Laura Berro

Avancemos contra la cultura de la violación

Han ocurrido y se han tolerado en todas las sociedades a lo largo de la historia. De ahí que algunas feministas defiendan la pertinencia de hablar de la existencia de una cultura de la violación, termino que engloba a la estructura que justifica y alimenta.

Insinuaciones, falsos piropos, acosos verbales, tocamientos en el culo o en los pechos, «caricias» no autorizadas por debajo de la camiseta, bromas sobre la posibilidad de llevar a cabo una agresión, sexo en grupo sin consentimiento de una de las partes... Las violencias sexuales –los actos sexuales, o intentos, que atentan contra la libertad sexual– son el pan nuestro de cada día para la mayoría de las mujeres.

La que no las haya padecido, ha sido testigo de ellas. Se registran 215.000 crímenes sexuales al año en Europa –según Eurostat– de los que el 90% de las agredidas son mujeres. España llega a las 9.000 denuncias: una tasa de 25 por cada 100.000. Cifras que hielan el cuerpo, demasiado altas para una sociedad cuyos poderes públicos presumen de democracia e igualdad.

Han ocurrido y se han tolerado en todas las sociedades a lo largo de la historia. De ahí que algunas feministas defiendan la pertinencia de hablar de la existencia de una cultura de la violación, termino que engloba a la estructura que justifica y alimenta –y que acepta y normaliza– la existencia de la violencia sexual. Bárbara Tardón Recio, consultora en violencia de género y derechos humanos, afirma que es una forma de violencia simbólica que «tiene un efecto sedante porque, al estar tan aceptada, pasa desapercibida para la inmensa mayoria», conformada por «un conjunto de creencias, pensamientos, actitudes y respuestas basadas en prejuicios y estereotipos de genero relacionados con la violencia sexual».

La cultura de la violación nos acompaña en el día a día. Un ejemplo claro es la manera con que algunos medios de comunicación se han hecho eco del juicio a la agresión sexual grupal del siete de julio del año pasado. La búsqueda del espectáculo ha acaparado las portadas. Los detalles, filtrados por los abogados de la defensa, han sido recogidos de manera burda y escabrosa. Se han incumplido sistemáticamente las indicaciones que las instituciones trasladaron a los grupos de comunicación.

Sin embargo, estamos dando pasos. Avanzamos. Mucha gente ha dejado de comprar el relato sensacionalista que venden los medios que pretenden reducir el caso al problema de un grupo de hombres agresores. No quieren ver que hay una revolución feminista en marcha. Cada vez más personas son conscientes de qué son las agresiones sexistas y las llaman por su nombre. Cada vez más hombres, mujeres o trans, dejan de mirar para otro lado, denuncian la actitud de los agresores y acompañan a las agredidas.

El reto es grande para la actual oleada feminista y transformadora que quiere, como otras mujeres hicieron antes, acabar con el patriarcado. Nos apoyaremos entre nosotras y apoyaremos a todas las mujeres que denuncien violencias machistas. Les creeremos, desde el respeto y la sororidad. "La noche y la calle también son nuestras" fue el lema que las mujeres de los movimientos feministas de los años setenta bramaron a la dominación masculina.

Fueron contundentes, claras y valientes cuando, a través de un asunto en teoría menor, se atrevieron a señalar la raíz del problema: la estructura patriarcal que permite –y premia– la cultura de la violación. Nosotras también queremos hacerlo, queremos, cada una desde su ámbito, tejer una red con un horizonte de lucha común. Todas las personas feministas unidas, todos los días, en todo momento, proclamando, gritando y cantando "Nos queremos vivas. Nos queremos libres".

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