Jesus Valencia
Internacionalista

Con la verdad por delante

El día 5 de abril nos despertó con una noticia sobrecogedora. En una ciudad norteña de Siria se había producido un ataque químico y un grupo importante de personas (la cantidad oscilaba) habían sido víctimas de tan criminal ataque. Aquel mismo día, tanto las potencias occidentales como los grupos que combaten al legítimo Gobierno sirio, acusaban a este de la canallada.

Aquella versión de lo sucedido dejaba colgando importantes preguntas ¿Por qué iba a utilizar armas prohibidas una coalición que –entre combates y acuerdos locales– va ganando terreno? ¿Por qué desafiar a la opinión mundial un Gobierno que se sabe atacado por mil frentes y observado con lupa? ¿Por qué provocar al nuevo «emperador» dos días después de que expresara su desacuerdo respecto a la continuidad de Al Assad como presidente de Siria? Parece ser que ninguna de estas preguntas –elementales entre la ciudadanía de a pie– fueron tomadas en cuenta por la prensa occidental. Toda ella, con ligeros matices y alguna excepción, señalo al Gobierno sirio como único responsable; articulistas «progres» utilizaron matizaciones para revalidar su progresía pero acabaron concluyendo que Damasco tenía la culpa; un forma sutil de insinuar la conveniencia de un escarmiento.

Trump no anduvo con tantas sutilezas y traslado la responsabilidad a la blandenguería de Obama; a él no le iba a temblar el pulso si había que actuar al margen de la legislación internacional. Todo el cortejo de cancillerías europeas dio por bueno el señalamiento norteamericano aunque recondujo el asunto al Consejo de Seguridad. El borrador presentado en dicha reunión daba por supuesta una autoría no demostrada. Rusia advirtió que vetaría dicha resolución si no se aportaban pruebas fehacientes. Recibió la callada por respuesta y los tres promotores de la convocatoria (EEUU, Francia y Gran Bretaña) hicieron mutis por el foro. Pasan los días y unos gobiernos que cuentan con personal y equipos especializados, no consiguen aportar las necesarias evidencias.

El resto ya se conoce. Unas horas más tarde, y saltándose la legislación internacional, dos destructores yanquis afincados en las costas españolas, bombardearon Siria. «Cuando la ONU no resuelve los problemas –dijo la embajadora norteamericana en dicha Institución– no nos queda más remedio que actuar por nuestra cuenta». Según las fotografías posteriores al ataque, los misiles disparados hicieron gala de la inteligencia que se les atribuye: solo afectaron a instalaciones y equipos; la muerte de algunas personas –los famosos efectos colaterales– pasaron desapercibidas. Las consecuencias materiales del ataque no fueron muy graves, las políticas y económicas sí.

Trump ha convocado a «las naciones civilizadas» para que se unan a él en la liberación de Siria; las potencias occidentales, de momento, no han intensificado su compromiso bélico pero si han considerado justo y proporcionado el bombardeo. Quienes sí aceptaron la invitación de Trump fueron sus presuntos enemigos; Daesh y Al Nusra, una vez concluido el bombardeo, arreciaron sus ataques contra el ejército nacional sirio. Las acciones de las petroleras y de la empresa fabricante de los cohetes Tomahawk experimentaron una importante alza en el mercado de valores. En la misma proporción se ha elevado el riesgo de una confrontación bélica a gran escala. No todas las voces son tan complacientes y serviles como las que suenan en el entorno occidental. Merece la pena escuchar el alegato antiimperialista que pronunció en la ONU el embajador permanente de Bolivia. El Comité Internacional de los Pueblos o la Red Roja han expresado su condena; las calles de La Paz, Nueva York, Buenos Aires, Londres, El Salvador han sido testigo de movilizaciones en contra de la agresión yanqui.

Confieso mi dolor por este ataque y por todos los que está generando una guerra inducida. No tengo datos para culpar a nadie de lo ocurrido en Jan Sheijund, pero tampoco voy a aceptar señalamientos infundados. Ya intentaron antes de ahora engañarnos con el robo de incubadoras en Kuwait, el cormorán embadurnado, las armas de destrucción masiva, los ataques de Gaddafi contra la población civil, el muro de Cisjordania para frenar la violencia palestina etc. Mientras no aparezcan las necesarias evidencias, tendré en cuenta las declaraciones de Richard Black, senador de Virginia: «Las acusaciones de Estados Unidos contra Siria se basan en declaraciones de terroristas y no en fuentes de información independientes».

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