Angel Rekalde
Nabarralde

Castillo de Ausa

Como otros años, el 1 de mayo se celebra en las estribaciones de Aralar una marcha, una excusión al emplazamiento del viejo castillo de Ausa, en Zaldibia. La organizan varios colectivos de Gipuzkoa, Erraztiolatza, Ipuztar Nafarrak, Hernani Errotzen…, y es una jornada dedicada a visitar el lugar y recuperar la memoria de los hechos y significados que se reúnen en torno a la antigua fortaleza navarra.

En efecto, Ausa tiene una historia muy vinculada a nuestras vicisitudes y penalidades. Erigida en un pico prominente, la primera cumbre de Aralar, al lado de Txindoki, es una de las fortificaciones con que Navarra ordenaba su territorio y cuidaba su defensa. Su época más agitada nos traslada a la conquista castellana de 1200, cuando Castilla invadió la parte occidental del reino vasco, y la ocupación de lo que hoy son las provincias vascongadas llegó precisamente hasta los muros de Ausa.

Ahí, en ese frente de guerra, se estableció lo que en el futuro sería la frontera entre los dos ejércitos, navarro y castellano, una línea que primero fue bélica, hasta donde llegaron las tropas, y luego, con el tiempo, se convirtió en institucional y casi en identitaria. O, para algunos, sin casi. Es la línea que divide dos espacios organizados institucionalmente, y que se corresponden con el País Vasco (Euskadi, Comunidad Autónoma, Hirurak Bat…) y Alta Navarra (Navarra foral y española, Comunidad Foral…). La diferenciación esquizofrénica entre población vasca y navarra.

Ausa quedó en manos navarras en esa contienda, y sirvió de contención a los propósitos de acoso y bandolerismo con que Castilla atacó durante siglos el territorio navarro que mantuvo la independencia. Las correrías de malhechores y señores guipuzcoanos tenían en Ausa un obstáculo incómodo. Una torre de vigilancia en un lugar estratégico. Tal vez por eso concitó el ensañamiento de estos señores de la guerra, y sufrió numerosos ataques. Por fin, en 1335, el clan de los Lazkano atacó el castillo y asaltó sus muros. La línea de defensa fue barrida, y Ausa desapareció. Pasó a la ruina, el olvido y el basurero de la historia.

En el presente, como lugar de memoria, los colectivos que organizan esta marcha del 1 de mayo destacan de ese lugar su significado de defensa del país, y que nos remite a circunstancias que siguen existiendo y siendo polémicas. La memoria, la historia, la territorialidad, la identidad, la voluntad del país de organizar su existencia sin ingerencias extranjeras.

Ausa es, sin la menor duda, tierra vasca; es también una fortaleza navarra (para Castilla nunca tuvo ningún valor más que como obstáculo a barrer), es decir, un instrumento de defensa del país, de la independencia. El rememorar estas circunstancias históricas es también un antídoto contra esa esquizofrenia que nos quieren imponer, un modo de entender cómo oficialmente unos hemos dejado de ser Navarra, y cómo otros hemos dejado de ser población vasca. Hasta qué punto semejante aberración se nos ha impuesto como un acto de guerra, un ejercicio de violencia de un poder ocupante contra una población vencida. Nunca un acto de deseo o voluntad, ni de libre albedrío, ni de evolución natural. Sino una violencia ejercida desde la autoridad ilegítima.

Hoy, la conmemoración de Ausa, por simbólica que sea, nos sirve para constatar que ahí no existe ninguna frontera natural; que nunca los vascos dejamos de ser navarros y los navarros de ser vascos, por lo menos no por nuestra voluntad. Es un acto que ayuda a fortalecer nuestra memoria, a reafirmar la voluntad de constituirnos como un pueblo unido y soberano y recuperar la independencia perdida.

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