José Luis Úriz Iglesias
Ex parlamentario y concejal del PSN-PSOE

Catalunya: de la sinrazón a la sensatez

Probablemente los más insensatos de entre los independentistas, especialmente los antisistema de la CUP (seguro que las gentes sensatas de la antigua Convergencia, la mayoría, estarán escandalizadas por la dependencia de sus dirigentes de estos insensatos), buscaban un escenario como el actual.

Vivimos malos tiempos para la lírica, en un mundo donde la sinrazón pasa por encima de la razón es difícil hacer poesía, ni siquiera prosa poética, rodeados de energúmenos que se sacuden estopa.

Por eso estamos a punto de vivir el choque de trenes más dramático de nuestra democracia, entre dos convoyes repletos de viajeros conducidos por maquinistas suicidas.

¿Se puede evitar? Cada vez parece más difícil, pero es probable que acabe viniendo bien que se produzca, para resolver de manera definitiva éste complejo embrollo.

En un momento en el que todas las partes se creen en posesión de la verdad absoluta, resulta imposible predicar soluciones por la vía del diálogo, el entendimiento y el acuerdo. Imposible que prevalezca el sentido común cuando quienes conducen esas locomotoras están dispuestos a todo, cuando la sinrazón arrasa a la razón. Sólo hay que observar las redes sociales estos días para darse cuenta de ello.

Es cierto que la ciudadanía catalana por inmensa mayoría desea expresarse libre y democráticamente, como también que esa expresión debe ser regulada por cauces legales y de acuerdo con las normativas de las que nos hemos dotado.

También parece evidente que de haberlo permitido, y el artículo 92.1 de nuestra Constitución abre posibilidades para ello, el resultado habría sido mayoritariamente contrario a la secesión. Más aún si al final los catalanes y catalanas hubieran ido a votar sabiendo claramente las consecuencias de su voto. O sea si la razón y la verdad se hubieran impuesto entre nuestros dirigentes.

Si a eso le hubiéramos añadido una gota de cesión por parte del Estado en materia fiscal y de fortalecimiento del autogobierno, esa victoria podría haber sido por goleada.

Pero no ha sido así y ahora nos encontramos en una situación límite, la más peligrosa para todas y todos desde el 23-F de 1981.

¿Qué consecuencias puede tener ese choque de trenes Estado-Catalunya? ¿Qué va a pasar a partir del 2 de octubre?

Probablemente los más insensatos de entre los independentistas, especialmente los antisistema de la CUP (seguro que las gentes sensatas de la antigua Convergencia, la mayoría, estarán escandalizadas por la dependencia de sus dirigentes de estos insensatos), buscaban un escenario como el actual.

Una consulta esperpéntica en la que las urnas están escondidas, se anima a la gente para hacer las papeletas en su casa, no se sabe muy bien cuestiones como censo, mesas electorales, etc. Todo esto a 20 días del día D. Tampoco dónde y cómo se va a votar, lo que hace prever una participación muy inferior al 50 %. Desde luego que ni hablar de seguimiento internacional y verificación de resultados con un mínimo de garantías.

Además para mayor gravedad existe una gran manipulación de los datos. Que la inmensa mayoría de los ayuntamientos estén dispuestos a ceder sus locales municipales no puede, ni debe ocultar, que los que no lo están representan en población a la mayoría de catalanes. Tampoco que los intolerantes intenten alterar esas decisiones legítimas con presiones inadmisibles. Por estos lares sabemos mucho de eso y mirar cómo acabó.

¿Así quién va a homologar ese resultado? ¿Los organismos internacionales? ¿La UE, la ONU? Por supuesto que no. Para este viaje pues no se necesitaban alforjas.

Era lo que buscaban, especialmente los más radicales, que votaran prácticamente sólo los partidarios de la independencia para tener un resultado abultado a su favor. Pero eso es hacerse trampas al solitario. Lo que se vaya a realizar el 1 de octubre no tendrá ninguna validez, ni allí, ni aquí, ni desde luego en la UE y el resto de organismos internacionales. No tendrá soporte legal, pero tampoco de legitimidad política y social, ni reconocimiento internacional.

Un tema tan trascendental como la independencia no se puede realizar dejando detrás a la mitad de la población.

Todo esto es cierto, pero probablemente ese choque de trenes, que dejará muertos y heridos políticamente hablando, puede tener consecuencias positivas. Es probable que Catalunya siga formando parte de España, pero deberá ser de manera diferente a la actual. Como se dice, algo sustancial debe cambiar para que nada cambie.

Habrá que negociar un nuevo marco de convivencia entre ambas naciones, en una España convertida por fin en nación de naciones. Un nuevo pacto fiscal que satisfaga las legítimas demandas que vienen de allí. Y probablemente se deberá abrir un nuevo proceso constituyente que lleve nuestro país a ser un Estado Federal Plurinacional y permitir en ese marco ejercitar el derecho a decidir.

En ese momento se deberá pactar algún tipo de consulta que satisfaga las ansias mayoritarias de la población catalana de tomar sus propias decisiones. Y si se hacen las cosas bien esa consulta se saldará, decidiendo democrática y libremente, con la continuación de una nueva Catalunya en una nueva España.

¿Se puede no ser ni unionista ni independentista? Desde la izquierda se puede y se debe. Por eso debemos trabajar desde ya para que el próximo referéndum en Catalunya sea legal, legítimo, libre, con urnas, papeletas, censos de acuerdo con las normas establecidas para todos, y sabiendo con claridad las consecuencias del voto. Así la sinrazón dejará paso a la sensatez.

Veremos…

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