un proyecto con Aritz Aranburu (Split77), y creo que volver con PILT también ha tenido su influencia en el disco. El instinto ha jugado un papel muy importante, simplemente hemos aparcado los prejuicios y nos hemos dejado llevar..

¿Qué sucede en las ciudades que no ocurra en Mungia, su pueblo?

Mungia es casi ya una ciudad. La ciudad es concentración y hoy en día los pueblos son, cada vez más, prolongaciones de la urbe. En pueblos como Mungia cada vez es más frecuente que no sepas nada de tu vecino de enfrente. La ciudad es un lugar que genera muchas contradicciones. La gente se agrupa buscando protección, pero a su vez la soledad es mucho más cruel. Las ciudades sacan lo mejor y lo peor del ser humano. Ese contraste es lo que más me llama la atención. En poco tiempo, más del 90% de la población mundial vivirá en núcleos urbanos, con todo lo que esto conlleva en la forma de vivir, de relacionarse, etc...

En general, se sales del peso de la guitarra en favor de la atmósfera creada por los teclados y sintes.

Sí, de hecho hay bastantes canciones que han partido del teclado y no de la guitarra. En discos anteriores he jugado más a cargar el peso en las guitarras, pero para este trabajo tenía claro que necesitaba espacio para los teclados. Ahí, Jon Agirrezabalaga me ha ayudado mucho. Siempre he tenido tendencia a dar mucho espacio a la guitarra y en este disco era imprescindible reducirlo para que los teclados fueran más efectivos. Creo que ha sido clave para llegar a sonoridades que hasta ahora no había trabajado.

Da la impresión de que los textos han tenido que acoplarse a la musicalidad, su simbología emocional.

Sí, primero ha sido la música. En una primera etapa, escuchando la maqueta, un amigo me comentó que la sonoridad de los temas se le hacía muy urbana. Fue entonces cuando vi la luz para enfocar el disco. Una vez decidí que iba a ser un disco temático sobre la ciudad, tuve claro que las canciones tenían que tener nombres de personas. Diez personas y diez historias con un punto en común, todas viven en la ciudad. Una vez trabajadas las músicas, he acudido a escritores para que dieran forma a esas historias. Quería que el disco fuera un pequeño reflejo de la sociedad en la que vivimos.

Y con cierto aire sombrío, con los teclados, sintes y guitarras creando solemnidad, épica contemplativa.

Es probable. Me hubiera gustado abarcar también la parte más lúdica, menos gris, de la ciudad, pero los temas no han ido por ese camino. Como he señalado, he jugado mucho con la intuición. Han sido las canciones las que me han llevado, y no al revés. Supongo que el cuerpo pedía que saliesen de ese modo y le he hecho caso.

Uno de los cortes más hermosos se titula «Eleonora». Hay un arreglo pasada la mitad de la canción que resulta apoteósico, aunque no sin un halo de tristeza ambiental.

Ese arreglo es cosa de Jon Aguirrezbalaga. Desde que oyó el tema me comentaba que le pedía vientos. Yo tenía otro arreglo bastante épico también pero me dijo que le dejara probar algo y, la verdad es que ha sido un gran acierto. Ha llamado la atención de la gente que lo ha escuchado, es muy bueno. El personaje de la canción es una señora de edad que da de comer a gatos en el parque, imagen que contrasta con la de su juventud en la que protestaba frente a una ferrería. A veces no imaginamos las vidas que hay tras las personas mayores. La cadencia armónica y melódica del tema invitaba a ello. Miren Amuriza ha construido un personaje muy acorde a lo que transmitía la música.

Qué conmovedora suena Roy Batty, cómo evoca al filme.

Cuando le pasé la canción a Unai Iturriaga le propuse que abordara el tema de la muerte, y según la escuchó me dijo que le recordaba a “Blade Runner”, sobre todo por la atmósfera que se creaba con los teclados al final del tema. Es un maestro creando imágenes, el texto multiplica la fuerza del tema.

«Little cowboy» es de las menos oscuras o incluso la más festiva del disco. Ritmo contagioso y canción muy juguetona. ¿Ganas de romper tendencia en el propio álbum?

Es quizás el tema donde más se refleja la noche, con todo lo que conlleva de lúdico y no lúdico. Hay más temas que pueden invitar al baile pero este es el más nocturno. Unai Iturriaga también lo vio claro y enfocó el personaje desde esa perspectiva. El ritmo te va metiendo en esa atmósfera. Es la canción que más le llamó la atención a Jon cuando escuchó la maqueta.

«Maryana» le deja mucho protagonismo al bajo; en general es un poco «prota» del disco, para sorpresa.

Sí, el bajo es un elemento importante en este disco. En la maqueta ya había unas cuantas líneas no muy convencionales, pero Jaime ha ido redondeando y mejorando lo que le sugería. Lo teclados ocupan mucho rango de frecuencia en graves, y eso hace que el bajo tenga que salir de giros convencionales para encontrar su espacio. Esto contribuye a que las canciones lleguen a sonoridades que no he trabajado en discos anteriores. Ha sido muy divertido.

Por muy delicado/atmosférico que suene «Hiri kritalezkoa», «Nahikari» es muy divertida, muy de club ochentero.

Todo el proceso ha sido una constante búsqueda de nuevos espacios. “Nahikari”, probablemente sea el tema que más llama la atención en ese sentido. Es muy rítmico, tiene una atmósfera muy ochentera: La letra es muy cruda. El personaje se enfrenta al miedo, a la agresividad de la ciudad que requiere una actitud de valentía para que no te absorba. La ciudad como sitio oscuro en el que la luz son las personas. Creo que musicalmente también transmite esa mezcla de oscuridad y de luz.

¿Se ha sentido un extraño al concluir el disco? ¿Es un viaje sin retorno?

Siempre tengo esa sensación cada vez que termino algo. La vida, en sí, ya es un viaje sin retorno. Esta experiencia ha sido muy positiva y seguro que tendrá consecuencias en los pasos que dé en un futuro. Este trabajo me ha enriquecido mucho artística y personalmente.

¿Radiohead o The Cure pueden haberle dejado un poso que tiñe este disco?

Robert Smith es mi mayor referente como guitarrista. El proceso de composición ha sido más instintivo que nunca, lo cual ha podido influir para que aflore ese poso de la música que escuchaba hace 25 o 30 años.