Ainhoa Beola, Amaia Agirresarobe, Arri Zulaika y Lur Etxeberria
Grupo Feminista de EH Bildu

Cinismo, condenas y funerales frente a la violencia machista

Desde que el feminismo nos enseñara que lo personal es político y que nombrar una realidad nos permite hacerla visible se ha conseguido que las agresiones y asesinatos de las mujeres por parte de los hombres no queden en el anonimato, no se entiendan como  crímenes pasionales, como consecuencias naturales de dinámicas de pareja insanas, o como el fruto de mentes masculinas enfermas.

La lucha de las mujeres ha conseguido también interpelar a la sociedad en su conjunto sobre la gravedad de la violencia machista y sobre la cómplice inacción de muchos responsables políticos, colocando la lucha contra la violencia machista como uno de los grandes retos que las instituciones públicas tienen que resolver. Y se ha hecho, además, partiendo de la premisa, tan sencilla como revolucionaria, de que el origen de esta violencia se encuentra en las desigualdades estructurales entre mujeres y hombres.

Sin embargo, existe una evidente ausencia de voluntad política para actuar de forma consecuente con esta premisa y reconocer que, mientras no se cambie el sistema que origina las desigualdades entre mujeres y hombres, la violencia no terminará. Inmersas como estamos en una crisis sistémica, comprobamos todos los días cómo la vida de la mayor parte de la población se está precarizando y empobreciendo, especialmente la de las mujeres. En definitiva, cada vez es más difícil que las mujeres sean autónomas y, por tanto, son más vulnerables a la violencia machista.

En este contexto, queremos que tantos responsables políticos supuestamente contrarios a la violencia machista nos expliquen cómo conjugan sus pronunciamientos a favor de la igualdad mientras priman las políticas que aumentan las desigualdades sociales y de género frente a las que garantizan que las mujeres puedan tener condiciones materiales que les permitan empezar a ser libres y menos vulnerables.

Somos conscientes que la mejora de las condiciones materiales, aún suponiendo un gran avance, no acaba con la violencia machista. Sabemos que existen mecanismos de socialización poderosos como las instituciones educativas, los medios de comunicación, la familia, las religiones y, también, una cultura amorosa que funciona como un rodillo de diferenciación y desigualdad, que empuja a las mujeres a la abnegación, fomenta que entablen o permanezcan en relaciones insatisfactorias, se sientan menos si no tienen pareja u opten por la idea de que es mejor tener una, aunque sea nociva, que no tenerla.

De nuevo, queremos que nos expliquen por qué, estando en su mano, no toman medidas para incorporar en el currículum escolar y universitario materias que permitan construir las identidades de mujeres y hombres desde concepciones críticas, conscientes y corresponsables en la no reproducción de la desigualdad y la violencia contra las mujeres. Queremos que nos expliquen por qué no tenemos medios de comunicación públicos que hagan pedagogía y eduquen desde un marco cultural que nos ayude a ser mejores. Queremos que nos expliquen por qué la Iglesia católica sigue siendo un agente económico privilegiado y con capacidad de incidir en la agenda pública de manera misógina en un marco institucional que se dice laico. Y queremos que nos expliquen por qué se recortan de manera tan brutal los recursos destinados a las políticas públicas de igualdad y de lucha contra la violencia machista.

Un enfoque integral nos obliga a abrir un debate urgente sobre cómo nombrar la violencia machista, quiénes la enfrentan, sus formas y analizar los diversos espacios en los que se manifiesta. La mujeres enfrentan violencia en casa, en la calle y en su trabajo por parte de hombres que a veces son sus parejas, sus padres, sus jefes, sus profesores, sus compañeros de trabajo o meros desconocidos, pero también la sufren los cuerpos que desafían con su estructura biológica y su comportamiento sexual (transexuales, lesbianas, homosexuales) el orden de cosas. La violencia en nuestra sociedad se ejerce como sanción para quien se atreve a redefinir qué es ser hombre o mujer y por tanto, desafiar el orden que legitima la dominación masculina.

Y todo ello, a su vez, nos obliga a revisar  el modelo de atención y el enfoque desde el que  intervenir para acompañar y reparar tanto daño y tanto dolor. En la actualidad, el modelo de atención mayoritario atiende mejor la violencia de pareja o expareja, responde mejor a la emergencia, considera la denuncia menos como medio que como objetivo de intervención y los recursos están más orientados a las atención individual de ayuda a las mujeres, sin vincular la violencia que sufren con la realidad social que la genera. En definitiva, se sigue sin acompañar y reparar desde lo público a buena parte de las mujeres y cuerpos que enfrentan tanta violencia machista y, cuando se interviene es desde un modelo y un enfoque que exige ser revisado.

El gobierno del PP pretendió ganar votos regresando 35 años atrás respecto al derecho al aborto. Pretendió volver a silenciarnos, volver a hacernos sospechosas y subordinadas. Y con ello, desconectarnos de las luchas por los derechos sociales, contra los recortes, contra los privilegios de unos pocos. Hemos sido nosotras, prácticamente solas, quienes nos hemos negado a perder este derecho, las que hemos recordado el camino a las calles y hemos actualizado la certeza de que sin lucha no hay ciudadania. En conclusión, no nos resignamos, exigimos más coraje, más honestidad y menos cinismo, retórica de condena autocomplaciente o funerales de Estado para enfrentar la violencia machista. Mientras, seguiremos en las lucha.

Bilatu